Lobos disfrazados

Mal negocio a la hora de pagar: desenfundar el primero

no pagar dudasEse es un mal negocio. Lo digo por experiencia. Por algún error genético no le doy mucho valor al dinero. Solo lo justo, de manera que en el mundo de las pequeñas transacciones el dinero se me cae por el agujero de la mano porque no me detengo a la hora de comprar libros, objetos curiosos, cachivaches o caprichos, siempre que su precio sea de escasa cuantía.

Y por lo mismo cuando corresponde tomar unas cañas, vinos o raciones, tampoco reparo en si me toca pagar, ni en si lo que corresponde se ajusta matemáticamente a lo consumido. En ese momento, no llevo una calculadora en la cabeza, ni soy el cobrador del frac, sino que tengo la mentalidad tribal, por lo que si lo paso bien y la compañía es agradable, resulta secundario y hasta chusco detenerse en examinar la cuenta para repartir costes.

No. El problema viene por esos conocidos y amigos, que los hay (aunque afortunadamente como las ovejas negras, escasas), que tras el jolgorio, la reunión festiva, las segundas rondas, se quedan paralizados con los brazos y no son capaces de sacar la cartera. En jerga astur, «azorran» o se «escaquean». Vulgo: caraduras.

Veamos el problema en sus justos términos…

1. No me refiero lógicamente a las relaciones de pareja, cuando la caballerosidad o el jugueteo y complicidad amorosa borra la separación entre cuentas y el dato de quien paga. Tampoco me refiero a los casos de amigos o compañeros que pasan apuros y que deliberadamente te adelantas para no dejarles en evidencia.

No. Me refiero al gorrón ibérico, una especie única y que está “en peligro de expansión”.

2. Hay que distinguir entre los tacaños, que son los que no gastan o gastan poco, pero que pueden no ser parasitarios, y los gorrones, que son tacaños con los demás, pues intentan aprovecharse de los otros. En su día indiqué que el término “gorrón” tiene su origen en los estudiantes de la Edad moderna en la Universidad de Salamanca que por su origen humilde calentaban el asiento a los ricos, sentándose en el frío banco de madera antes de su llegada. Se les llamaba “empollones” por su labor y “gorrones” porque tras su labor extendían la gorra para recibir la voluntad por su trabajo.

tu3. Conozcamos sus estrategias de cacería, propias de ave que roba los huevos de nido ajeno.

Una estrategia es irse quedando en la retaguardia mientras otros nos aproximamos a pagar o pedimos la cuenta. Ellos saben que quien pide la cuenta al camarero suele ser quien la recibe y tendrá que afrontarla.

Otra estrategia es disimular y hacer que llaman por el móvil o irse al baño o mirar las paredes, esperando que alguien tome la iniciativa.

Pero la mejor es quedarse quieto con la mirada perdida. Se hacen invisibles o se mimetizan con el ambiente para dejar que pase la hora de pedir la cuenta. Hacen falta muchos años de gorronear para dominar la técnica, pero hay auténticos profesionales.

4. También suele cambiarle el apetito en función de si antes de iniciar el almuerzose decide si paga cada uno lo que consuma, o si se paga a escote lo que salga de promedio. En el primer caso, ajustará el consumo a lo mas barato; en el segundo, hará acopio interno de provisiones y bebidas cual camello antes de pasar el desierto.

5. Recuerdo en la adolescencia cierto amigo de entonces que siempre rechazaba pedir caña, vino o pincho so pretexto de que no tenía ganas, apetito o dolor de barriga. Al insistir los compañeros, se aferraba a un «no quiero», hasta que alguien le vertía las palabras mágicas: “¡Venga, que te invito yo!». Y entonces, ¡oh, milagro! Como el bálsamo de Fierabrás que hacía andar a los cojos y hablar a los mudos, mi amigo notaba recompuesto su estómago y trasegaba sin piedad, y su memoria grababa que le invitaríamos.

bolsilloTambién recuerdo a un antiguo compañero de carrera, a quien no veía en una década, y le propuse tomarnos un vino por los viejos tiempos. Así lo hicimos y mi amigo incluso se zampó un pinchito de tortilla, mientras hablábamos de los derroteros de la vida. A la hora de pagar me adelanté y extendí un billete de 20 euros para el cobro de los 6 euros. Entonces me dijo, con habilidad y cara ensayada de cordero degollado: “Perdona, ¿te importa si me quedo con la vuelta…? es que ando un poco alcanzado y me vendría muy bien”. Mientras me quedaba estupefacto, y sin esperar mi respuesta, mi amigo como Juan Tamariz había hecho desaparecer la vuelta en su bolsillo.

