Bellísimas procesiones de Semana Santa en Cartagena

  No me gustan las multitudes, las colas ni los tumultos. Tampoco las frías solemnidades. Pero debo reconocer, sin entrar en valores religiosos o espirituales pues cada cual tiene los suyos, que las procesiones tienen notables valores y ventajas, como la que tuve el gusto de contemplar el miércoles santo en Cartagena dentro del Programa oficial.

Se trata de una fiesta declarada de Interés Turístico Internacional en el año 2005 y que consta de diez procesiones nocturnas sucesivas desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección.

Es una fiesta tres en uno, pues aglutina tradición, oficio religioso y espectáculo. Tradición porque el origen remoto de las procesiones son las representaciones medievales de las escenas bíblicas que se hacían desde carromatos, que iban de pueblo en pueblo, en la conmemoración de la pasión y muerte de Cristo. Oficio religioso porque todo gira en torno al dolor, padecimiento y mensajes de Jesucristo, aunque el envoltorio profano y los tiempos modernos apaguen parte de la espiritualidad. Y espectáculo porque como Fuenteovejuna, todos a una, todo el pueblo de Cartagena, autoridades civiles y militares, clero y ciudadanos, con esas asociaciones vocacionales que son las cofradías, se unen para realizar una actuación coral maravillosa.

 Pero veámoslo en su esplendor…

Lo mas llamativo es la capacidad de mover buena parte de la población hacia una empresa común. No se trata de apagar un fuego, correr hacia las playas o hacer botellón, sino de la actitud voluntaria y armoniosa de multitud de vecinos para alzar este inmenso teatro donde cada uno hace su papel.

  El recorrido es trazado con precisión y racionalidad, partiendo de la Iglesia de Santa María en la Calle del Aire, de manera que cubra la zona centro, lo suficientemente amplio para dar cabida al larguísimo cortejo y con ruta inspirada en pescadilla que se muerde la cola, de manera que cuando el último grupo está saliendo bien pasada la medianoche, llega la recogida del primero. Las calles son limpiadas y se instalan vallas en zonas críticas así como sillas de una, dos o tres hileras para que quienes lo deseen por una módica cantidad puedan contemplar la procesión.

 

 

 Los espectadores se agolpan pero con delicado orden. La mayoría sentados, aguardan con paciencia la llegada de cada paso. Otros de pié en lugares estratégicos. No faltan las masas agolpadas a la salida para recibirlos con alborozo y respeto ni las que esperan la recogida final para cantar la Salve con emoción.

 Los figurantes desfilan con orden, siguiendo el guión que les corresponde. Cada cofradía tiene su noche asignada, aunque no faltan artistas invitados de cofradías ajenas que se intercalen en otras, siempre salvaguardando la identificación de su origen por el color del hábito ( Los del Socorro de negro, Californios de rojo, Marrajos de morado, Resucitados de Blanco, etc). El hermano vara es el que en cada grupo vela por la armonía y buen hacer de cada uno. Destacan la mayoría por llevar el capirote o capuchón puntiagudo, con túnicas que cubran pecho y espalda, cuyo origen data de los desfiles de pecadores que organizaba  la inquisición para exhibir a los penitentes por las calles, con su identidad oculta a los ojos de los vecinos.

Unos caminan con estilo suelto, otros con una paso predeterminado; los hay que sujetan bastones y hachones, otros sostienen sogas y símbolos religiosos; delante de cada grupo se portan estandartes, e incluso algunos brindan exhibiciones de poses que suponen un enorme desafío a la resistencia física. Se alterna la inmovilidad con el paso seguro, sin discordia.

 

 

 Los grupos van alternando. Cada cofradía con sus distintivos de atuendo y colores. Algunos caminando y otros con instrumentos entre cuya melodías destacan los firmes tambores. Algunos con leyendas alusivas a la escena bíblica que les corresponde ( el huerto de los olivos, las negaciones de San Pedro, las burlas de los romanos,etc). No faltan los piquetes de la infantería de marina, del ejército de tierra y la policía nacional, que intervienen como nota de modernidad y respeto, aunque en minoría frente a los legionarios romanos que vigilan con marcial paso los tronos.

 Las andas o tronos son espectaculares, porque están limpios, adornados, brillantes, como pedestales que dan soporte a la escena de la pasión de Cristo que les corresponde, normalmente esculpida en madera policromada, y enmarcado con flores o árboles, y radiante luz. A veces los tronos se deslizan suavemente como fantasmas discretos, merced a unas ruedas invisibles e insonoras. Otros tronos, mas impresionantes, son los movidos por la fuerza humana de voluntarios que se agolpan para sujetarlo en andas, donde a golpe de silbato se detienen o lo alzan, y que se mueven en calmoso vaivén proporcionando vitalidad a la imagen que portan.

 

 

 

Pero mas allá de estas formas lo que impresiona realmente es la combinación de sonido ( silencio alternando con sonoridad y melodía), con la luz ( de velas y brillos dorados) y la implicación de los figurantes ( entregados a su papel con gesto de orgullo, visible emoción y consciencia de su importancia). El maravilloso resultado es un espectáculo que visto desde el aire recordaría un río vivo y plateado flanqueado por aves sedientas. Y visto desde la tierra hace participar de la corriente de energía y espiritualidad latente.

En definitiva, un gran espectáculo que merece el aplauso sin fisuras, aunque como visitante debo reconocer que pienso algo parecido a lo que dijo el escritor Jorge Luis Borges cuando le preguntaron su opinión sobre la obra de García Márquez, Cien años de soledad: “ Es una obra majestuosa y muy bien escrita, pero le sobran cincuenta años”.