El tópico de consolación de que «lo importante no es ganar sino participar» lo tuve que volver a emplear con mi hijo de nueve años ante otra derrota en la competición de baloncesto para infantiles.
Lo curioso es que ese dicho vale para todo en la vida, pues vale para una discusión donde lo importante es poder intervenir con tus ideas (aunque no te den la razón), o para una reunión de trabajo donde importa no ser convidado de piedra (aunque los asistentes miren el reloj cuando tú hablas), o para aspirar a enamorar a alguien (aunque recibas calabazas y se te hunda el mundo a tus pies), o para optar a un empleo codiciado (aunque se lo den a un pariente del seleccionador)… lo importante es participar, porque si participas es que existes… y eso ya es mucho.
Pero la importancia de participar y la motivación la aprendí precisamente practicando deporte en la juventud.
Y para explicarlo, nada mejor que tres anécdotas, tal y como las relaté en mis memorias de la EGB, experiencias simples pero reales, que a mi juicio equivalen a varios libros de autoayuda modernos.
1. La primera experiencia, un poco cruel.
Tengo que decir desde mi punto de vista personal como anécdota que, pese a mi escasa estatura, me apunté a baloncesto y el profesor de gimnasia descubrió alguna virtud para ello en mi agilidad. Tras un mes de entrenamiento sacrificando las tardes y algún sábado, tuvo lugar el primer encuentro competitivo con otro Colegio y para mi sorpresa, me pasé todo el partido en el banquillo, pese a mi mirada suplicante al entrenador. Lo entendí, no era mi hora. El sábado siguiente, tras entrenar por semana, acudí debidamente equipado al encuentro, y nuevamente me pasé en el banquillo. Ni qué decir tiene que en los últimos minutos del partido rumié mi decisión: le dije adiós a tal deporte y que “no contaran conmigo”. Pese a los ruegos del profesor para que siguiese en sus filas, mi dimisión fue irrevocable. Al menos el Colegio Loyola me había enseñado a ofrecer la otra mejilla ante el agravio pero cuando se acababan las mejillas y la paciencia uno era libre de seguir su propio camino.
Esta anécdota me demostró la utilidad de la empatía que tienen que tener los profesores, jefes y cualquier persona con poder sobre otra. El profesor de gimnasia estaba cegado por el fin colectivo y no le importaban los minutos de gloria de un colegial como yo.
Si se hubiese puesto en mi lugar, o si se hubiese fijado en mi mirada ilusionada y angustiada desde el banquillo, posiblemente con un mínimo de sensibilidad, me hubiese enseñando que el deporte es un medio y no un fin en sí mismo. Un medio para divertirte con otros, para entretenerte, para descubrir el trabajo en equipo y el liderazgo.
Sin embargo, me enseñó que hay personas que ocupan puestos con nula sensibilidad, y sobre todo, me enseñó a adoptar decisiones para defenderme y buscar mi rumbo. Si hubiese seguido entrenando dócilmente y aguantando en el banquillo, quizá me hubiese modelado como un cordero servil, sin autonomía y pusilánime. Así que, gracias a esa prueba pude reorientar el rumbo.
La moraleja está clara: primero, esforzarme en cultivar la valiosa empatía (colocarse en lugar del otro); segundo, luchar por tu dignidad ( si tú no lo haces, pocos lo harán).
2. La segunda experiencia fue mas dura.
También participé en el equipo de cross-country o carreras campo a través, lo que me facilitó correr como un descosido en varias competiciones regionales. Merece la pena recordar lo que me sucedió en el campeonato de Asturias que tuvo lugar en Gijón. Se trataba de recorrer casi 5 kilómetros por todo terreno. La carrera se iniciaba dando dos vueltas a la pista de atletismo para luego foguearse por un itinerario montaraz de hierba y barro. Era el campeonato escolar regional y por tanto había más de 300 personas agolpadas en la línea de salida.
