Reflexiones vigorizantes

Sentido y sensibilidad en tiempos fríos

charlotVivimos tiempos fríos, veloces, ruidosos e insensibles. Sé que no descubro el océano afirmándolo pero no puedo impedir pensar en el frío emocional que impera cuando los compromisos, las responsabilidades y el estrés son la coartada para no mirar lo que se esconde bajo la alfombra de la vida cómoda.

Nunca tuvimos tanta información de lo que pasa y nunca nos importó tan poco lo que pasa. En el pasado las campanas redoblaban para avisar de una emergencia o una desgracia. El boca a boca comentaba los sucesos y el asombro o la desesperación afloraban. Pocas noticias, pero rumiadas y sentidas. Ahora internet, la radio, la televisión y la prensa son un bombardeo de noticias duras que entran por ojos y salen por los oídos, o viceversa, sin detenerse en el corazón.

pensarNo soy una excepción. Cada día me noto más insensible como muchos otros adultos que priorizan sus problemas sin pensar en los de los demás. Pasamos de largo entre titulares espeluznantes de los periódicos “porque es habitual”. No nos detenemos a leer el cartel del mendigo “por no ser nuestro problema”. No escuchamos a los desconocidos por aquello de “pagar justos por pecadores”. O nos acostumbramos a ver inmigrantes caídos, ahogados o maltratados por una vida que no eligieron, “porque es un problema global”.  ¡Hala!. Acallada la conciencia, ya podemos dormir a pierna suelta.

Aparcamos a los ancianos “porque así es la vida”, y aparcamos a los niños “con el móvil”y nos aparcamos nosotros en el sofá “con la televisión”.

Frivolizamos con el amor, frivolizamos con el sexo y frivolizamos con el “seso”.

Escuchamos el tumor, el ataque cardíaco o la neumonía del vecino con el alivio de quien pasa a salvo por un campo de minas.

Nos enteramos con curiosidad de zoólogo de padres de familia, estudiantes o artistas que al día siguiente se metamorfosean en psicópatas o malvados.

Vemos gobernantes corruptos, sacerdotes pedófilos, policías venales, jueces frívolos, erupciones, terremotos o atentados como quien se asoma a la sección de monstruos del museo de cera: cuando se acaba la visita, se acabó la emoción.

Ahora pienso en lo acertado de aquél título de la canción “malos tiempos para la lírica”.

elefantitoY también pienso con añoranza cuando era niño, cuando lloraba y cuando sentía el daño ajeno como propio. Cuando me conmovía leyendo un cuento de Dickens. Cuando todo me parecía curioso. Cuando jamás me aburría. Cuando hacía tonterías porque jamás me parecían tonterías. Cuando se me encogía el corazón al ver alguien desgraciado. Cuando entregué de niño mi plátano de la merienda a una mendiga y me sentí el rey de la creación. Cuando pensaba que había un cielo y un infierno y lamentaba no ser tan bueno para merecerlo. Cuando mis seres queridos se iban “al cielo”, sin plantearme como era posible un hotel tan grande ni preguntarme cómo me las arreglaría para saber la dirección de mi abuelo fallecido en un hospital.

Y en estas estaba cuando me enteré casualmente navegando por la red, de una heroicidad que me devolvió la entereza e iluminó el corazón. Unas gotas de cuento de navidad. Un poco de lentitud y sentimiento. Se trata de un caso que sucedió hace casi un siglo pero que me enternece y recuerda que somos humanos y quiero compartir para los que no conozcan.

billySe trata del caso del boxeador americano Billy Miske (1894-1924), más real que el de Rocky y más estremecedor, y que nos enseña a no quejarnos de la vida y la suerte. Era un boxeador notable pero no excepcional, que fue diagnosticado de una enfermedad terminal de riñón por su médico que le dio cinco años de vida y que se retirase del boxeo porque si seguía castigando los riñones el plazo se acortaría.

Pero él sabía que su familia le necesitaba económicamente, así que nadie supo de su enfermedad y siguió subiendo al ring, hasta que fue noqueado en el tercer asalto por el legendario Jack Dempsey (pese a que su secreto iba por dentro).

Así y todo, fue perdiendo el favor del público y con la salud carcomida, pero suplicaba peleas a sus promotores cada vez más modestas. No estaba en condiciones de pelear, no entrenaba y estaba débil, pero necesitaba dinero para no dejar a su familia en la miseria así que consiguió concertar una última pelea, apenas podía caminar y sostenerse, pero consiguió eliminar de un gancho a su oponente en el cuarto asalto. Con los 2.400 dólares rescató los muebles que tenía empeñados, compró unos juguetes para sus hijos y un piano para su esposa. Al día siguiente llamó a su manager para que le llevase al hospital y fallecía una semana después a los 29 años, el día de año nuevo. Entonces se supo lo que había hecho en los últimos años. Una historia sobrecogedora. Pero me impactó y la comparto.

captura-de-pantalla-2017-03-01-a-las-18-22-44Por eso, la motivación proporciona la alegría de vivir y viceversa, pues la alegría de vivir es nuestro mejor embajador para nuestra satisfacción personal. Si nos falta el reto, la ilusión, el sueño, la meta, el amor o la conquista intelectual o deportiva soñadas, seremos como gallinas correteando con la cabeza cortada, y dando la razón a la simple pero convincente afirmación del gato de Cheshire: “Para el que no sabe donde quiere ir, cualquier camino es bueno”.

En fin, hoy tocó tocar la fibra sensible. Hay que estar en el medio, como aconsejaba el político francés Charles Maurice de Talleyrand: “Demasiada insensibilidad te hace un canalla y demasiada sensibilidad te hace infeliz”.

2 comentarios

  1. Para mí sus artículos son como los viajes. Se inician con una cierta y nerviosa incertidumbre sobre qué sorpresas (en forma de ideas, reflexiones, historias, sentimientos y sueños) me depararán. Y finalizan con nostalgia porque terminan y se me hacen cortos.
    El de hoy es especialmente inspirado. Que es lo mismo que decir que muy trabajado, muy sentido y -probablemente- muy sufrido. Y si la sensibilidad es el motor de la escritura, créame, hoy más que nunca, por la justeza de sus palabras, la agudeza de sus reflexiones y la historia redentora escogida, ha acertado.

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