Yo pensaba que los trapos sucios de la Real Academia se lavaban en casa. También creía que cuando se ejerce una labor colectiva, el lugar para debatir y demostrar capacidad persuasiva son las sesiones del pleno, comisiones o mediante escritos de queja a la presidencia. E incluso creía, pobre de mí, que esos señores académicos (tan cultos, tan finos, limpiando y dando esplendor) eran ejemplo de moderación y elegancia.
Pero afortunadamente, con la polémica entre los académicos Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico, me he dado cuenta de que en la Academia hay vida… y esperanza. De que los académicos no son vampiros que nadie les ve a la luz del día y que solo aletean en la noche cerrada de un caserón silencioso y repleto de libros.
Y digo afortunadamente, porque creo que cuando se asume un cargo público, y somos llamados por nuestras convicciones, conocimiento o experiencia, hay que respetar el juego de las votaciones (eso se llama civilización) pero tampoco puede negarse el derecho al pataleo. Al sano pataleo, en el caso de Arturo Pérez-Reverte.
Recordemos que la polémica tiene lugar con el uso del lenguaje de género. Pérez-Reverte defendía la solicitud de unos profesores andaluces de que la Academia tomase partido rechazando, condenando o advirtiendo del riesgo de la imposición a los profesores de la manera de dirigirse a los alumnos, utilizando el desdoblamiento de género (una simple carta bien redactada hubiese bastado, alertando de los riesgos del dirigismo cuando la lengua es naturalidad).
Veamos lo sucedido… y sus implicaciones
La votación en la Academia fue testimonio de una actitud pusilánime, negándose a dar un paso adelante y a amparar la posición de quien pide libertad de expresión lingüística. Consideró que no debe la Academia entrometerse en política, ni es quien para recocer derechos u obligaciones. O sea, lo políticamente correcto. Y lo políticamente más seguro para vivir cómodamente por evitar aquello de “quien se mueve, no sale en la foto”.
La reacción de Pérez-Reverte fue a través de un artículo publicado en la sección Patente de Corso del XL Semanal con duras críticas a algunos miembros de la RAE, no por defender el uso de un lenguaje machista sino porque consideraba que tolerar la imposición del desdoblamiento de género desde la órbita pública, no responde a criterios objetivos de interés de la lengua española, sino a la humana inclinación de algunos académicos de evitar meterse en política o buscarse líos.
No todo el mundo es capaz de afrontar consecuencias en forma de etiqueta machista, o verse acosado por el matonismo ultrafeminista radical, que exige sumisión a sus delirios lingüísticos bajo pena de duras campañas por parte de palmeros y sicarios analfabetos en las redes sociales. Lo notas en las miradas cómplices o aprobatorias cuando planteas algo conflictivo, miradas que luego contrastan con los silencios a la hora de mojarse o de votar. «Para qué nos vamos a meter en política», argumenta alguno, para quien meterse en política es todo aquello que nos lleve a opinar en público. Incluso la iniciativa -hasta hoy frustrada- de que la RAE presente y difunda un informe anual sobre el estado de la lengua, la consideran injerencia.
La respuesta vino del académico Francisco Rico en un artículo en el Diario el País
Aunque con obvia base lingüística, una cuestión política, en la que la Real Academia Española (RAE) no tiene por qué entremeterse, por más que nunca sobre recordar por quien sea cuál es la realidad del idioma que la institución se limita a registrar en su Gramática.
Mas allá de la destreza expresiva de ambos académicos y del cuerpo a cuerpo de sus recíprocas puñadas (“Hay académicos que dan lustre a la RAE, y otros a los que la RAE da lustre”), creo que:
- El papel de las instituciones es hacer oír su voz y no callarse.
- El papel de la Real Academia de la lengua, como dice Reverte es ser “notario” de lo que se habla y escribe, ni motor hacia lo políticamente correcto ni comparsa del criterio jurídico imperante.
- Si se plantea una cuestión como el uso del desdoblamiento de género, en que la realidad va por una vía y lo deseable por un grupo ideológico mas o menos nutrido, por otra, lo suyo es tomar partido pero velando porque que la lengua fluya espontáneamente, porque no se condicione a los profesores y a los menores el uso floral del lenguaje. Una cosa es el necesario respeto a las reglas del juego gramatical (como deben respetarse las reglas del ajedrez) y otra muy distinta tolerar por la Real Academia que se manipule y condicione el habla de mayores y menores en su estilo (de igual modo que no debería tolerar la Federación Internacional de ajedrez, por ejemplo, que se imponga en un torneo local que la estrategia de juego lleve a dar “jaque al rey” y “jaque a la dama” en número idéntico de veces para no discriminar, u obligar a decir “la torre o el torreón”, o “caballo o yegua” cada vez que se mueve la pieza).