Nos despedimos, y volví a encontrármelo unos tres años después. Charlamos animadamente pero el no parecía recordar la deuda y yo no me atreví a recordárselo.

6. También me viene a la mente un sucedido del famoso Luis Roldán, el corrupto exDirector de la Guardia civil, del que me contó un testigo de la escena en que con ocasión de una comida con la cúpula directiva del ministerio, con seis comensales, a la hora de pagar, Roldán en un alarde de dignidad y austeridad dijo que aquello no debía cargarse al Ministerio y que bien estaba que cada uno pagase una parte, así que una división matemática saldó el pago en metálico por cada uno de su bolsillo. Eso sí, Roldan se quedó con la factura y luego la pasó como gastos al Ministerio. Negocio redondo.

7. Pero dejando estos casos de canallas, hemos de volver al gorrón ibérico, que lleva una calculadora invisible en la cabeza, que sabe dar pasitos adelante y atrás como en el baile de la yenka, y que consigue sortear el pago como el protagonista de Matrix esquiva las balas.

Cuando son rondas de pie en la barra, hay un cierto equilibrio y control de pagos, pero si el grupo que chatea es mayor de tres, es muy difícil que se tomen mas de tres rondas en barra, con lo que siempre alguien “se escaquea”. Basta con quedarse remoloneando. Y otro día, el contador a cero y vuelta a dejarse invitar.

carteraCuando son almuerzos o cenas, entonces se divide matemáticamente el monto final entre los comensales y no suele haber problema, aunque algún gorrón a veces no se resiste a indicar que él consumió menos (si le sale mal este alegato, en el futuro intentará aprovisionarse al máximo de lo que come y bebe para que le compense el pago).

Pero el contexto de sumo peligro es el de las copas tras la cena. Ahí ya la lengua se suelta, el andar tambaleante y todos somos muy grandes y rápidos para pagar. Menos el gorrón. El momento lo pide. Y entonces todos piden en barra pero no todos son iguales de rápidos para intentar pagar.

 Y es que el gorrón tiene muy poca memoria… para recordar que le han invitado.

8. Lo que ya es la bomba, es cuando se acuerda pagar a escote y se asiste al consabido espectáculo. Tras calcular alguien la cuota de pago a tanto alzado, otro lo comprueba en su calculadora de móvil, y comienza cada comensal a arrojar monedas y billetes sobre el mantel o la panera, con trueques y explicaciones («Luego pongo lo que me falta», «Tú ponlo por mí, que ya hablamos», «El otro día puse más…»). Aquí puede  darse el tránsito del gorrón al tahúr cuando aquél ladinamente no pone nada -o pone menos-  y espera a ver si salen las cuentas (confiando en que siempre alguien pone de más). A renglón seguido, al faltar alguien por poner, comienzan las miradas propias de las acusaciones para identificar el traidor en la bíblica última cena (¿seré yo, señor?). Cuando el gorrón atraviesa la línea roja para ser un miserable es cuando se queda rezagado al marchar y… ¡se lleva la propina!

Amigos9. En fin, que ninguno de mis amigos se de por aludido, entendiendo por amigo ese círculo de íntimos que adoro y con los que puedo ir sin cartera o perder la razón, que siempre son generosos e incondicionales. Mas allá de ahí, cada cual con su conciencia y memoria.

Y lo dicho no va contra el gorrón ocasional, sino contra el profesional, que lo lleva en el código genético.

Aunque lo cierto es que con la gorronería pasa como con la infidelidad al decir de Jacinto Benavente: “Ven antes el humo los que están fuera que las llamas los que están dentro”.

 

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