Muchos asistimos a cursos, seminarios y congresos en aulas o salas, con el sano afán de formarnos, pero a veces se plantean situaciones curiosas o divertidas que casi todos sufrimos pero que pocos las confesamos. Pasen y lean… que seguro que le suena el caso:
I. Llegar tarde, cuando la conferencia ha empezado y mientras intentamos avanzar hacia el sitio con discreción y silencio, escuchar al ponente darnos un sonoro “buenos días” dejándonos en evidencia y haciéndonos sentir como alumno que hace novillos.
II. Aguantar estoicamente la presentación del ponente a cargo de quien se limita a leer un enorme currículum con detalle que arranca de la guardería y acaba con la relación exhaustiva de sus conferencias, cursos y trofeos de mus.
III. La crispación llega cuando la ponencia resulta de interés y el tiempo es limitado, comiéndose el telonero la mayor parte de la actuación.
IV. El reto es mantener los ojos abiertos y la mente despierta en la ponencia que se nos ofrece tras el almuerzo, a primera hora de la tarde, momento en que el discurso del ponente se convierte en suave murmullo, mantra lejano o melodía de relajo.
El problema se acrecienta si quien regresa tras la copiosa comida y asiste a la ponencia, lo hace desde la mesa de oradores, como coordinador, asistente o próximo ponente. En este caso, expuesto a la mirada de los asistentes, hay que emplear esfuerzos por no cerrar los párpados, pellizcarse las piernas, respirar profundo, moverse en la silla o respirar profundo.
V. En la entrada, salida, coffee-break o pausa del evento, no recordar el nombre de ese asistente que jurarías no haber visto en tu vida, mientras te tiende la mano sonriente para espetarte el temible: ¿no te acuerdas de mi?. Una situación embarazosa.
En esos momentos comprendes la utilidad del crotal con nombre y cargo que todos perdemos en el bolsillo en el hotel, y sufres utilizando viejos trucos o evasivas (¿cómo no te voy a recordar, je, je?; “sabes que nunca se olvida a la buena gente”, “es fácil recordarte como recuerdo que este café no hay quien lo pruebe, etc);
VI. Intentar eludir algunas “malas compañías” que parece perseguirnos, de ese competidor, colega o conocido, caracterizado por su pesadez, mal aliento, impertinencia o bromas groseras, y que nos hace sentir como un pececillo sorteando una piraña en la pecera.
VII. Aprovechar una ponencia gris, aburrida o inútil para consultar con disimulo el móvil o Tablet, parapetado en la butaca delantera y cuidando que los restantes asistentes tampoco te cacen ocioso.
En este caso, es útil periódicamente levantar la vista y asentir mirando hacia el ponente, estirando el cuello, y volver a la tranquila navegación por la red.
VIII. Sentir durante una ponencia interminable, unas ganas tremendas de acudir al baño y observar un muro de asistentes en las butacas próximas que tendrían que levantarse para dejarte salir.
IX. La misión imposible de salir en la pausa de café con suficiente celeridad para llegar de los primeros a la viandas y al café, y evitar así luchar a codazos o hacer cola para el pedido.
Eso sin olvidar la dificultad para saludar con una mano ocupada sujetando un canapé y en la otra un café, mientras intentamos tragar rápidamente para poder contestar.
X. Descubrir horrorizado que tras el coffee-break nos ha quedado un lamparón en la corbata o que se ha saltado un botón de la camisa, o… ¿en qué estaría pensando?, en que nuestro traje no armoniza con el calzado deportivo.
XI. Percatarse que el ponente anuncia una pregunta al público y nos mira con complicidad mientras intentamos invocar el “tierra, trágame”.
XII. Controlarse para no emular al Rey Juan Carlos dirigiéndose a Hugo Chávez (“¿por qué no te callas?”), cuando en el turno de preguntas se suceden las Preguntas – conferencia (plúmbeas e interminables), las Preguntas – mi caso (para calmar su doméstica preocupación), o las Preguntas – respuesta (donde todo va incluido, y el Ponente se limita a la adhesión).
XIII. Aguantar el tipo con la bolsa de regalitos institucionales (que nos persigue como paraguas en día soleado) y decidir que hacer con el bolígrafo, la propaganda de empresas mecenas, los folletos turísticos, la figurita del todo a cien, hasta deshacerte de ello (“que parezca un accidente”), mientras compruebas que la crisis económica ha dejado una carpeta barata de plástico -no reutilizable- y una triste libreta de muelle.
Pero lo peor… es que así y todo, siempre seduce asistir a este tipo de eventos y saraos… pues como decía el poeta Ángel González…
Como fuera de casa, en ningún sitio.
¡Ja, ja! con ese sentido del humor se elude cualquier situación embarazosa. Siga por ahí… dentro y fuera de casa.
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