Ayer visité un zoo bello, inquietante y deprimente. El Zoo La Grandera en Cangas de Onís (Asturias). Bello porque en un entorno natural boscoso contaba con preciosas aves rapaces, canguros impasibles, linces calmosos y lobos inquietantes, entre otras decenas de especies, al alcance de la vista y casi del tacto (fruto del esfuerzo del naturalista Ernesto Junco que los atiende). Inquietante porque, fuese por la gestión o por la crisis económica, las instalaciones ofrecían cierto descuido y abandono, en una atmósfera de pésimo olor.
Pero lo deprimente, y que me impresionó vivamente, tras la primera sorpresa de un hermoso lobo negro, de mirada triste y fauces pavorosas, fue un enorme oso pardo enjaulado, dando vueltas incesantemente pegado a la verja, olisqueando nervioso y moviendo su enorme cabeza como un péndulo, mientras los visitantes le mirábamos curiosos y boquiabiertos.
Los médicos preguntan a los pacientes como se sienten, pero los animales no pueden decirnos si están tristes o felices, si se siente estresados o deprimidos, aunque me temo que las oscuras pupilas de los grandes ojos del oso eran expresivas de que algo triste sucedía en su interior, quizá por vivir en cautividad, privado de sus correrías, sin afrontar el reto de sobrevivir cazando. Y lo que me temo, que es lo peor, en inmensa soledad porque – por lo que pudimos ver- el oso no tenía compañero ni compañera de su especie. Solo en un cercado de por vida. Una cruel condena por el solo crimen de haber nacido en libertad.
Entonces me di cuenta de que no estamos tan lejos los seres humanos, y lo peor es que como el oso, no percibimos correctamente la realidad. Veamos…
Me di cuenta que nosotros, los civilizados seres humanos, también damos vueltas y mas vueltas a nuestros deseos de consumir más, tener mas poder, a nuestras pulsiones sexuales o espirituales o a perseguir respuestas que la historia de la humanidad no ha ofrecido.
Olisqueamos la información para comprender los conflictos bélicos y lo que pasa en nuestro entorno; rugimos para creernos libres; damos zarpazos al jefe, al rival o quien penetra en nuestro territorio; movemos la cabeza cuando no entendemos a nuestros hijos, ni a nuestros padres, pero no la bajamos cuando no nos entendemos a nosotros mismos; nos creernos los dueños del cercado de nuestro mundo sin darnos cuenta de que estamos enjaulados…
Y sí, me di cuenta de que trastornos neurológicos los tenemos todos y que las depresiones, el estrés o la ansiedad nos acechan. Pero lo que no sabemos, es si alguien nos mira desde el otro lado de la cerca, pero como el oso, lo más que podríamos hacer sería percibir la presencia… pero seguiríamos dando vueltas.
Lo cierto es que la visión del oso, del lobo y del zorro, allí cautivos, me recordó el poema de Rubén Darío, Los motivos del lobo, que en mis años adolescentes intenté memorizar por encerrar la mejor de las enseñanzas sobre la condición humana y en comparación con la de las bestias.
Los versos finales de esta preciosa fábula, tras el encuentro de San Francisco de Asís con el lobo malvado que incumplió el pacto de no atacar siempre que los vecinos del pueblo de Gubbio con la sola condición de que le diesen alimento, son estremecedores y no me resisto a reproducirlos:
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.»
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Interesante reflexión aunque no puedo evitar pensar que a diferencia de esos pobres animales encerrados (el sufrimiento del oso es tan terriblemente evidente), nosotros tenemos más opciones. Como dicen, no podemos elegir las cartas que nos tocan pero si cómo jugar con ellas…
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Gandhi afirmaba que una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales.
Hace ya casi un siglo se creó la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE), actualmente integrada por 181 naciones. Su normativa reconoce el derecho al bienestar que tienen los animales que se encuentran bajo el control del hombre. Definiéndolo como el modo en el que un animal afronta las condiciones en que vive. Y desarrollándolo a través de las denominadas «Cinco Libertades» (libre de hambre, sed y desnutrición; libre de miedos y angustias; libre de incomodidades físicas o térmicas; libre de dolor, lesiones o enfermedades; y libre para expresar las pautas propias de comportamiento).
Ni que decir tiene que todo lo anterior es papel mojado. Si el hombre es incapaz de respetar y hacer efectivos sus propios derechos, esto es, los derechos humanos. ¿Cómo va a acatar y a respetar derechos ajenos, es decir, los de los animales?. Como decía Poe, ¡el hombre es un animal que estafa! Hace trampas jugando al solitario. Y aún siendo inteligente se comporta como un imbécil.
Excepción a lo dicho, son los comportamientos singulares de ciertas personas con los animales. Enaltecen al género humano. Recuerdo la historia de Bobby, un perro abandonado que Enrique Jardiel Poncela se encontró mientras escribía desde la terraza de un café de Bilbao. Al verlo famélico, Jardiel le ofreció un bollo. Cuando el escritor se fue del café, el perro siguió sus pasos mansamente. Entre los dos, se había creado un vínculo que les uniría hasta muerte. De hecho el perro murió -de pena- quince días después de hacerlo Jardiel. Cuentan que Jardiel, en una ocasión, quiso hospedarse con Bobby en un hotel de lujo, pero que negaron la entrada al animal. Al preguntar el motivo, el responsable le indicó que ¡Por la pulgas! A lo que Jardiel, siempre genial, le respondió ¡Ah, será por las que coja en este hotel! Y muy enfadado por el desaire causado a su fiel amigo, abandonó el recinto.
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