- No es cuestión de machismo, violencia o discriminación. La inmensa mayoría de los que no utilizamos el desdoblamiento de género lo hacemos de forma espontánea, por economía expresiva y sin carga degradante. Nos importa nuestro mensaje de lo que hablamos y no pretendemos agredir subliminalmente.
El problema como siempre, es el «contagio» de lo políticamente correcto. Y así, se empieza en los colegios públicos imponiendo a los profesores el uso de expresiones tan forzadas como «queridos y queridas alumnos y alumnas, cuyos padres o madres, nos han escogido a los profesores y profesoras para hacerles el día de mañana hombres y mujeres de provecho», y se sigue con Prontuarios de estilo, para los jueces en que les dicen que las sentencias deben velar por lenguaje no sexista, como en el Acuerdo de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo de 19 de Enero de 2016, que dispone:Con esas decisiones de la Real Academia de huir de los problemas, con la política del avestruz, ni limpia (pues deja que invada una praxis invasora del uso natural de la lengua), ni fija (pues sienta el precedente de la mansedumbre ante los caprichos del poder público, que son cambiantes), ni da esplendor (pues la lengua viva sucumbe ante la lengua teledirigida).
En fin, si la Real Academia prefiere el silencio cuando se denuncian injerencias del poder político marcando pautas, me pregunto si conocerán el poema atribuido a Bertolt Bretch (“Ellos vinieron”, realmente obra de Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller, 1892-1984).
Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada por que yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar.
Y es que hay gobierno nacional, gobiernos autonómicos y gobiernos locales (o universitarios) y los votos pueden elevar a esos gobiernos a quienes posean poder público para imponer a golpe de ley, reglamento o instrucción en colegios o sedes oficiales, o en la propia Real Academia, el castellano viejo o joven, el esperanto, utilizar el spanglish o excluir la W por anglófila o la S por sibilina.
Por eso, ante estos incidentes en la Real Academia, en que solo escucho la voz valiente, firme, razonada y coherente de Pérez-Reverte, lo que me preocupa como a Luther King no es el grito de los deshonestos, sino “el silencio de los buenos”.
Maravilloso!!! Cómo siempre, su artículo es incisivo y pulcro a la vez. Estoy completamente de acuerdo con todo cuanto dicen, tanto Reverte como usted. Saludos.
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A mí también me preocupaban estos temas; pero… solo hasta la claudicación forzada de la RAE de la Lengua que tuvo lugar con ocasión de la desautorización de facto que el gobierno de entonces, a comienzos de este siglo, realizó sobre ella.
Hay que recordar cuando, entonces, con ocasión de la elaboración de la ley reguladora de la violencia sobre la mujer se les solicitó un informe sobre el modo correcto de designar esa violencia siendo así que por el gobierno se acabó imponiendo por la fuerza el término «violencia de género», frente a y olvidando las alternativas propuestas por la Academia, para mí más válidas.
Ahora, como resultado, todos «customizamos» lo que haya que customizar (hasta el extremo de hacerlo incluso con el idioma). Y además todos, cualquiera, unos y otros: El Gobierno, la prensa, la gente guay, quien haga falta.
A la Academia, por desgracia, ya no se la escucha. Se la «desoye»….
En esta situación relativizo la posible eficacia de ningún tipo de esfuerzo para limpiar, fijar y dar esplendor, aunque también es cierto que sin discrepar en el fondo del acierto del planteamiento del presente hilo.
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Buenas noches, señor Chaves:
Creo que tildar de «injerencias» o «caprichos del poder político» los intentos de una parte muy significativa de la sociedad por lograr que el lenguaje trate de actualizarse al mismo ritmo que lo hace la sociedad es, como poco, ventajista y erróneo. Ventajista porque en los tiempos que corren, en que el prestigio de la política es rayano en el 0, es muy tentador, a falta de un argumento mejor, recurrir a la ridiculización de lo que queremos combatir haciéndolo deudor de la ocurrencia más o menos extravagante y sin base de algún político aventurero. Y erróneo porque en este caso, como en tantos otros, es una parte muy significativa de la sociedad con su iniciativa y su presión extramuros la que ha obligado a la política a asumir sus demandas intramuros; no al revés, como sibilinamente quiere usted dar a entender.
