Me llama la atención el éxito de la iniciativa emprendida en un pueblo de San Francisco donde llevan tres años organizando un campamento de gran éxito para adultos con unas reglas tan sencillas como inflexibles.
No se pueden usar nombres reales ni revelar la edad. No se puede hablar del trabajo ni beber alcohol y están absolutamente prohibidos los móviles, ordenadores y tabletas, así como los relojes.
En contrapartida, los entretenimientos analógicos disponibles son los clásicos y sin límite: talleres de pintura, escritura creativa, fotografía analógica, juegos, bailes, excursiones. Se requiere una buena actitud y fotos familiares.
El lema de la organización Digital Detox es delicioso: desconectados para desconectar. Me encanta la meta de su fundador que persigue
Ofrecer a las personas la oportunidad de formatear sus discos duros personales y crear una relación más equilibrada con la tecnología.
Estupendo pero también penoso…
Me parece estupenda la valentía de reconocer que se necesitan espacios liberados de la carga tecnológica y de la prisión del tiempo. Y además pagar por ello (quizá con tarjeta, aunque lo lógico sería pagar en especie, con trabajos en la comunidad).
Este nuevo modelo de negocio, que tiene mercado creciente y pronto se implantará en España, me recuerda:
- Una cárcel, puesto que hoy día cuentan con entretenimientos y ausencia de tecnología y nadie está obligado a hablar de su vida, y se fomenta la vida en comunidad.
- Un monasterio, donde se alquila por temporadas a ejecutivos para alejarse del estrés.
- Un campamento juvenil de boy-scout, donde se jugaba a ser mayores, pero ahora a la inversa, se juega a ser niños.
- Unas jornadas de ejercicios espirituales, de aquellas que nos reunían para esforzarnos en mirar hacia nuestro interior, y disfrutar de la tranquilidad.
El problema de fondo es real, porque soy de los que piensa que móviles, tablets y ordenadores (a los que estoy enganchado, lo reconozco) nos dan calidad de vida pero al alto precio del riesgo de oxidar nuestra capacidad emocional y relacional. A los usuarios compulsivos de tecnología nos acecha menor sensibilidad y menor sociabilidad. Y este resultado creo que pasará peaje carísimo a la generación venidera.
Además la tecnología aproxima otros mundos que antes no conocíamos, y nos bombardea con datos que generan necesidades que no se tenían, con la consiguiente angustia por poseer otras cosas, por mejorar la figura, por ser atractivo, por cautivar personas, por dominar situaciones inalcanzables, o por obtener un éxito que es un espejismo.
Admitido el problema, prefiero refugiarme en tres escenarios que me alejan de la sobrecarga de lujo y tecnología y de la prisión del tiempo.
El primer método, es accesible, asequible a todos los bolsillos e infalible. Se trata de la lectura de un buen libro que te atrapa, te traslada a otro mundo y ocupa nuestra mente en aventuras, emociones y reflexiones lejanas de lo cotidiano. Un viaje de la mano de los protagonistas, en que otros lugares, espacios y emociones te envuelven. Personalmente, ya he confesado que he aparcado el reposo nocturno de sofá frente a la televisión y he recuperado la lectura nocturna en cama y en silencio, que es la puerta hacia el espacio de mi elección (histórico, ficticio, mundanal, ecológico, urbano, etc), por el tiempo que desee. Maravilloso. Una ventana por la que pocos se asoman y que brinda la serenidad y relajo al cerebro que todos necesitamos. Además, personalmente me encanta antes de dormir, repasar lo leído con la mente suelta y así suavemente voy a los brazos de Morfeo.
Es verdad que una imagen es mas cómoda que mil palabras pero también que unas palabras leídas te brindan miles imágenes y tú gobiernas su diseño y uso. Y que nadie se escude como Donald Trump en la milonga de falta de tiempo para leer.
El segundo método es mas pragmático. Me voy a mi pequeña cabaña con ridículo jardín, entre montañas y con el rumor del río (en el pueblecito astur de Cenera). Allí no hay cobertura de móvil, el tiempo se detiene, el bosque te habla, y la gente es sencilla y cordial. Puedo observar un caracol o las lagartijas mientras una botella de sidra me acompaña y dejo que los rayos del sol me bañen cuando hace sol, claro. También ayuda el reto de intentar con una guadaña luchar a brazo partido con ortigas y espinos, sin técnica alguna y mientras me ataca la alergia al polen. Y es que de lo bucólico a lo ridículo hay un pasito, pero divertido lo es (al menos cuando termino).
El tercer método es mas social. Una reunión con los amigos de toda la vida, o los que te acompañan en cada etapa con franqueza y a los que ya conoces y te conocen. Sin orden del día y sin mas compromiso que llevar la sonrisa puesta, y en que hablas y escuchas tonterías, y aprendes o enseñas, sin reproches ni prisas. No las comidas de trabajo ni los compromisos de ágapes con agenda y reloj implacables. No.
Me refiero a esas ocasiones en que un grupo de amiguetes nos reunimos, como tantos otros, para repetirnos las historias o para jugar a creernos que no envejecemos. Ese sentido de grupo selecto, formado por personas que harían cosas por ti sin pedir nada a cambio, y que no pondrían excusas para acudir a tu funeral, ese grupo (clan, lobby o manada) es el nido que mayor tranquilidad y evasión proporciona.
O sea, creo que no debemos buscarnos paraísos artificiales para evadirnos de la realidad. Ni lanzarnos a comprar y coleccionar objetos inútiles. Por supuesto nada de drogas ni deportes de alto riesgo. Ni pagar por cárceles de papel.
Mejor que cada uno busque su espacio de evasión. Sin angustiarse por ello. Y cuando se encuentren esos momentos “desconectados”, entonces, se produce una especie de integración con el universo, todo cobra sentido, y las baterías de la energía se nos llenan. No es filosofía barata ni milongas orientales. Sencillamente haga el esfuerzo de recordar la última vez que se sintió relajado, feliz y sin prisa. No abundan pero se sienten.
En esos escenarios se altera la percepción de los problemas, se valora mas lo inmediato y lo simple. Es curioso que si los sentidos perciben sosiego, el corazón siente sosiego. No puedo menos de recordar la frase favorita de Felipe II, y que todos deberíamos decírnosla en nuestro fuero interno: “Sosegaos, sosegaos”.
Y tras este “yoga casero” ya estaremos dispuestos nuevamente a lanzarnos a la vida urbana, a conectarnos por internet, a deshumanizarnos, a apresurarnos, a ocupar la mente en todo lo que nos preocupa pero no importa…
Lo importante como señalé en su día es que seamos capaces de levantar la vista del móvil y los auriculares… hay vida ahí fuera.
Nada como el yoga, estimado Sevach. Desde que lo practico, hace más de diez años, creo que he cambiado bastante como persona. Te aporta confianza, espiritualidad, introspección, comprensión, flexibilidad. Hasta como Abogado soy distinto. Se ven las cosas -los reveses, las alegrías- con mayor distanciamiento.
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Pues me alegro que hayas buscado y encontrado ese sosiego. Yo creo que mi yoga es mas casero, y no merece el nombre, aunque tampoco es el que Cela calificaba de «yoga ibérico» (la siesta). Un saludo
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