No soy de los que realizan el camino de Santiago con gran esfuerzo, arrobo y fe. Tampoco soy de los que se atiborran de paellas, cerveza y holganza en las terracitas del Mediterráneo.
No pertenezco a la secta de los que leen libros de autor, adictos al cine independiente, adoran los documentales de la 2 y no dejan museo o exposición por visitar, aunque tengan que estudiarse el folleto para comprenderla.
Ni soy de los que creen en esas medicinas del alma de moda, de nombre exótico: mindfullness, coaching o cursos de milagros y otros inventos con mas ruido que nueces. Tampoco soy de los que confían ciegamente en la naturaleza y huyen de vacunas, se entregan a la homeopatía, adoran el nudismo y son capaces de meditar sin dormirse.
Estéticamente no me veo en el espejo como un graffitero ambulante con cuerpo cargado de tatuajes o herrajes y camiseta de camionero. Pero tampoco encajo en atildado y pretencioso vendedor de humo, con bigote y pelo recortaditos embutido permanente en traje clásico.
No me tengo por afectado o pedante pero tampoco por quien confunde la libertad con ser maleducado. Ni soy anarquista ni meapilas, como tampoco soy pendenciero ni tengo horchata en las venas.
Pues, no. No encajo en esos grupos. Soy del montón. Y eso es un grave problema.
El problema es que los del montón cada vez somos menos. Tengo la personal sensación de que en los tiempos actuales los habitantes de sociedades avanzadas (y digo avanzadas y no civilizadas porque me tempo que no van parejos esos rasgos) somos dueños de las mayores cotas de libertad de la historia, para hacer y ser lo que queremos, para vivir a nuestro antojo y marcar nuestro propio presente y destino.
Pero paradójicamente percibo que la mayoría de la juventud (y de esa juventud que ya va siendo adulta pero sigue viviendo como jóvenes que no son), busca la imitación del grupo, la manada o la imagen de otros, como buscaría un polluelo salido del cascarón acompasar el paso con otros patitos. Se busca ser original encasillándose en lo que nos sirven las nuevas tecnologías de la información.
En efecto, la oferta de tribus, grupos, modas y roles nos la ofrecen las tablets, los móviles y sus tentáculos: las redes sociales, las plataformas de videos, los instagram, los snapchat, los guasap, los emails y demás. Lo visual, lo inmediato y lo chusco nos inunda y nos invaden con mas eficacia que los bárbaros al imperio romano.
Además aceptamos ya pastores del rebaño bajo etiquetas que nos resultan familiares y de confianza; youtubers, influencers, instagramers…
Creemos que las tecnologías de la información nos liberan y realmente nos conocen, pero arteramente nos dominan, condicionan y hacen caer en las redes de su marketing comercial y social. Me temo que realmente son tecnologías de la deformación, como las plantas invasoras en la naturaleza que son vistosas pero acaban exterminando las autóctonas y sanas.
Cuando era adolescente (más bien adultescente) me impresionó la película “Los invasores de los ladrones de cuerpos” (Philip Kaufman, 1978) en que del espacio sideral llegaban unas semillas que se apoderaban de los cuerpos de los humanos mientras dormían y despertaban con apariencia exterior de ser humano pero sin emociones, sentimientos y adaptado a rutinas mecánicas.
Sin ser catastrofista, y a título de licencia expresiva, creo que la invasión de nuestros cuerpos no procede de semillas del espacio exterior sino del bombardeo audiovisual que nos invade y consigue que cada vez se lea menos, se mantengan menos tertulias, se mire menos a los ojos, se planifiquen menos viajes o encuentros sociales que trasciendan la gastronomía o el aturdimiento o se hable menos en pareja o grupo porque el móvil tiene mas que decir. En suma, parecemos adictos a un inquietante eslogan publicitario: “piense menos y goce más, sin relacionarse se vive mejor”.
Me temo que sigo siendo del montón pero cada vez el montón de los que son como yo es mas pequeño. Si la tendencia sigue acabaré disimulando como un intruso entre cascarones vacíos, aunque pensándolo bien quizá soy yo el equivocado y se vive mejor siendo uno de ellos.
Y colorín colorado esta es la reflexión de mañana de domingo tras un paseo la noche del 1 de Julio por el paseo de Levante en Benidorm y aledaños, al filo de la medianoche. Sí, yo soy ese padre que aferraba a sus niños mientras el bombardeo de luces, sonidos y paseantes exóticos nos invadía. A un lado, el botellón, al otro la exhibición, gula y tecnología, holganza y letargo, todo desaforado hacia ninguna parte. Me impresionó.
Sí, yo soy un padre del montón… quizá del montón paranoico. Quizá de los que se hacen viejos. No digo que no, pero soy feliz pensando en libertad.
Si fuera cierto que es Ud. del montón, nos iría, a lo mejor, de cine como sociedad. Y aunque tampoco me gusta dramatizar, porque hay mucho bueno, creo que sí se puede decir que las cosas son muy mejorables, como se describe en su artículo. Como se dice en uno de los diálogos de la magistral «Waking Life» de Richard Linklater, uno puede preguntarse, a partir de la contemplación, cuál es el mayor rasgo de la humanidad, si la pereza o el miedo. Definitivamente, no es Ud. del montón, más bien todo lo contrario. Con el ejemplo se predica bien, no con las palabras. Un cordial saludo.
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Yo…no soy del montón. …prefiero el ruido del mar…y el sonido de los pájaros al de la television..
No quiero ser de ese montón
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Intentar definirse hoy en día es muy difícil. Tanto que para ello resulta más comprensible hacerlo en negativo, es decir, por lo que no somos, que en positivo, esto es, por lo que somos. Y es que nuestra actual sociedad tiende a reducir lo individual a la mera pertenencia a un determinado grupo.
Por eso, si hay algo que no es usted, por una vez permítame precisarle, es del montón. Pues si algo hace es marcar diferencia. Del montón, lo que se dice del montón, es la gran mayoría que sigue a cualesquiera de esos grupos que engloban dócilmente gustos, consumos y costumbres que se nos venden y/o imponen como normales (y, no pocas veces, exclusivos).
Supongo que en esta sorda lucha por mantener la individualidad habrá momentos en que sentirá miedo y vértigo, al igual que lo sentían los «no» invadidos por ultracuerpos en la estimable película que menciona (remake del clásico «La invasión de los ladrones de cuerpo» -Don Siegel, 1956-), para no ser «localizado», señalado y perseguido por diferente. Pero, si le consuela.Un gran número de personas, bajo la apariencia de pertenecer al montón (como le sucede a los protagonistas de la película), seguimos luchando por mantener nuestra identidad personal armados de conciencia, discreción y prudencia.
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Gran reflexión.
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Me parece una muy buena reflexión con la que no podría estar más de acuerdo y que coincide con otra que me toca repetir muy frecuentemente: lo que consideramos normal cada vez resulta más extraordinario. Vamos que, en efecto, el montón es cada vez más pequeño… y menos montón.
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