Se acerca el “puente de la Constitución”, lo que me lleva a soñar con un puente real entre la Constitución y los problemas con Cataluña, con el pleno empleo y con la honradez de los políticos.
Pero con los pies en tierra me doy cuenta que, en los últimos treinta años, los atascos, las multas y la operación salida no cambian. Lo que sí ha cambiado para los que sobrevivimos a la EGB y he tenido que explicárselo a mis hijos, quienes abren los ojos como platos, es que los coches han cambiado. Veamos.
– Su capacidad era elástica. En el Seat 127 familiar entrábamos los padres, los niños e incluso los abuelos y si hacía falta algún amigo o cachorro (también la tortilla, la empanada y la mesita plegable de campo).
– No había sillitas para bebés, ni reposacabezas… El coche era para viajar no para recrearse.
– No era obligatorio el cinturón de seguridad. De hecho recuerdo que en los años setenta primero no lo había, luego solo era obligatorio llevarlo instalado en los asientos de adelante. La siguiente etapa dejó de ser voluntario para ser obligatorio llevarlo puesto.
– Los viajes que pasaban de cien kilómetros eran propios de la diligencia de La Casa de la Pradera. Íbamos a Salamanca desde Oviedo (lo que hoy lleva menos de tres horas) y nuestro viaje duraba seis horas largas, por carreteras tortuosas, puerto de montaña incluido, y los pequeños íbamos atrás saltando, peleándonos o durmiendo. Eso sí, llegábamos al pueblo con el coche con escena propia de Bienvenido, Mister Marshall, donde niños y gallinas nos miraban asombrados.
– La música en tales viajes era de casetes que tenían la virtud de atascarse con la cinta, que luego se enrollaba con un bolígrafo. Cuando esto sucedía, se interrumpía la emisión de Manolo Escobar o de los Panchos o de otra cinta que acababas sabiendo de memoria.
– Eso sí, la tregua de esa música la daban los partidos de fútbol por la radio (que me trepanaba el cerebro con aquellos interminables Gooooollllll, ¡Anís de la praviana!…).
– Los coches no tenían GPS sino guías y planos Michelín en la guantera, aunque lo mejor era el GPP: Ganas de Preguntar a un Paisano.
– Por supuesto, no estaba prohibido fumar en los viajes, y mi padre nos regalaba con humo de sus puros, de lo que no era culpable pues eran tiempos en que fumar era el deporte nacional, pese a ser una bomba de relojería para los pulmones.
– No había límites para ingerir alcohol con lo que cuando el viaje era largo, muchos camioneros y conductores de turismos almorzaban en bares de carretera donde no faltaba el vinito con gaseosa, el pacharán o el coñac. ¡Y hala, a la carretera!
– Los coches no pasaban por la ITV, por lo que no hace falta ser un águila para percatarse de que circulaban vehículos zombies (amputados, arrastrándose, peligrosos).
– Eso sí, como no faltaban las averías al borde de la carretera (coches humeando, perdiendo aceite, destartalados, etc) ni los accidentes, el conductor solía anunciar tales fenómenos cuando los avistaba como un guía de un safari, que los pasajeros mirábamos curiosos desde la ventanilla.
Permitidme que comparta una anécdota que llevo grabada a fuego. Suelo recordar que en los años setenta veníamos en familia con nuestro seat 134 (habíamos prosperado del seat 127 al seat 134 como todos los españolitos, y los Seat eran el producto nacional codiciado), yo tenía entonces unos doce años y mi hermanito catorce, y circulábamos por la carretera tortuosa de Potes (Cantabria, al pie de los Picos de Europa) en un día de lluvia torrencial. De pronto, mi padre tuvo que reducir la velocidad sensiblemente, porque se avistaba a unos doscientos metros una columna de humo negro que salía de la cuneta; cuando llegamos a su altura pudimos ver un coche rojo volcado con matrícula de Bilbao y tres de sus jóvenes pasajeros con heridas, arañazos y ropa en jirones al borde de la carretera con miradas suplicantes, mientras agitaban sus brazos; de los coches que nos precedían ninguno se detenía, posiblemente por egoísmo, porque llovía a cántaros, por el cómodo engaño de pensar que ya estaría avisada la ambulancia, por la tontería de temer que eran etarras en tiempos que el terrorismo golpeaba.
Mi padre, ni lo dudó; se echó al lado de la carretera y les dijo que subieran rápidamente. Subieron dos en la parte de atrás, donde quedamos enlatados a mi hermano y yo, diciendo mi padre al que mejor estado aparentaba, que tenía que esperar otro vehículo porque no cabíamos. Pero al cerrar la puerta de atrás y ver ese hombre tocándose el hombro y gesto de dolor, mi padre no siguió y le dijo que subiese también. Así que dos minutos después, iba mi padre conduciendo un coche a toda velocidad, tocando la bocina y jugándose la vida adelantando a todos los coches por aquella carretera de curvas, con el típico pañuelito sacándolo por la ventana mi madre, y nosotros aplastados junto a tres jóvenes de greñas quejándose y sangrando. Uno de ellos gritaba tanto y estaba tan hinchado que jamás lo olvidaré. Unos quince minutos después llegábamos al centro sanitario de Potes, donde rápidamente fueron atendidos y nos fuimos a continuar la ruta, muy pensativos.
Entonces me sentí muy orgulloso de mi padre. Muy serio, disciplinado y ahorrador, pero no había dudado en acoger a aquéllos tres pobrecillos pese a que su bien mas preciado, su seat 134 quedó sucio de sangre y cristales.
Nunca volvimos a saber de aquellos tres accidentados, pero yo que por entonces era monaguillo en San Julián de los Prados, comprendí la parábola del buen samaritano. En este caso, era el buen salmantino: mi padre. Mi héroe.
Yo recuerdo tabién la cantidad de soldados rasos que hacían autostop en las carreteras. Ya no se ven ni soldados, ni gente haciendo «dedo». Siempre me acuerdo que mi padre los cogía porque decía que los pobres no tenían un duro para volver a casa. Y debía de ser verdad en aquellos tiempos de mili obligatoria..
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Que me vais a contar.
Mi padre era camionero, un precioso Barreiros rojo 4220 , y en el que me subiamos mi madre y yo mismo justo encima de la tapa del motor.
Mi padre acostumbrado a conducir del tirón nos llevó en otro icónico 1500 desde Barcelona a Galicia., y al cabo de dias para Cartagena.Yo tenía meses y cuenta mi madre que despues de aquello me ponia a llorar cuando ponian motor en marcha.
Por cierto, vale la pena mirar la vida de la familia Barreiros, aunque reconozco que yo soy más de Pegaso.
Un abrazo.
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Estimado Jose Ramón:
Debe haber un error: ¿Seat 134?. Conozco el 133, pero siendo menor que el 127 posíblemente te referirás a un Seat 124 o Seat 1.430.
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Tienes razón, 124!!! Gracias
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