Se acerca la Navidad. Los comercios comienzan a poner sus señuelos de luz, descuentos y promociones. La publicidad de juguetes televisiva arranca y toma velocidad como los rinocerontes al ataque. Las cenas de amigotes, familiares o compañeros de trabajo comienzan a fraguarse. La sensación de que el año da sus últimos coletazos se combate con la elaboración de nuevos planes para el año que viene.
Los niños me preguntan que qué le voy a pedir a Papa Noel y a los Reyes Magos. ¡Caramba! No sé qué decirles, aunque de entrada me apetece confesarles que en mi niñez el tal Papá Noel no pasaba por España, pero luego lo pienso en soledad y al final, las respuestas brotan.
Primero se me ocurre paz, pero no la paz de celofán, bombillas y musiquillas navideñas, artificial y efímera. Me refiero tanto a la paz con minúsculas como con mayúsculas.
A la paz con minúsculas. Que ninguno de mi núcleo familiar y amistades esté zarandeado por enfermedades sin retorno. Que no me visite Hacienda. Que no me falten unos euros para tomar café. Que no me falten esos euros para invitar a café. Que la pérdida de memoria no pase del trote al galope. Que el sentimiento amoroso sea motor y combustible imbatibles. Y que pueda dormir a pierna suelta.
A la PAZ con mayúsculas. Que Trump, Kim ni otros alborotadores jueguen a la guerra. Que los sueños nacionalistas no se conviertan en pesadillas para todos. Que el calentamiento global vaya enfriándose. Que la ciencia médica siga avanzando. Que los embaucadores, pseudocientíficos, fanáticos religiosos y psicópatas sufran su propia medicina.
En esas estaba, y tras volver a ver la película Cuento de Navidad (Robert Zemeckis, 2009) inspirada en el bellísimo Cuento de Charles Dickens (que me impresionó de niño y que debería ser lectura obligada por Decreto para todo adulto en Navidad), me percato de lo cómodo que soy pidiendo pero no dando.
De que sueño pero no me despierto para poner manos a la obra para mejorar lo que me rodea. Y lo mas grave, me doy cuenta de que me sobra mucho. Muchísimo.
- Me sobran calorías y kilos.
- Me sobran libros. Tengo miles y solo he leído cientos.
- Me sobran móviles. Tengo guardados varios que prestaron servicio y por aquello de no tirarlos, esperan el cajón-cementerio, camposanto donde hacen compañía a decenas de plumas que me han regalado y bolígrafos de lujo, que jamás se estrenarán sobre el papel.
- Me sobran bicicletas e incluso mi motocicleta con sus diez kilómetros de rodaje anual.
- Me sobran electrodomésticos o mas bien, sus funciones pues mi supervivencia cotidiana pasa por utilizar solo las que requieren pulsar un interruptor y aguardar, sin tiempo ni ganas de comprender las avanzadísimas funciones de lavadora, televisor, licuadora, video y ordenador.
- Me sobran abrigos, zapatos, chaquetas y jerseys. Esperando turno en el ropero pese a que siempre opto por lo mismo, ya que el apego importa.
- Me sobran facturas y correo comercial de bancos, aseguradoras y otros reptiles.
Así que si lo material se estropea o se pierde, y si soy embargado o robado, o si la desgracia económica me atenaza, entonces tengo que aprender del cuento de Dickens y pensar en la infancia en que no tenía nada de eso pero sabía sacar partido a un palo, un puñado de tebeos, unos naipes, a corretear, a hablar con los amigos y haraganear.
Lo que no sobran son los amigos. Los tengo y aprecio y los auténticos demuestran saber estar cuando hacen falta. Eso es un tesoro. Y por eso, dado que corre de mi cuenta mantener mis niños y mi pareja a mi vera, solo pediré a los Reyes Magos que mis amigos auténticos sigan a mi lado.
Como dice la bella canción de mi paisano, Víctor Manuel, Soy un corazón tendido al sol:
Aunque soy un pobre diablo
sé dos o tres cosas nada más
sé con quién no debo andar
también se guardar fidelidad
sé quien son amigos de verdad
sé bien donde están
nunca piden nada y siempre dan
Esta sociedad nos lleva a todos a ser unos Mr. Scrooge.
Su mensaje subliminal es perverso: lo nos hace verdaderamente felices es lo material (tener mucho dinero, acumular riqueza -cosas- y/o comprar, comprar y comprar para ¡tener más! -a costa normalmente, la matización es mía, de ser menos-); todo (alguno entiende que todos) está en venta y es susceptible ser comprado.
Ni que decir tiene que lo anterior demuestra la sensibilidad de una piedra. Fomenta el egoísmo, el enfrentamiento y la codicia. Y contraría la solidaridad, la camarería y amistad. En una sola palabra, la verdad (en expresión afortunada de Sabina que tan oportunamente reproduce su artículo) de todo aquello que vale la pena.
El problema es que, a pesar de lo burdo, interesado y tramposo de tal planteamiento, en determinadas épocas como la Navidad, su mensaje se convierte en una auténtica pandemia tolerada que ataca y reblandece nuestros cerebros -que, como los osos de su Asturias, se encuentran en estado de hibernación-, doblega nuestro buen criterio y hace que perdamos el sitio.
Llegado a estas alturas se comprenderá que no pida nada material. Vergüenza me daría el hacerlo. Solo pido salud -para mí y los míos-. Unos euros «para tomar y/o poder invitar a café» -¡qué acertada su idea literaria, que estupendo el párrafo que la incluye!-. Estabilidad mental y emocional -¡cómo si no sobrevivir al día a día!-. Mantener trabajo y amigos. Y seguir creciendo y mejorando como persona.
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Me parece un relato tierno y, a la vez, lleno de sentido. A mí también me sobran cosas, aunque no sean iguales a las del autor, a quien felicito de corazón por su sensibilidad y sentido común, virtudes que necesitamos como el pan y el agua.
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José Ramón no dudes NUNCA siempre con tus buenos criterios de:
-Comer de verdad
-Beber de verdad
– besar » »
– Charla con amigos incondicionales de verdad
-Enamorarse de verdad. Yo agregaría lo que dices al final que corre de tu cuenta… yo se que TU SABES HACERLO.
Los amigos auténticos seguimos incondicionalmente a tu lado…a vuestro lado.
ESTOS BUENOS HECHOS JOSÉ RAMÓN «CURAN SIEMPRE AQUELLAS CICATRICES»
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