He visto un video del reciente caso de una estudiante sudafricana que fue asaltada por unos jóvenes delincuentes que la agarraron, tiraron al suelo pero no fueron capaces de quitarle el bolso, al que se aferró con uñas y dientes, pese a que le iba la vida en ello, porque allí dentro estaba algo muy valioso para ella.
No era un recuerdo familiar, ni un talismán, ni una joya ni dinero… Era el único borrador de su tesis doctoral, en que había invertido sangre, sudor y lágrimas, y no contaba con copias, así que luchó con éxito por conservarlo. Aquí puede verse su ardorosa defensa de su tesis:
Es un ejemplo del valor de las personas y del coraje que da luchar por lo que es el fruto del esfuerzo. Recuerdo que estaba disfrutando del verano lejos de mi domicilio y me comunicaron telefónicamente que mi puerta tenía señales de haber sido marcada por ladrones, como posible objetivo de su próxima fechoría.
Tras tomar medidas (el consabido paseo de amigo para subir y bajar persianas y retirar el correo para dar la impresión de estar habitada) me pregunté qué cosas podían haberme sustraído y cuales me hubiesen hecho realmente daño.
1. Lo primero en que pensé fue en mi ordenador de mesa (iMac). Allí están todos mis recuerdos, fotos y videos familiares, trabajos anteriores y posteriores, proyectos, música favorita, mis creaciones, etc. Es cierto que tengo un disco duro y la «nube» como aliados para recuperar una parte de la información pero el golpe sería durísimo.
Me di cuenta de lo vulnerable que era nuestra intimidad y lo dependientes que somos de la tecnología, a la que confiamos nuestra memoria.
2. Luego me ocupé de las joyas, cadenas, relojes y demás platería que me han regalado o que he comprado en algún momento puntual, pero dado que son cosas que no salen de su sarcófago salvo en ocasiones, pues su ausencia tampoco me hubiese hecho mucha mella, mas allá de la indignación.
Me di cuenta de que valoramos cosas por lo que dicen que valen pero no por lo que las usamos o valoramos nosotros.
3. Por la cabeza me pasaron rápidamente mis libros, los centenares de libros que pueblan las habitaciones y que percibo humanizados.
Me di cuenta que los ladrones no buscan libros porque ni ellos suelen leer y pocos los valoran para comprarlos. No debía inquietarme por su sustracción.
4. También me preocupé unos instantes por los juguetes de los niños, los objetos decorativos y demás enseres domésticos.
Me di cuenta de que los ladrones no pueden meterse en la piel de los niños ni de los gustos personales, y tampoco les interesan las baratijas, que por otra parte, nos resulta fácil de reponer.
5. Finalmente me percaté de que se llevarían mi enorme y avanzado televisión del salón, de plasma, de 50 pulgadas, que casi provoca a los ladrones para ser sustraída. La misma televisión donde suelo quedar embobado mirando trivialidades, donde quedo aletargado tras almorzar o donde me dejo adoctrinar por cualquier charlatán con micrófono.
Y entonces me di cuenta de que realmente si me la robasen, me harían un favor.
Sería bueno que cada uno mirásemos hacia nuestro interior y pensásemos en aquellas cosas por la que lucharíamos con uñas y dientes. Quizá nos sorprenderíamos de que realmente pocas cosas son insustituibles, salvo el fruto personal del esfuerzo (como la tesis doctoral citada, los trabajos artesanos con nuestras manos o colecciones seguidas con paciencia, y cartas, fotografías o similares recuerdos personales).
Parece que nos hemos creado necesidades materiales cuando lo realmente valioso y que nadie debería robarnos, lo llevamos siempre con nosotros: nuestra mente curiosa. Donde está ella, estamos nosotros, sin ella no somos nosotros, y nadie puede meterse en ella. Esa sí es la herramienta básica y además joya insustituible. Yo me aferro a ella y la defiendo a capa y espada de los ladrones de carne y hueso que, bajo el antifaz de líderes, intentan doblegar el espíritu crítico, pero también de los ladrones virtuales que son las tecnologías que nos empujan hacia la pereza mental, lo repetitivo o frenan nuestra imaginación.
Tampoco nadie puede robarnos nuestros sentimientos, ilusiones, afectos y amores. Ni la capacidad de tomar nuestras propias decisiones. Cosas inmateriales que un ladrón materialmente no puede quitarnos aunque pueden esfumarse o cambiar por emociones, decepciones o sentimientos con que la vida nos asalta.
6. Para finalizar sobre lo que no nos pueden robar, me vienen a la mente dos escenas.
La escena de la obra dramática, El Alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca, en que Pedro Crespo defiende su conducta de ajusticiar al capitán que raptó y violó a su hija, diciendo:
Al rey la hacienda y la vida se ha de dar,
pero el honor es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Dios…
Y como nota de humor, recordaré la tragicómica anécdota atribuida al espléndido autor teatral Pedro Muñoz Seca quien en 1936, parece ser que les dijo a quienes les iban a fusilar al verles su rostro y armas: “Me temo que ustedes no tienen intención de incluirme en su círculo de amistades”, y su sentido del humor continuó cuando le apuntaron con los fusiles que le quitarían la vida pero tuvo tiempo de gritarles:
Podréis quitarme las monedas que llevo encima, podréis quitarme el reloj de mi muñeca y las llaves que llevo en el bolsillo, podéis quitarme hasta la vida; sólo hay una cosa que no podréis quitarme, por mucho empeño que pongáis: el miedo que tengo.
Es el momento de valorar guardar lo que más importa
https://support.apple.com/es-es/HT201238
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Precioso y acertado blog. Un análisis que muchos nos habíamos hecho pero que llevas un paso más allá.
Lo conseguido con esfuerzo es verdaderamente preciado, especialmente si es inmaterial.
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