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Vivir para ver… a nuestros hijos crecer

teenage-angst_3380990bHace unos días le pedí a mi hijo adolescente, recién levantado al mediodía, tras una larga noche veraniega en fiesta de pueblo leonés, que me ayudase en una tarea doméstica de porteo, contestándome con ojos suplicantes que estaba cansado (¡) y que en otro momento me ayudaría (?), pero eso sí, aduciendo como defensa de su diversión con exención de trabajo doméstico, el consabido “estoy de vacaciones” y que “había sacado buenas notas” .

Aunque yo mismo me vi reflejado en tales explicaciones a través del túnel del tiempo de mi propia adolescencia, y salvando que finalmente me ayudó (quizá debido a mi capacidad persuasiva, o a que el jovencito necesitaba fondos para proseguir su vida loca), no pude menos que reflexionar sobre ello.

images (5)1. Buena parte de los adolescentes demuestran cierto egoísmo y falta de empatía cuando afirman lo de “estoy de vacaciones” como escudo frente a la colaboración en el hogar o dedicarse a tareas distintas a la holganza. Se olvidan de algo evidente: los demás, sus padres, también estamos de vacaciones. Detalle importante, que no toman en cuenta.

En otras palabras, los padres no tenemos derecho a vacaciones, y si las tenemos, están supeditadas al servicio o capricho de los menores, planteamiento que puede ser admisible en cuanto a la prioridad de garantizar a los menores la atención a las necesidades básicas, pero que no puede aceptarse por ejemplo, cuando perentoriamente el hijo plantea la necesidad de que su padre o madre tomen el coche para transportarles por la noche a él y sus amigos/as hacia la fiesta de un pueblo próximo con el compromiso de recogerles cuando amanece. Y lo digo con conocimiento de causa, como padre del PP, esto es, Padre Porteador, o mejor, de las tres PPP, Padre Porteador Pagador, e incluso de las cuatro PPPP, Padre Porteador Pagador Paciente.

Archivo_000 (70)En este punto confesaré que así fue el año pasado pero este, con mi argumento de que si con 17 años sabe estar solo a las tantas de la madrugada, también sabrá tomar un taxi de regreso y dejar que su pobre padre duerma soñando cuando él era adolescente. Y es que, cuando yo lo era, en vez de tener taxista, tenía una bicicleta para ir y regresar de las fiestas populares (por entonces se trataba de los pueblos de los alrededores de la villa asturiana de Llanes, siendo una gran enseñanza para la vida, pedalear de ida, a medianoche con optimismo en una bicicleta, sin luz y sin casco, y regresar agotado de madrugada en la misma bicicleta).

2. También buena parte de los adolescentes tranquilizan su conciencia con lo de “aprobé el curso o saqué buenas notas académicas”. Se olvidan de algo igualmente evidente: aunque a los padres nos produce satisfacción que mantengan el rendimiento académico pues eso les facilitará el vuelo autónomo fuera del nido, el primer y directo beneficiario es el propio chico.

simioO sea, estudiar no es un deber o carga impuesto por sus padres que merezca recompensa de éstos, sino que es una mejora por y para beneficio del muchacho. Si el muchacho va al gimnasio voluntariamente para esculpir su cuerpo, porque quiere el resultado, también lo de ir al colegio debiera entusiasmarle porque va a esculpir su mente, y debería querer el resultado de mejorar su capacidad para resolver problemas en la vida.

3. También me vino a la mente una diferencia sustancial entre esta generación y la anterior a la que pertenezco. Cuando mi padre me pedía algo, sin necesidad de coacción o castigo alguno, yo lo hacía sin rechistar (aunque por dentro me doliese sacrificar mi tiempo de ocio); en cambio ahora, cada vez que pido algo al muchacho (y supongo que sus hermanitos cuando lleguen a la adolescencia serán iguales… o peores) se abre una negociación delicada. Y tal negociación parece la de Estados Unidos y Corea del Norte para evitar disensiones, pues como padre tengo el poder y como hijo tiene la insolencia propia de la edad, pese a lo cual debo afrontar una delicada actitud persuasiva y tolerar las travesuras del adolescente cuando el cuerpo me pide una reacción mas enérgica y eficaz, pero claro, ni sería políticamente correcto ni humanitario, y un mal precedente, que el conflicto internacional o el familiar se zanje por la fuerza.

3393Así que así nos vemos algunos padres. Escuchando explicaciones sobre conductas sorprendentes de nuestros hijos: hábitos de consumo devorando comida-basura, horarios extravagantes, tatuajes llamativos, vestimenta que no merece tal nombre, música interpretada por raperos emulando gatos rabiosos, jueguitos de ordenador con violencia, críticas a las reglas por lo de ir contra corriente, etc.

Por supuesto me refiero a conductas inofensivas y no a las escasas pero reprochables propias del parasitismo agresivo de algunos que han superado la adolescencia pero quieren mantener el cómodo estatus, y que pueden llevar a la expulsión judicial del hogar.

Sé que cuando se trata de conectar con nuestros hijos, hemos de aceptar y no juzgar, así que no digo que nuestros hijos estén equivocados ni nosotros seamos infalibles, pero con mi edad ya talludita me he ganado mi derecho a sorprenderme, quejarme o discrepar.

De igual modo, que tampoco hay que santificar todo lo que hacen nuestros chicos pues a veces hay que educar negando, sermoneando e incluso castigando, ya que la educación de los adolescentes es algo que debería ir precedido de la educación de los padres.

Así que muchos escuchamos las razones de tales hábitos adolescentes con los ojos abiertos y la mente en ebullición, esforzándonos en hacer ejercicios de contención budista, e intentando evitar brechas de incomunicación con nuestros hijos. E incluso, contra nuestros principios, a veces aceptando explicaciones estilo “pulpo como animal de compañía”. Claro que bien está la autocrítica porque los adultos también ocultamos nuestras estupideces sobre razones endebles, como dos recientes noticias de verano que al menos me hicieron sonreír. Una primera noticia, referida a un sujeto que se negó a pagar en un puticlub de Cuenca porque «creía que había ligado, la chica era maja y se reía de mis chistes». Y una segunda noticia, referida a un motociclista de Lugo que justificaba su excesiva velocidad a 150 km/hora en que «tenía que secar la moto, porque acababa de lavarla».

Archivo_000 (71)Y es que los adultos por el hecho de serlo, no somos tan adultos, supongo que al igual que los adolescentes, por el hecho de serlo, no son tan menores. Vivir para ver. En lo que se refiere a la educación de mis hijos solo me queda el triste consuelo de que cuando les toque educar a los suyos, con la vertiginosa evolución tecnológica y la galopante frialdad emocional de la sociedad, me temo que les será muchísimo mas difícil su papel.

Quizá dispongan de menores recursos para educar y seguramente mas cuestionados en su autoridad. ¡¡Suerte!! Yo al menos para entonces estaré descansando en unos adosados subterráneos de renta mínima, sin tener que levantarme para ir a buscar de madrugada a ningún adolescente en la fiesta.

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