Nuestra vida es como una novela típica con su introducción, nudo y desenlace, y en cuya lectura algunos hemos avanzado buena parte de ella.
Toda vida tiene componentes de comedia, tragedia o tragicomedia, y dado que el número de páginas y desenlace está escrito en alguna parte, tenemos que avanzar en esa lectura y disfrutar de las páginas que nos deparan sorpresas agradables o momentos de evasión y relajo.
Dentro de los episodios más comunes que disfrutamos están los viajes placenteros, porque proporcionan eso tan bello que es la sorpresa a la percepción y a la mente. Un viaje a un lugar que se aparta de nuestro entorno cotidiano, proporciona nuevas sensaciones, nuevas emociones y con ello la recompensa del ronroneo gatuno.
A veces se suma el disfrute del arte, otras de paisajes naturales o lugares históricos o representativos de lo que admiramos. Otras veces se enriquece el viaje con la compañía que llevamos y otras el viaje se valora más por el simple hecho de constituir una tregua en la vida laboral o la rutina cotidiana. Y si el viaje es internacional, aunque han de tenerse presente unas reglas básicas de supervivencia, el placer se robustece con el cambio de pecera existencial.
Pues bien, en ese trance me veo ahora, tras mi llegada ayer desde Asturias (España) a Cartagena de Indias (Colombia). Las catorce horas de viaje, con triple escala aérea, son la antesala de algo parecido al paraíso.
Los físicos consideran un “agujero de gusano” a ese camino que seguiría un gusano sin rodear la manzana y atravesándola y que le permitiría cruzar la red del espacio-tiempo y llegar a otro lugar y tiempo (pasado o futuro). Pues bien, ese largo viaje ha sido como un atajo hacia el paraíso.
La noche nos dio la bienvenida con un calor húmedo y desde el taxi que nos llevaba del aeropuerto al hotel, con las ventanillas bajadas la brisa nos trajo una visión refrescante: callejuelas de sabor histórico donde la madera y la piedra dibujan un pasado colonial; cafés y tabernas donde saborear el inolvidable café colombiano sin prisas o terrazas donde el coco y los zumos deliciosos aguardan; el tráfico caótico y donde los conductores son buscavidas sin ira; a un lado, una muralla de once kilómetros espléndidamente conservada -Patrimonio de la Humanidad- y que encierra la ciudad antigua, con un pasado de inexpugnable frontera para los piratas; al otro lado, el mar caribeño con larguísima playa, limpia y con palmeras, cortando a nuestros ojos la espuma de las olas la oscuridad del océano; los ciudadanos relajados, con sonrisa fácil y acogedores.
Además se respira una atmósfera de esperanza ante la inminencia de la firma el próximo 26 de Septiembre la firma de los acuerdos de paz de la guerrilla en Colombia con el gobierno, tras 52 años de cruento conflicto, evento comparable a la caída del muro de Berlín, y que añade la nota histórica a la visita.
Por añadidura, la ciudad está celebrando, algo tan bello, como los días del Amor y la Amistad, y no faltan sonrisas, bailes y celebraciones por calles y locales.
El cambio horario, con las siete horas de diferencia, mas que una perturbación del sueño es un aviso de que estamos a las puertas de otro mundo, y que hay que disfrutarlo. Hay que abrir los poros, los ojos y la mente. Saborearlo. Y después recordarlo, porque las buenas experiencias se viven cuando se reviven con el recuerdo.
Por eso, hoy día que buena parte de los jóvenes buscan el aturdimiento o escape con el botellón, la fiesta alborotada o el frenético whasappeo, y en que buena parte de los adultos se ven inmersos en la rutina asfixiante dejando aparcados los sueños, bien está recordar que no deben aplazarse las ocasiones de los viajes a otros lugares y con otras gentes. Nos resulta gratificante para el cuerpo, para la mente y además nos ayuda a ser tolerantes.
Lo deseable sería poder disfrutar esta experiencia con los amigos y las personas que nos quieren, pero si no es posible, pues bien está no desaprovechar las oportunidades de enriquecerse como persona, de abrir horizontes y experiencias, y compartirla desde aquí.
Se dirá que es caro y que hay prioridades pero como dice el sabio dicho, no podemos dejar que lo urgente mate lo importante, ni que lo cotidiano ahogue nuestros sueños, ni dejar sin escribir el final del libro de nuestra vida con páginas deliciosas que permitan cerrar sus páginas satisfechos.
¡Seguiremos informando de las bellezas que nos depare esta bella ciudad! Arepas, camarones, playas, arte y salsa… eh… ¡¡y trabajo… que no es incompatible el ocio con el negocio!!
Estimado José Ramón:
Hace usted una buena reflexión. Yo creo que en esta vida el que más sabe no es el más ha estudiado, sino el que más ha viajado. Comparto sus palabras de principio a fin. Y le deseo una agradable estancia en Colombia. Un saludo.
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Gracias, Ismael
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Bonita ciudad Cartagena de Indias 🙂
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