¿ Quién no ha quedado para tomarse un café?, ¿Quién no ha paladeado un café en la mañana mientras conversa con un conocido o amigo?, ¿quién no obtiene de ese café acompañado el suplemento de energía necesaria para seguir con el trabajo?…
Leo una reciente entrevista ofrecida por el que fuera presidente del gobierno español, Felipe González, y al margen de sus valoraciones políticas vierte una afirmación que me resulta interesantísima sobre el café, la amistad y la compañía.
Escuchémosle:
» Ya, de todos modos les diré algo en lo que creo firmemente: en la vida uno no elige del todo a sus amigos. Lo único que está en condiciones de elegir es con quien no toma café. Es decir, los enemigos. Y, además, para que la vida no resulte muy incómoda conviene que sean pocos.»
¡ Es cierto! No elegimos nuestros padres o hermanos, pues la sangre los impone. No elegimos los compañeros de trabajo porque la empresa los impone. No elegimos a nuestra pareja porque el azar nos la cruzó en la vida el día que la conocimos.
Y tampoco elegimos “del todo” a los amigos porque en cada etapa de la vida hay personas que nos cruzamos, coincidimos, y por un extraño milagro fruto del roce y la complicidad recíproca, se produce el salto cualitativo del “conocido” al “amigo”. Sin embargo, como decía, no se eligen los amigos. Lo que elegimos es si mantener su amistad o no. Una prueba de madurez es saber discernir el grano de la paja, el amigo del oportunista, el que nos quiere “para” en vez de nos quiere “por”… y actuar en consecuencia.
Y nos queda la cita para el café…
Uno de los mayores placeres. El café está repleto de curiosidades no todas conocidas, pero lo importante es la compañía. A veces pienso que tal y como el trabajo actual nos atosiga, que lo que lo diferencia de la esclavitud es contar con la pausa para tomar café y poder estar con quien tú decides. No se trata de que sean amigos ni de compañeros de trabajo. No. Pueden serlo o no, pero tú eliges.
Se trata sencillamente de sentirse cómodo mientras tomas ese café a media mañana con quien tienes sintonía y donde a veces se solucionan infinidad de problemas, pero el mejor problema que soluciona es que te hace relajarte, sentirte mas integrado en el mundo, mas humano y en armonía con un contexto donde otros toman café con similar placidez.
El café es compartir. El café establece lazos fuera del ámbito familiar y laboral. La pausa de café es un refugio frente a las inclemencias del tiempo y del trabajo. Y lo mejor, tú eliges con quién tomar ese café. Pocos placeres hay mas baratos y repetibles.
Aunque esa elección no está exenta de problemas, de cafés complicados.
El primero es cuando se incopora a ese café quien no te agrada, como invitado a fiesta que se cuela por la puerta falsa. Se impone la diplomacia para mandarle el mensaje de que una vez tomado el café quizá alguien le echa en falta y al menos habrá que propiciar que lo pague como peaje por su osadía.
El segundo, cuando la pausa del café cae en la rutina y se vuelve obligación. Lo bello es lo inesperado, lo aleatorio, lo intermitente.
Y el tercer problema tiene lugar cuando la pausa de café se reconvierte en prolongación del trabajo. Una de las cosas que mas odio es cuando algún conocido me llama y me anuncia que me invita a tomar un café, y tras aceptar complacido, añade algo como: “… y así te comento un asunto de trabajo que no acabo de solventar”. No es el momento, lugar ni la compañía para eso. Una profanación del café. Un atraco con alevosía.
Ello sin olvidar los beneficios para que los compañeros de trabajo, liberados de la cárcel de la empresa puedan trabar lazos mas cercanos en torno a un café, tal y como recordaba Max F. Perutz [Premio Nobel de Química, 1962], que si bien se refieren al mundo investigador son perfectamente aplicables al mundo burocrático y empresarial:
“La experiencia me había enseñado que algunos laboratorios fracasan porque sus científicos nunca hablan unos con otros. Para estimular el intercambio de ideas, construimos un bar en el que la gente pudiera charlar tomando el café de la mañana, durante el almuerzo o a la hora del te. (…) Los instrumentos científicos se compartieron, en vez de ser guardados celosamente como una propiedad privada, lo cual permitió ahorrar dinero y también obligó a la gente a hablar unos con otros.”.
Confieso que en mis últimos seis años de trabajo en Galicia, la pausa de café sosegado con mis compañeros de trabajo a media mañana era una auténtica delicia, que añoro. Un ritual maravilloso que a todos nos mejoraba en calidad humana y productividad laboral.
De igual modo, que actualmente disfruto del café ocasional con mi amigo Antonio Arias en que tenemos la veleidad de interpretar el mundo que nos toca vivir, desde la torre de nuestro medio siglo, y en que nunca faltan unas risas. Esos momentos son oro puro.
Por eso, no lo olvide, elija con quien toma el café. O lo que es lo mismo, con quién no tomarlo. El café que se pierde en mala compañía no se recupera. Y el que se toma en buena compañía nos revitaliza.