Esa es la explicación del flamante presidente Donald Trump sobre su falta de dedicación a la lectura. De hecho, The Washington Post informó que “no hay estanterías de libros en su despacho”.
Tal confesión procedente del máximo mandatario del país de mayor influencia cultural, social, económica y política del mundo civilizado resulta altamente preocupante.
El razonamiento simplista que posiblemente cunda en muchos ciudadanos americanos es doble. Por un lado, “si el presidente no lee ni le preocupa, no veo razones para apartarme de sus hábitos”; y por otro lado, “la falta de tiempo es razón que justifica no perder el tiempo leyendo”. Y ya está, con la conciencia tranquila a seguir vegetando, consumiendo pantalla de tablas, móviles y portátiles y en el peor de los casos, a seguir viendo pasar el tiempo.
Pero a mi juicio, ambas reflexiones son frágiles y tóxicas. Veamos.
1. La primera reflexión: “si el presidente no lee ni le preocupa, no veo razones para apartarme de sus hábitos”.
Creo que el ejemplo de un presidente del gobierno que no lee no quiere decir que la falta de lectura sea la razón de su liderazgo político, de igual modo que confesarse vegetariano o adventista tampoco implica que marque el rumbo correcto. De hecho las prácticas de Bill Clinton con su becaria no parecen dignas de figurar en el libro de oro del buen gobernante.
Al contrario, todos sabemos que el acceso democrático al poder se explica por el número de votos y cada voto responde a múltiples y personales razones de cada votante. La democracia es la garantía matemática de que el electo cuenta con legitimidad del apoyo mayoritario, pero no asegura que se acierte en el mejor ni más cualificado como gobernante o referente ético ni de sabiduría admirables.
Es más, posiblemente si Trump leyese y cultivase la mente con la lectura, abriéndose a otros mundos y realidades, quizá la empatía se adueñase del presidente y entonces no lanzaría sus exabruptos y atrocidades que revelan su vehemente desprecio por la situación y problemas de desafortunados, inmigrantes, desamparados de la sanidad o su frívolo juego con la valiosa paz o libertad.
O sea, si el Presidente leyese o hubiese leído más, quizá no hubiese llegado a presidente pero lo que es seguro es que caso de llegar al cargo, sería mas respetado, aclamado y tomaría decisiones con mayor acierto. Negarse a leer es como negarse a abrir los ojos: se vive pero no se perciben ni captan otras cosas.
2. Veamos la segunda reflexión: “la falta de tiempo es razón que justifica no leer”.
Tampoco es excusa la falta de tiempo. Todos tenemos preocupaciones laborales, familiares, sanitarias o de mera convivencia que nos recortan el tiempo disponible. Sin embargo siempre tenemos tiempo para la tertulia, la película, el paseo o la siesta, y como no, para mirar con ojos fríos de vaca que observa trenes, una televisión que ofrece cosas que no nos interesan y que posiblemente no recordemos.
Tampoco parece faltarnos tiempo para atender nuestras necesidades básicas de alimento o sueño. Ni para echar gasolina al coche pero no tenemos para inyectar combustible a nuestra mente.
La clave radica en percatarnos de que alimentar el espíritu y la mente es robustecer nuestra capacidad de afrontar problemas y la lectura como fuente de experiencias, como estímulo a la imaginación, como mejora del lenguaje y del razonamiento, es una necesidad básica. Se trata de organizar el tiempo. Ni más ni menos. Y organizar el tiempo requiere paradójicamente “dedicar tiempo” a organizarse. Pararse y reflexionar sobre las prioridades de nuestras ocupaciones. Cosa que siempre dejamos para mas adelante.
Es muy fácil dejarse llevar por la comodidad del mantra urbano del siglo XXI, “no tengo tiempo”, cuando lo único en que consiste la vida es en un regalo de tiempo. Ese tiempo puede consumirse o invertirse, y bien está el ocio, pero mejor será invertir el tiempo en una de las actividades mas rentables del ser humano, la lectura como semilla para educarse y formarse.
Jamás ha existido tanta información y jamás se manejó con tanta frivolidad. La información que se ofrece en internet y en artilugios electrónicos me recuerdan los buffets de los hoteles turísticos: coma de todo, en la cantidad que quiera sencillamente porque es gratis o va incluido en la “tarifa plana gastronómica”. El resultado es picoteo de tanteo y derroche, desastre nutritivo, exceso… y nada que recordar más que la pesadez, indigestión o desequilibrio alimenticio.
