Leo la noticia de que Corea Sur impondrá que los ordenadores de las empresas sean apagados por Ley todos los viernes a las 20,00 horas y hasta primera hora del lunes, cortando el suministro de luz si es preciso, para evitar que los trabajadores sigan en su centro de trabajo.
No deja de sorprender. Tener que enterarnos a golpe de reglamento que una cosa es la cultura del esfuerzo y otra la del trabajo. Una cosa es trabajar para vivir y otra vivir para trabajar.
Quizá no es extraño a este fenómeno el que Corea del Sur alimenta una concepción doméstica del trabajo como prolongación de la familia, lo que además ha propiciado que sea de los países mas productivos del mundo.
Parece que la medida se enmarca en la aspiración de lograr la reducción de la jornada laboral laboral desde las 68 a las 52 horas (¡ Caracoles!). Aunque este dato supongo que merece alguna relectura porque, por lo que sé de algunos coreanos, la jornada laboral suele suele ser de 40 horas y cuentan con 20 días de vacaciones, mientras que el referente del culto al trabajo son los japoneses, donde las vacaciones no suelen exceder de 8 días anuales, y además suelen renunciar a la misma. Así y todo, tengo la íntima convicción de que tienen mas días de vacaciones o algún régimen envidiable de permisos, pues no me explico la incesante legión de orientales que me tropiezo en ciudades como Madrid, Barcelona o Salamanca en períodos no vacacionales ( o sea, con tiempo y dinero para turismo). Claro que también puede ser que siempre sean los mismos, como el conocido chiste nos sugiere ( ¡ Mi capitán! – Alerta el soldado americano desde su puesto de vigilancia- No sé si han pasado mil chinos armados, o el mismo chino mil veces»).
Mas allá de estas bromas, la situación que revela esta noticia de Corea, provoca varias reflexiones sobre esta medida de apagón total de ordenadores y candado a los centros de trabajo en el fin de semana.
Veamos las preguntas que me suscita ese apagón laboral de Corea del Sur, mas o menos serias, pero tendentes a mostrar las dificultades para el éxito de tal medida.
- ¿ Por qué solo se corta a las 20,00 horas del viernes?¿ y el resto de días de la semana, cabe quedarse a trabajar por la noche en la oficina?
- ¿ Impedirá esa medida que se trabaje con las computadoras desde casa?
- ¿ No se generará el problema de que ahora no se considerará trabajo ni horas extra lo que tendrán que hacer a escondidas?
- ¿Si tan disciplinados son con el trabajo, no bastaba con ordenarles cumplir un horario y advertir que fuera de la jornada estaba prohibida su presencia en el centro?
- ¿ No sería mejor que los jefes o directivos no presionen con los resultados a los trabajadores, ni que les llamen el fin de semana para atosigarles con su trabajo, y así no sacrificarían su tiempo libre?
- ¿ Como se aplicarán esa medida de descanso a quienes tengan que vigilar que nadie se quede a trabajar fuera de horario?
- ¿ Si se trata de salud laboral, por qué no se extiende la medida a los directivos y jefes?
- ¿No protestarán ahora las parejas de estos trabajadores/as que ahora tendrán un problema de convivencia a tiempo completo y de organizar tiempos, que antes no tenían?
- ¿Generará esta medida otro conflicto con Corea del Norte, donde sus trabajadores no tienen horario ni fecha en el calendario?
- ¿ Se detendrá ese control del descanso del trabajador en los centros de trabajo o acabará con un dispositivo de control en la muñeca que le controle el descanso en su propio hogar?
Recuerdo en mi infancia que mi padre, trabajaba a tres turnos y dormía poquísimas horas, por lo que sacrificó el tiempo de juego con sus hijos y sus gustos en perseguir el esquivo unicornio de “ganarse el pan de cada día”. Como tantos otros padres de mi generación, justificaba su dedicación en atender las necesidades básicas familiares bajo el engañoso rol de “cabeza de familia” y servir su sueño de que sus hijos tuviesen lo que él no había tenido.
La dedicación de nuestros padres al trabajo era necesidad y estaba alerta a la búsqueda de chollos y fuentes de ingreso, y el Estado no les prohibía trabajar más o hacía la vista gorda. De hecho, siendo adolescente recuerdo a mi tío Ramón, peluquero durante mas de 50 años, ocho horas diarias y sábados incluidos, mañana y tarde, como ejemplo de dedicación paciente al trabajo.