Que haya tendencias reales y eficientes como la economía lingüística o evidencias tales como la desemantización de ciertos términos otrora ofensivos no es óbice para que, en la medida de lo posible, tratemos de incorporar a la lengua la realidad que nos toca vivir. No sé cómo serán las turbadas y perturbadas ultrafeministas radicales con las que a buen seguro trata usted a diario, pero las feministas que yo conozco .por más que de lejos- no pretenden obligarnos a recitar un padrenuestro (o una madrenuestra) de desdoblamiento de género como el que usted describía en su artículo, sino tratar de ganar un espacio aquí, como en tantos otros sitios, tradicionalmente negado. Y lo hacen, en su inmensísima mayoría, de buen humor y tratando de encontrar equilibrios entre lo que hubo, lo que hay y lo que habrá. Nadie duda de que entre quienes buscan un acomodo de la lengua a las nuevas realidades haya gente absurda y delirante, como tampoco es posible negar su existencia entre quienes se aferran a la forma como está. Entre unos y otros, entre enloquecidos profetas de lo nuevo y cobardes defensores del establishment, seguro que es posible mejorar el lenguaje entre todos y -sí, claro que sí- todas. Porque, como usted bien dice, el lenguaje es un organismo vivo: hecho, deshecho y rehecho por la gente, también por la gente que no nos gusta. También por la gente que a usted no le gusta. Y sí también por esa gente «guay» a la que usted desprecia sin ambages.
Por último, y ya para terminar, le diré que, desde luego, antes de desacreditar cualquier movimiento de revisión de la lengua -por ilegítimo que éste sea en su opinión-, y erigirse con Reverte en respetuoso cultivador de la misma en su más bella y clásica expresión, conviene tener claros (todos) los fundamentos de la gramática. Pues si -aun sin el aliento de censora alguna en el cogote- confundimos «velar porque» (no duermo por tal razón) con «velar por que» (preocuparse de o por algo), corremos asimismo el terrible riesgo de confundir «juicio» con «prejuicio». Y de esos polvos estos lodos, señor Chaves.
Un saludo y disculpe la intromisión
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Usted ha expuesto su posición: el que quiera oir, que oiga, y que cada uno lea las posiciones y decida, que para eso nos hemos ganado un Estado con libertad de conciencia.
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Pues señores, y como veo que faltaba una opinión femenina en el asunto, sin ánimo de saber más que nadie, y sobretodo más que algún académico, me gustaría decir algunas cosas:
1.- No estoy siempre de acuerdo con el Sr. académico que inició esta polémica, más bien no suelo estar de acuerdo nunca últimamente, pero en este caso creo que tiene bastante razón porque el lenguaje exige un uso natural, sin artificios, a no ser que estemos buscando una obra de arte y creo que en las escuelas bastante ocupados están con otras cuestiones más importantes para el progreso de la mujer que con lo que llaman un uso «no sexista» del lenguaje.
2.- La que suscribe, con una edad, que lleva tiempo luchando por sus derechos y por los del resto de mujeres que la rodean, no siendo siempre comprendida, no cree que eso que llaman uso «no sexista» del lenguaje vaya a mejorar la situación social de la mujer, sinó más bien creo que lo perjudica. Así, si bien estoy totalmente de acuerdo con que se eliminen connotaciones negativas de palabras como «zorra» (siempre me he preguntado por qué ser zorro es bueno y ser zorra no, por ejemplo), no creo que en el trascurso normal de una clase hablar continuamente a los alumnos y a las alumnas vaya a cambiar la situación de las niñas en las clases.
3.- Quizás no deberían darnos miedo las palabras sinó aquello que las acompaña: la entonación, los gestos, las miradas, que pueden ser más ofensivos que las miradas en sí y contra los que si se debe luchar sin descanso y sin denuedo. Ha habido veces que me han llamado «señora» con un retintin que me ha dejado mucho más ofendida que si me hubieran llamado «zorra» y con menos capacidad de respuesta.
4.- Si realmente queremos luchar por una mejora de la situación de la mujer, de forma que sea, de una vez por todas, realidad la igualdad con el hombre, por favor: eliminemos los techos de cristal, la necesidad de que nuestras hijas crean que deben parecer barbies para encontrar un trabajo, fomentemos la igualdad en los trabajos domésticos…. Todas esas cosas que no mejoran sólo con el uso de una palabra u otra, sinó con trabajo y compromiso social.
Les ruego que disculpen, si creen que no he sido muy políticamente correcta, pero es que ya empiezo a estar un poco harta del tema y, sobretodo, tengan en cuenta que soy de una comunidad autónoma con lenguaje propio, por lo que es posible que mi castellano no sea todo lo ortodoxo que pudiera requerirse.
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