Reflexiones vigorizantes

No se pierde el tiempo cuando nos conectamos a la naturaleza

El móvil necesita cargarse de energía eléctrica y los seres humanos necesitamos conectarnos a la naturaleza de vez en cuando para cargarnos las pilas. La naturaleza está ahí. Esperándonos. De forma gratuita nos ofrece colores, vida, murmullo y sabor. Basta pasear por la playa, por el monte, por el bosque, solo o en compañía, y nos arropa, y nos hace sentir mejores personas, con mayor armonía con el mundo.

Vivimos atrapados en una red de tecnología, artificios y consumo. Mucha tecnología, muchos motores, muchos restaurantes delicatessen, mucha estructura de hormigón y hierro, mucho espectáculo entre paredes… pero la alegría natural de estar en naturaleza es algo que nadie es capaz de enlatar y vender. Hay que buscarlo y saber disfrutarlo.

Sé que es una obviedad. Todos decimos que es buenísimo pasear y disfrutar de los paisajes, pero al final acabamos disfrutando de la vida urbanita, del local ruidoso, de la gastronomía a puerta cerrada, del parque comercial o del encierro doméstico sentado en un buen sofá frente al televisor o enfrascados en una pantallita donde nos esperan mundos artificiales. Mucho se suspiraba en el confinamiento de la pandemia por la salida al exterior y la naturaleza pero parece que más se echaba en falta el tumulto, el sarao colectivo o el ágape urbano.

Viene al caso porque esta semana he tenido sesión doble de oxígeno natural y me apetece compartirlo.

Por un lado, sesión playera en Formentera. Nada de nadar, pero mucho de pasear, sonreír y respirar aire puro, mirando el mar, o quizá, mirándome el mar a mí, que para eso es más grande y yo soy el visitante.

Y como es bueno el paisaje, buena la compañía y dejamos a buen recaudo los problemas laborales, pues decidí tomar huella fotográfica de un momento idílico, entre la payasada y la ocurrencia, pero con la belleza de un marco sobrecogedor y la vitalidad de dos jóvenes no tan jóvenes. La cámara plasma los mejores ingredientes de la felicidad: puesta de sol, mar meloso, fina arena, compadreo y humor.

Por otro lado, sesión campera en Villaviciosa (Asturias), con paseo por la ruta de los Molinos de Ríu Profundu, donde pude disfrutar del inmenso placer de embriagarme de salud, bienestar y naturaleza. Resultaba placentero sentir el sendero irregular, con piedra y barro, laderas y árboles cuajados de musgo en compañía de helechos, y árboles de libres formas tejiendo pantallas de verdes increíbles; acompañando en el paseo, el agua del río con murmullos y ondas libres, jugueteando con ramaje y piedras. Y de encontrarme al señor de los bosques…

Basta asomarse a la naturaleza con ojos abiertos, oídos alerta, olfato sensible, para que esa rama musgosa, esa roca impasible o ese regato incesante nos libere de las preocupaciones mundanas y dejemos paso a la belleza, sentimiento, libertad y paz.

 Ahora entiendo las palabras de San Bernardo de Claraval:

Encontrarás algo más grande en los bosques que en los libros. Los árboles y las piedras te enseñarán lo que nunca podrás aprender de los maestros.

Y es que por muy urbanistas y modernos que nos sintamos, somos parte de la naturaleza y conviene tener en cuenta que somos lo que vemos, la tierra que pisamos, la montaña que nos mira, el bosque que nos arropa y el mar que nos llama. Pandemias y guerras pasarán, y la madre tierra seguirá maltrecha dándonos su cobijo. Ni soy hippie ni budista ni hipster. Soy de los cincuentones supervivientes en un mundo donde cada vez encajamos menos y que apuramos los momentos mágicos cada vez más, y que añoramos la madre tierra como un comanche a las verdes praderas con sus bisontes, pues como afirmó el viejo y sabio Jefe Noah Seathl en su estremecedora carta al presidente de los Estados Unidos en 1854 defendiendo su tierra:

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo, cada aguja brillante de pino, cada grano de arena de las riberas de los ríos, cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada claro en la arboleda y el zumbido de cada insecto son sagrados en la memoria y tradiciones de mi pueblo. (…) Todo lo que ocurra a la tierra, le ocurrirá también a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo, se están escupiendo así mismos. Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. . Esto es lo que sabemos: todas las cosas están ligadas como la sangre que une a una ¡familia!. El sufrimiento de la tierra se convertirá en sufrimiento para los hijos de la tierra.

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