Casualmente, leo la bella y estremecedora fábula titulada la Ley del Espejo (fruto de un tal Yoshinori Noguchi, -Hiroshima, 1963-, reconocido experto en coaching y asesoramiento psicológico) que rezuma filosofía oriental para calmar la avidez de respuestas del acelerado hombre moderno.
Al margen de zarandajas, exotismos y píldoras de urgencia con palabrería para el tiempo moderno, creo que algo podemos aprender de esa obra.
Sustancialmente afirma que lo que vemos como mundo exterior (esto es, tal y como como percibimos las conductas y emociones ajenas), realmente son un reflejo nuestro, planteamiento que sintetiza así en boca de un protagonista del relato:
Los acontecimientos que ocurren en la realidad son el «resultado». Cada «resultado» siempre tiene una «causa». Y esta causa se halla en su interior. Es decir, debe saber que la realidad de su vida es el espejo que refleja su interior.
Por ejemplo, cuando se mira en el espejo se da cuenta de «¡Ah! Me he despeinado» o de «Hoy tengo mal color». ¿Verdad que sin espejo uno no puede verse a sí mismo? Considere que la vida es como un espejo. Gracias al espejo que es la vida podemos darnos cuenta de la propia persona y tenemos la oportunidad de cambiar. La vida está hecha para permitir desarrollarnos hasta donde sea.
Y añade más adelante:
Al igual que cuando nos miramos en un espejo podemos conocer nuestra propia imagen, si miramos lo que nos pasa en la vida podremos conocer qué tenemos dentro del corazón.
En definitiva, si nos irritamos o criticamos a los otros, realmente es porque nuestro interior juzga desde su experiencia y sentimiento, desde sus prejuicios y negatividad. O sea, el problema no son los otros sino nosotros y nuestros sentimientos.
Pese a la belleza y comodidad de esta Ley del Espejo (que ha sido pervertida por algunos farsantes), no creo que pueda admitirse como patrón absoluto que nosotros tengamos la respuesta y culpa de lo que vemos y percibimos de los demás. Es cierto que nuestros sentimientos son nuestros y son hijos de un mosaico de experiencias, pero también que hay personas objetivamente estúpidas o malvadas, sea cual sea el observador, y sean cuales sean los sentimientos que albergue éste.
Me resulta atractiva la ley del espejo en cuanto sugiere que buena parte de nuestros problemas de actitud y aptitud hacia la vida, de nuestro enfado con lo que nos ha tocado en suerte, se pueden aliviar sencillamente si escarbamos un poquito en lo que hay bajo nuestra piel con ojos autocríticos y sinceros. Y es que, cuando vamos siendo mayorcitos, muchas veces nos percatamos de que no somos el robot perfecto que creíamos, que no somos infalibles, sino que hemos cometido errores de bulto y además con personas que no lo merecían.
Podría decirse que lo cómodo es demostrar lo cabezotas que somos, dejar suelta nuestra ira y seguir el camino como un rinoceronte tras embestir ciegamente el árbol que se atraviesa en su camino. Lo difícil pero mas fructífero es preguntarse si ese árbol molesta, la razón de que nos moleste y qué ganamos embistiendo. Y sobre todo, por qué embestimos, ya que a veces rodear es mejor para todos y las cornamentas son igual de bellas cuando no se usan.
No es fácil pararse a reflexionar cuando nos domina la queja o la ira. Ni admitir que somos parte del problema. Solemos ser muy soberbios. Y por añadidura, indulgentes con nuestros propios errores.
Aunque tomamos miles de decisiones la día, proferimos cientos de frases e infinidad de juicios mentales sobre los demás, no solemos hacer balance y esperamos a que la brutal realidad nos enfrente con nuestros errores.
Se dice que «rectificar es de sabios», pero más sabio es evaluar la propia conducta para saber si hay que rectificar. Confieso que he intentado muchas veces antes de dormir lo de hacer un repaso del día, y normalmente me ha vencido el sueño antes de detectar la equivocación.
En suma, viene al caso un párrafo de los Tratados filosóficos de Séneca que debería guiarnos:
Hermosa costumbre la de hacer cada día un examen de todas nuestras acciones. ¡Qué tranquila se nos queda el alma cuando ha recibido su parte de elogio o de censura, siendo censor ella misma que, contra sí misma, informa secretamente!. Esa es mi regla. diariamente me cito a comparecer ante mi tribunal. No disfrazo, no adultero nada, no olvido a cosa alguna. ¿Qué puedo temer del reconocimiento de mis faltas, cuando puedo decirme: no vuelvas a hacerlo, por esta vez te perdono.
No digo que la actitud de los demás sea un espejo pero sí resulta un aviso para tener la ocasión de poder conocernos mejor. Y aunque todos somos imprevisibles e insondables, porque incluso para nosotros mismos somos extraños, hemos de intentar esa reflexión y balance interior. Y si no nos gusta, nada de romper el espejo. Mejor acicalar nuestra imagen y personalidad, e intentar empatizar: mejorara el reflejo.
En línea con estas divagaciones sobre la felicidad, me permito recordar:
NOTA SOCIAL.- Me complace recordar que el próximo día 1 de Febrero, Jueves, a las 19,00 horas tendrá lugar en el Foro Abierto de la prestigiosa Librería Cervantes en la C/ Doctor Casal, 9, en Oviedo, la presentación de mi último libro “No somos muebles de Clickea” (Ed. Amarante, 2017), (cómo montarse una vida feliz y sana en tiempos revueltos), a cargo de Ana Caro Muñoz (Gerente de la Universidad de Oviedo y poeta) y Félix Lasheras Mayo (Historiador y humanista).
Encuentro festivo y con firma de ejemplares, al que, por supuesto…
¡¡ Sois bienvenidos !!
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Buenos días, ultimamente he estado pensando en esta ley y también en el karma. Segun yo tienen mucho que ver. En este momento estoy pasando por algo muy triste. En el pasado he cometido errores que lastimaron a mi actual pareja, pedí perdón y me arrepentí y no he vuelto a cometerlos. Pero mi pareja no es la misma, por más que trato de hacerle ver que ya no hago nada de lo que hice hace tres años atrás, no me cree y cada vez que puede me lo echa en cara. Después de mucho reflexionar he llegado a la conclusión si no me equivocó que es el el que no se perdona haber perdido a su ex esposa por casi los mismos errores que yo cometí. Y por eso cuando puede me castiga a mi. Tal vez esté mal mi forma de mirar lo q me está sucediendo, no lo sé. Lo único que quiero es que me perdone y confíe en mi. Y que ya no me castigue por algo que el tbien le hizo a otra persona pero no reconoce y por ende no se perdona. Gracias.
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