En plenas vacaciones me quedo perplejo, una vez más, de las paradojas que depara la vida. El que fuere 13 veces campeón del mundo de motociclismo Ángel Nieto falleció como consecuencia del golpe en la cabeza al caerse del quad que conducía por el impacto de un coche. El joven británico Marcus Hutchins que fue aplaudido por detener un agresivo ataque informático global, acaba de ser detenido en EEUU al finalizar una conferencia por ser creador de un malware o virus agresivo y devastador.
Y no digamos las paradojas o sorpresas que se delatan cuando la corrupción aflora, desde el que fuera mítico líder Jordi Pujol hasta el que fuere adorable Iñaki Urdangarín, pasando por el sindicalista Ángel Villa, que despojados de las máscaras han dejado al descubierto su terrible faz y condición canalla.
O cuando nuestros representantes, diputados en el Congreso, que deberían ser ejemplo de planificación y austeridad, han despilfarrado en nueve meses de 2016 nada menos que 726.000 euros en anulaciones de billetes, y paradójicamente los ciudadanos no acudimos a lapidarlos.
O la paradoja de futbolistas profesionales de élite que confiesan adorar el equipo, a la afición y el país de acogida, pero aprovechan la ocasión para defraudar tributariamente o para huir hacia otro equipo mejor postor. E igualmente la paradoja de buena parte de la afición que pese a estos desplantes de sus ídolos, y pese a que les cuesta llegar a fin de mes, aplauden los millonarios fichajes de personas que nada han aportado de enjundia para la ciencia, la salud o bienestar de la humanidad.
O cuando nos enteramos que el medallista de oro Ilias Fifa que afrontará el Mundial de Atletismo en Londres llegó a España de adolescente desde Marruecos escondido en un camión y durmiendo varios días en la calle.
Además no solo asombran las paradojas de la conducta ajena sino las de nuestra propia conducta… ¿cuántas veces no nos reconocemos en lo que hemos dicho o hecho?, ¿somos siempre lógicos?. No, rotundamente no. Por ejemplo, a escala personal las paradojas de este mismo verano abundan… ¿pedalear cada mañana por los caminos leoneses para ponerme luego morado de ancas de rana, costillas y otras delicadezas?, ¿traerme de vacaciones una docena de libros y varias decenas de películas que volverán tan ignorados como vinieron?, ¿encerrarme en un cobertizo para reparar engranajes, cortar maderos o diseñar artilugios pese a que se supone que estoy de holganza y pese a que soy un manazas?, ¿regañar a mi hijo adolescente por hábitos que yo mismo apliqué a su edad?, etcétera.
Dos son las breves reflexiones veraniegas que estos datos me provocan.
En primer lugar, me viene a la mente la frase de Walt Whitman, el poeta americano (1819-1892): “¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes).”
Y es que cada persona tenemos el regalo de una mente que evoluciona y cambia. Malo quien no cambia jamás de opinión, quien se atrinchera en el fanatismo irreductible o que alardea de mantener toda su vida una férrea rutina. Malo quien no es consciente de la propia complejidad y de que todos tenemos personalidad múltiple, no en sentido patológico, sino en cuanto tenemos distintas respuestas para cada situación que vivimos, sentimos o padecemos. Evoluciona la especie y evolucionamos nosotros.
En segundo lugar, me viene la frase de la canción Pedro Navaja, de Ruben Blade, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, ya que nadie tiene garantizados cien años de felicidad y sin sobresaltos. Las sorpresas acechan en el camino de la vida, a veces beneficiando y otras perjudicando, repartiendo premios y hachazos.
Personalmente, asumo esas dos limitaciones y confieso que me siento mas feliz. Y eso que paradójicamente no sé quien soy auténticamente. Si el vigoroso e inquieto tigre de Bengala de invierno o el perezoso león del Serengeti de verano… aunque quizá no descarto que sea un gatito doméstico con sus escaramuzas por tejados y calles.
Lo que realmente importa ahora es que disfrutemos de las vacaciones dejándonos llevar por instinto y emociones. Que sean las nuestras, y no las ajenas. Después no habrá tregua entre trabajo y rutinas varias.
Así que si nos gusta mirar el cielo, trasegar una cañita o un buen y lento desayuno, comentar las noticias o jugar a los bolos o contar espigas, pues adelante. No hacemos mal a nadie y somos libres.
El derecho a la pereza es el único que se conquista realmente tras la muerte, así que bien está en vida darnos el gustazo ahora.
Hay dos visiones antitéticas de lo que es la vida. Una, la de quienes entienden que es un tejido de hábitos y de repeticiones continuas de papeles y figuras diversas a lo largo del tiempo (Vgr. padre, amigo, esposa, hijo, trabajador, jefe, vecino, etc.). Planteamiento excesivamente robotizado y carente de matices que parece más bien corresponderse con el mantenerse con vida, pero no con el vivir. Y otra, la de quienes consideran que la vida es una mezcla de contradicción y sorpresas. Posición maximalista que parece olvidar que ésta en su estado natural (día a día) es coherente y previsible y que no cabe hacer pasar lo excepcional e inusual (los sobresaltos y cambios o reacciones más o menos puntuales, paradójicas e impredecibles que presenta/mos) como ordinario y cotidiano.
Sea como fuere, no hay receta de la vida que vaya bien para todos. Ni caben ensayos o vacunas frente a la misma. Porque, cuando menos lo esperas, te coloca delante un desafío y pone a prueba. Y es que la vida no es lo que creemos, pero tampoco lo contrario. Cada uno es autor y editor de su historia. Y la proporción de comedia, drama, lírica o épica que tenga, depende de sí mismo y de sus circunstancias. Pero también del azar. Que hará que, tras tocar la cinta de la red (como sucede en la película Match Point de Woody Allen), la pelota pase -buena suerte- o no pase -mala suerte- al campo contrario.
Sobre los corruptos, defraudadores fiscales, futbolistas profesionales desertores por dinero (de su equipo, afición y país de acogida) y padres de la patria despilfarradores (de lo público) que menciona, indicar que, lamentablemente y a estas alturas, no son una sorpresa, sino la mas que esperada confirmación de un secreto a voces. Y es que no siendo importantes tanto los objetivos (Vgr. todos querríamos tener una vida económica desahogada, aspiración, en sí misma, sana y legítima) como los caminos que nos fijamos para obtenerlos (ilícitos y/o inmorales en el caso de los indicados). Nada hay que delate mejor la verdadera condición de las personas que su actitud hacia el dinero. ¡Que paguen! Como decía el Quijote «… el hacer bien a villanos es echar agua en la mar».
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Gracias a los dos, a JR y a Felipe.
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