Hace una semana decidí afrontar la siega y limpieza del minúsculo jardín de una pequeña cabaña que tengo en un valle asturiano. No soy jardinero, biólogo ni agricultor y aquélla tarea me parecía titánica. Y para ser sincero, tampoco es un jardín sino un pedazo de tierra plagado de maleza y situado en un cauce de un viejo molino.
La aventura y la desventura comenzó, pero también se aprende… Veamos.
Armado con una guadaña, que compré para estas ocasiones confiado en amortizar su coste con media docena de sesiones, pude comprobar mi torpeza al asestar cortes a diestro y siniestro con riesgo de podarme los pies. Otro día me ocuparé de mi hermosa desbrozadora, jubilada al segundo uso tras derrotarme ( pese a mis trampas consultando a youtube sobre arranque, piezas y manejo).
Así que allí estaba yo manejando la guadaña inmerso en un elevado follaje, con unas altas botas de agua para evitar cortes, sudando a chorros y ortigándome. Los resoplidos no faltaban y tampoco alguna maldición que otra. Para consolarme, utilizaba el viejo truco de imaginarme que se trataba de un deporte, cruce de hockey y esgrima con sauna incluida, lo que me reportaría al menos la eliminación del exceso de calorías acumuladas lejos de estos esfuerzos manuales.
El resultado fue desolador. Mi jardín había quedado horriblemente original. Lo mismo que si hubiese intentado cortarle el pelo a un hippie. Unas hierbas a derecha y otras a izquierda o enredadas con grandes calvas en medio. Mechones de matas. Piedras que no sabía que existían y emergían como los iceberg.
Reflexionando sobre mi torpeza, intenté sacar partido con alguna reflexión útil para la vida. Así que aprendí las siguientes lecciones:
- A valorar mas el trabajo de los especialistas. Lo de zapatero a tus zapatos no es solo un refrán. Es una regla de prudencia y utilidad.
- A no luchar contra los hierbajos y maleza. Al menos a no hacerlo por una razón tan débil como que “tocaba limpiarlo», sabiendo que en breve plazo todo estaría igual o peor. Mientras las combatía guadaña en mano, las malas hierbas, como las malas personas, se agachaban cuando la peligrosa cuchilla pasaba y luego volvían a enderezarse desafiantes. En la vida sucede algo parecido porque nos metemos en zarzales y problemas gratuitamente; pienso que como los nichos de ortigas, hay personas hostiles que se atrincheran en sus cargos o poder, así que si no nos provocan lo mejor es no darles la satisfacción de pincharnos. Sencillamente aceptemos su existencia pero con el desdén con que miramos la maleza.
- A mirar con otros ojos a las ortigas. Ojalá las personas fuesen así. Tienen mucho bueno. Lo digo porque al fin y al cabo, no atacan a nadie, sino que se defienden cuando alguien las perturba. Además cuando atacan no hieren ni matan sino que siembran picor pasajero. También es admirable que nadie las cuida y sobreviven ( mayor mérito que las petunias). Y si se las examina con atención son un prodigio de la naturaleza por su tallo piloso y su verde hoja dentada.
- A envidiar la hierba que discretamente crece. Que hunde sus pequeñas raíces y que pese a que sus puntas son segadas por una guadaña asesina, vuelve a crecer mostrando su verde de esperanza.
En definitiva, pensé que tendemos a valorar un jardín por sus flores, por el color que muestran, y quizá deberíamos percatarnos que las malas hierbas no son tan malas, y aprender a percibir lo que tienen de bueno y lo que tenemos nosotros de prejuicios al valorar.
Me temo que eso vale para nuestra opinión de las personas. Quizá merecen una segunda opinión: la nuestra, para no quedarnos en lo que los demás dicen. Y otros ojos que las miren: los nuestros, pero desde distinto ángulo para no quedarnos en la superficie o primera impresión.
Todo eso aprendí de mi jardín.. o selva.
Una preciosa reflexión.
El Libro de la Naturaleza es fascinante.
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Hoy su escritura tiene el simpático subido. Nos saluda con una sonrisa. De esas de las de verdad. Y, saltándose la vergüenza a través de la autoparodia, nos hace pensar en cosas amables y sentir cosquillas emocionales («sudando a chorros y ortigándome»; «se trataba de un deporte, cruce de hockey y esgrima con sauna incluida»; «piedras que no sabía que existían y emergían como los iceberg»…). Finalmente, nos despide con una serie de originales enseñanzas de la experiencia narrada, marca de la casa, aplicables a nuestra vida.
Mi personal lectura de lo contado es la que sigue. La sociedad nos «obliga» a ser ortigas, y no flores como parecería lo lógico, para poder sobrevivir al cúmulo de agresiones que recibimos de los dispares gigantes que la dominan (no, no son imaginarios molinos de viento como nos quieren hacer creer). El secreto de la vida no está en nuestra apariencia sino en nuestra capacidad de resistencia y de recuperación ante vivencias negativas. Los prejuicios (Vgr. las flores son bonitas y imprescindibles; las hierbas y las ortigas son malas o carentes de valor y rechazables) no pueden ser pauta de actuación pues distorsionan apriorísticamente la percepción de realidad y surgen por conveniencia de algunos para discriminar o dominar a otros.
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MI personal mirada: el «cottage garden» que pudo ser; JR Chaves !que las guadañas las carga el diablo!. Feliz domingo.
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A semejante tarea me ocupe, hace días. También con guadaña, y en Asturias. Y en la labor, pensaba. Si no lo hacía no lo haría nadie, menos a guadaña, y menos en un día caluroso. O si se lo mandaba a alguien, o se le olvidaría, o me pediría el dinero por adelantado, para luego venir cuando se acordara, o me lo dejaría a medias. Hoy en día nadie se mueve por poco dinero. Aunque luego nos quejemos, de que no salimos de la misera, con lo cual, pienso, no habrá tanta. O lo haces tú, o nadie lo hará…, como a ti te gustaría..
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