Como era pequeñito logré situarme en primera línea de salida, y cuando sonó el pistoletazo intenté echar a correr como alma perseguida por el diablo. Sin embargo, el diablo o una legión de ellos me atraparon pues en el mismo momento de la salida me sentí aferrado por anónimas manos, pisoteado por claveteados pies y zarandeado por los atletas. Era como la caída de los caballos del Derby de Glasgow. No podía levantarme pero tras pasar la manada y mirar desde la tierra a mi alrededor comprobé que otros gladiadores habían caído en la misma salida. Escupí sangre, me levanté por el resorte que da la indignación y utilizando la adrenalina de la rabia corrí como Forrest Gump, corrí y corrí a toda velocidad, y aunque la estrategia de la carrera pasaba por dejar las fuerzas reservadas para el tramo final, apliqué toda la velocidad que puede durante los casi cinco kilómetros de la prueba, con el insólito resultado de que logré el mejor resultado de mi efímera historia como atleta: llegué el número 19 en los campeonatos escolares de carrera de campo través en Gijón. Sucio, ensangrentado, camiseta y calzones ajados, y jadeando como jabalí reventado, pero lo conseguí.
Con eso aprendí el valor del amor propio. A levantarte cuando te caes o cuando te tiran. A descubrir que el potencial de rendimiento que tenemos se activa cuando está en juego nuestra dignidad o nuestros sueños. Descubrí, como Zaratustra, que lo que no te mata, te hace mas fuerte. Y eso me ha sido muy valioso para afrontar los contratiempos de la vida, sin arrugarse. Para plantar cara, aunque te la partan. El valor de la motivación y como el coraje nos ayuda a obtener resultados inesperados.
La moraleja es evidente: si no luchas, si no lo intentas, tu autoestima bajará, pero si lo haces aunque no lo consigas, se mantendrá intacta.
3. La tercera experiencia fue mas divertida.
Unos bajos del edificio eran la cantera de la gimnasia deportiva o acrobática. Bastaba con una camiseta roja y un pantalón corto, ya que los chándal era producto de lujo. Y allí, un grupo que no alcanzaba la docena, nos pasábamos dos o tres tardes a la semana rodando por colchonetas, colgados de anillas y barras o tropezando con el potro de saltos.Participé en muchas competiciones, locales y autonómicas (e incluso en una nacional, el Campeonato que tuvo lugar en 1977 en Vitoria, donde puedo decir con festivo orgullo que de 80 participantes quedé… entre los tres últimos, pero eso sí, el primer y único gimnasta con gafas de toda la competición).
He ahí la importancia de participar y no ganar. Recuerdo aquélla experiencia del Campeonato Nacional como un acontecimiento. Una nube de deportistas de toda España, entrenadores, la prensa, la única televisión y mucha seriedad. Y allí estaba yo, un adolescente que a duras penas realizaba los ejercicios obligatorios y cuyo entrenamiento escolar tenía lugar en condiciones tercermundistas (una paralela rota lo que obligaba a apoyarse prudentemente en la única sólida; unas anillas atadas a las vigas del techo y sin colchoneta para aterrizar, una barra fija en que al balancearte golpeabas otros aparatos, etc). Estábamos intimidados. Sobre todo yo, que tuve ese curioso honor de ser el único con gafas. Algo es algo.
Así que aprendí que todo lo malo tiene algo bueno. Que si se participa en algo, sea una competición o un trabajo, ya demuestras que estás vivo y que cuentan contigo. Y sobre todo, aprendí a ver el lado positivo de las cosas. Como no tenía esperanzas de ganar ni quedar finalista, no me decepcioné pero me llevé la grata sorpresa de ser el campeón de España de gimnasia en la modalidad «gafas», lo que ya es algo. El que no se contenta es porque no quiere.
Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo (…) Se trata de crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, en el valor educativo del buen ejemplo y en el respeto universal de los principios éticos fundamentales.
También le digo a mis hijos que lo importante no es ganar, es pasárselo bien… Que también es importante.
Gracias JR
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