Los que eramos niños por entonces no teníamos la posibilidad de reclamar la atención de nuestros mayores con éxito, como tampoco de cortar el suministro de luz de su centro de trabajo ni de encerrarles en casa con nosotros.
En definitiva, la anécdota de la medida de Corea del Sur, nos sitúa ante el derecho de desconexión laboral, no solo digital, esto es, el derecho a no ser molestado por el móvil del jefe fuera de jornada, sino el derecho de desconexión laboral efectiva y total, como un derecho fundamental de quinta generación. Si los derechos de cuarta generación se vinculan al acceso a las tecnologías, la comunicación y la información, los de quinta generación serán la reacción frente a esa inundación de datos y aparatos.
No se trata tanto de tener vacaciones, festivos o fin de semana sin obligación de trabajar, sino de que esos lapsos sean casi “sagrados”, como el shabat judío en que el sábado está consagrado al descanso. En su origen bíblico se fundamentaba en que Dios tras la creación descansó, por lo que tal descanso se imponía a todos, extranjeros y nativos, esclavos y esclavas, e incluso al ganado. Parece que en el sábado hebreo no hay lugar para trabajos voluntarios, ni se cocina ni hay lugar para el bricolaje casero, aunque se da la paradoja de que el descanso total acaba siendo trabajo al servicio religioso.
En fin, al margen de toda consideración religiosa, creo que bien estaría esa desconexión total al menos un día del fin de semana, por salud personal y familiar, para no perder la perspectiva de la vida, de las cosas que nos pasan inadvertidas cuando estamos ocupados.
Nada de concebir el fin de semana como el tiempo para hacer lo que no hacemos en horario de trabajo, o para lavar el coche, ordenar el trastero o hacer reparaciones domésticas, o dedicarnos a algo que llamamos deporte y que realmente supone una actividad laboriosa, ni siquiera como tiempo para enfrascarse a navegar sin rumbo por internet.
Y es que, aunque sonreímos por la torpeza de los coreanos de trabajar en el fin de semana, no nos percatamos que nosotros hacemos lo mismo pero en nuestro hogar, donde vivimos en la ilusión de estar descansando cuando nos creamos artificialmente trabajos.
En suma, creo que el auténtico descanso laboral es el que ofrece el tiempo dedicado para abrir los ojos y mirar, para pasear, para hablar con los que nos rodean sin urgencias ni orden del día, para leer algo inspirado ( no mucho, ojo) y para reflexionar. O sea, crear un hábito de descanso inactivo tan saludable como necesario.
Sin embargo, una cosa es predicar y otra dar trigo pues no consigo dar ejemplo, pero lo intento, Y eso ya es mucho.
Debería aplicarse también esta medida en España. Por lo que yo conozco, hay esclavos con traje -abogados junior de los grandes bufetes- que llegan a trabajar hasta 18 horas diarias. Y no es una ficción.
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Ante progresivo fin del trabajo que sufrimos (precariedad, explotación, desigualdad y paro forzoso o estructural) caben dos opciones básicas.
Una, la de seguir el llamado «pensamiento único» que excluye todo planteamiento que no se sostenga en los valores del mercado, la competencia, la ganancia y el capital. Lo que se traduce en que sea el propio mercado el que, ¡aviados vamos!, arregle el problema.
Y otra, la de buscar vías que no centren todo en la idea de mercado sino que garanticen también el interés colectivo y los derechos sociales de los ciudadanos. Lo que supone dar mayor protagonismo y fortaleza a los Estados. En esta alternativa caben, con todas las variantes que se quieran, dos posibilidades. 1ª) Trabajar menos para trabajar todos. Lo que supone reducir la jornada trabajo, repartir más el empleo y fomentarlo mejor. 2ª) Establecer subsidios. Lo que supone universalizar prestaciones básicas para todas las personas -rentas básicas- que no tengan acceso al empleo por causa ajena a su formación y/o voluntad. Y a su vez, acomodar -incluso en exceso- y desincentivar al afectado y crear una cierta sensación de parasitismo en el resto de la sociedad.
La opción que tomemos dependerá del tipo de sociedad y de personas que queramos ser. Sin olvidar que, de no actuar o no acertar, el enfrentamiento, la ruptura, y el estallido social están asegurados.
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