En cambio, la lectura equivale al restaurante casero, donde acudimos porque ha sido preparado con esfuerzo y pensando en el cliente lector, donde nosotros nos alimentamos de las palabras con parsimonia y donde podemos vivir situaciones y paladear experiencias ajenas y mundos inaccesibles sensorialmente; o sea, un libro es un restaurante que elegimos por su calidad, y decidiremos si volver, pero que siempre recordamos y forma parte de nosotros.
3. Por eso, hay que darle la vuelta a la torpe afirmación del Presidente Trump, y decirnos para nuestros adentros: “Si alguien como Trump piensa que la lectura no es una prioridad, creo que debo reorientarmente de inmediato a organizar mi tiempo y asomarme a los libros”.
Es más, podemos incluso felicitarnos de que Trump no dedique tiempo a la lectura, pues solo faltaba que alguien imprudente se ilustrase, pues sería como dar armas mortíferas a un cavernícola.
Quizá leer no ayuda a triunfar, pero sí a vivir mas intensamente. Da igual ensayo que novela o teatro. Incluso un simple poema puede hacerte sentir vivo o diferente. Fácil, barato y adictivo. Además leer sin propósito específico provoca siempre beneficios. Quizá soy cándido, soñador o sencillamente agradecido por los buenos momentos e influencia de las lecturas de todo tipo de mi vida.
Y lo digo, mientras escribo esto tras haberme leído en una cafetería de la estación de Córdoba dos divertidas escenas de El inspector, obrita de teatro de Nikolái Gogol en que con humor despacha los resortes de la conducta humana con chispazos que nos resultan familiares pese a la distancia geográfica y temporal de la trama.
Desde la mesa del café puedo ver un chico con una enorme mochila enfrascado en navegar con su móvil, una pareja que toma café mientras igualmente cada uno se afana en fijarse en su respectiva pantallita, y mas allá un matrimonio maduro no tiene nada que decirse ni nada mas gratificante que vigilar sus propias maletas. Nadie en el atestado local tiene en la mesa o bajo el brazo libro alguno. Curioso como de este lado del Atlántico hay seguidores de Trump sin saberlo…
Y es que los que no leen literatura no saben lo que se pierden…
Desde que nacemos sabemos que EL MUNDO ES UN MISTERIO y que toda nuestra vida no es sino el camino a través del cual intentamos desentrañarlo, entenderlo, compartirlo, disfrutarlo y, en no pocas ocasiones, sobrevivirlo, hasta que nos llegue la hora.
Sin embargo, EXISTE UN LUGAR QUE NOS FACILITA LA LABOR. Carece de fronteras y control. Es de acceso y permanencia libres. Y tan generoso y atento que, cuando lo visitas, te regala un fruto muy sabroso, con propiedades antioxidantes para nuestro cerebro (personalidad y espíritu), que evita que éste se adocene y envejezcan sus células; combate la estupidez (propia y ajenas), la manipulación y el engaño; crea una gruesa barrera protectora frente a estados de opinión, ambientes y actuaciones en general, públicas o privadas, contaminados/as por mentiras, prejuicios, soflamas y/o intereses -espurios y nunca inocentes- siempre ocultos bajo su planteamiento; ayuda a forjar o tener propio y fundado criterio, a encontrarnos (conocernos, comprendernos, descubrirnos y hasta perdonarnos), a divertirnos (favoreciendo con ello un sentido positivo de la vida, dulcificando nuestro carácter y atemperando nuestros problemas), a instruirnos (y de esta forma mejorar como personas, como profesionales y como seres sociales) y a defendernos de las agresiones de todo tipo que recibimos a diario.
Ese lugar es LA LECTURA y sin el mismo estamos sencillamente muertos. O muertos en vida que es peor.
Del mismo modo que resulta inconcebible manifestar como excusa que no se respira o no se come porque no se tiene tiempo, también lo es aducir que no se lee por igual razón. En ambos casos mentiríamos. Y estaríamos muertos. En el primer caso, como individuos, por falta de oxígeno o comida. En el segundo, como seres racionales, por falta de los imprescindibles cuidados y alimentación que sólo da la lectura, pues sin ellos pasamos a ser meros «individuos masa», completamente domesticados y silenciados por el poder y la sociedad y sometidos a sus vaivenes, control, capricho e interés.
Gracias al maestro Chaves hago todos los días una visita a ese lugar (sus distintos blogs), tomo de su fruta y consigo mantener viva la parte racional y más humana de mi ser.
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