Siempre me ha maravillado la Teoría del Caos, ejemplificada en la década de los setenta con la simple imagen del inocente aleteo de una mariposa en Brasil que puede provocar una tormenta en España. Hoy podría decirse que un tweet de un adolescente puede generar la dimisión del presidente del gobierno.
Con ello se quería expresar que el universo no es estático ni sometido a una causalidad mecánica sino que somos muchas personas, muchas especies, muchos agentes atmosféricos, muchas bacterias, muchos movimientos sísmicos, muchísimos factores o variables, cada uno de los cuales afecta como una bola de billar a otra y esta a otra y todas rebotan sucesivamente hacia direcciones impronosticables.
Basta pensar en el impacto de la libertad de elegir de cada persona en las pequeñas decisiones, elegir un camino, detenerse o apresurar el paso, atreverse o no a declarar el amor, decir o no lo primero que nos pasa por la cabeza, leer o no un libro o ver una película, elegir una hamburguesa o una ensalada, o cualquier otro paso que demos, nos reorienta la vida propia y la ajena. Parece que vivir es demasiada responsabilidad porque estamos cambiando nuestra vida, la de las demás y la del planeta.
No sé si es maravilloso a aterrador pero lo cierto es que no falta razón para afirmar que el destino que tenemos marcado cambia constantemente al margen de nuestra decisión.
A veces se produce un cambio de timón positivo (que incluso calificamos de suerte) y otras negativo (lo bautizamos de mala suerte), pero lo importante es tener claro que no hay un solo croupier de la ruleta de la vida de cada uno. Los fenómenos, accidentes o incidentes son imprevisibles y nuestros planes saltan por la ventana. Y también es importante saber que ese estado positivo o negativo de hoy puede convertirse en lo contrario mañana, pues la tormenta de sorpresas de la vida es una película de sesión continua.
Así me percato de la errada idea de que los terroristas, los dictadores, los líderes religiosos, los bancos o los terremotos son los grandes motores del destino. No. Las cosas pequeñas también cambian el mundo, pues como decía Blaise Pascal “un centímetro menos de la nariz de Cleopatra y ha historia del mundo hubiera cambiado”.
Así, la mala noticia es la innegable imposibilidad de captar y calcular todas las variables, no solo por ninguna persona (erudito, astrólogo o vidente) sino por ningún ordenador del mundo (el famoso Deep Blue, potentísimo ordenador campeón del mundo de ajedrez, ha llegado a combinar las 64 casillas del tablero y las 32 piezas, una infinitesimal parte de las variables que influyen en nuestras vidas, y solamente para predecir la que podría ser la mejor respuesta en el juego).
La buena noticia es que hay predisposiciones hacia tendencias, conductas o resultados, fruto de la genética, los hábitos o las decisiones personales éticas o religiosas (en física se denominan «atractores«) que son nuestro antídoto y salvavidas ante la incertidumbre o miedo a lo desconocido.
Viene al caso esta reflexión porque mas que las mariposas cambiando la vida de las personas, creo que esas mariposas gigantes y mecánicas que son los aviones nos afectan a todos y de forma mas inmediata. Lo comento porque el pasado viernes me quedé varado en el aeropuerto del Prat de Barcelona, contemplando con ojos de besugo una pantalla que me mostraba que mi vuelo estaba retrasado, alarma que se cambió en desesperación cuando anunció su salida casi tres horas mas tarde, al filo de la medianoche.
Malhumorado por ese hurto de tres horas de mi vida con alevosía por la compañía aérea (la misma que me condena a un elevado pago si mi maleta excede un solo centímetro de las medidas estándar), me dedique a la vida contemplativa del caos.
La Torre de Babel. Colas de cientos personas para reclamar o intentar recuperar su tránsito en los mostradores de Vueling. Otras sentadas en los bancos, mientras otras se tiraban en el suelo o se enroscaban de forma inverosímil. Las colas continuaban en los cafés del aeropuerto donde pude comprobar como la tensión de los pasajeros era comparable a la paciencia de los camareros. Altavoces atronando instrucciones en varios idiomas para incrementar la confusión. Los pasillos parecían un hormiguero mareante: pasajeros arrastrando sus trolleys sin colisionar; allí una señora empujada en silla de ruedas; acá cinco muchachotes brindado con cervezas e informando a gritos de sus brindis; parejas de todos los estilos y actitudes imaginables; infinidad de extranjeros sonrosados con edad que me hacía pensar si llevaban años perdidos en la terminal; empleados del aeropuerto acicalados y con sonrisa de carcelero paciente; puñados de jovencitos como enanitos siguiendo a Blancanieves; jovencitos y mayores hipnotizados con sus móviles; viajeros que entran con mas prisa a los baños que cuando salen …
Increíble. ¡Menuda visión!. Imaginé que si resucitara El Bosco, pintaría el Infierno del Jardín de las Delicias como ese aeropuerto en ese momento, pues sorprendentemente, incluso el caos puede ser bello.
Pero lo que me dejó ensimismado fue saber que ese retraso del vuelo nos había cambiado la vida a cientos de personas. La demora afecta a agendas, citas y planes de inocentes. Unos llegarían mas tarde, otros descansarían menos, otros se salvarían de percances o accidentes por no haber salido antes y otros los sufrirán, además muchos tendrán que dar explicaciones por el retraso o pagarán justos por pecadores su malestar…
Por lo pronto, ese incidente me inspira este post y si usted lo está leyendo le estoy influyendo en su destino pues no está haciendo otras cosas, y quizá le he ayudado en su futuro… o no. Nunca lo sabremos, pero si le sirve de consuelo y legitima defensa, el que yo haga este post pensando en usted ha cambiado mi vida también.
Pero dando una vuelta de tuerca, si el avión vino con retraso quizá es por las tormentas o turbulencias atmosféricas… provocadas… ¡por la puñetera mariposa!.
vaya con la mariposa!! jajaja
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