Llevo unos días maravillosos en la playa de Levante en Cabo de Palos (Cartagena), agotando las vacaciones.
Sol garantizado, arena fina y limpia, poca densidad de bañistas, agua transparente de increíble color turquesa, sombra cercana, ausencia de chiringuitos a pie de playa y sin avistarse vendedores atosigantes. Nada que ver con las grandes aglomeraciones playeras. Tampoco con mis días playeros de infancia, únicos e imborrables en los de mi generación. Siempre aguardan las sorpresas…
Me maravillan numerosas personas con móviles fijamente observados desde la tumbona, desde la silla playera o toalla e incluso paseando de pie en la arena pese a lo chusco de la imagen de alguien telefoneando en bañador. La dependencia del móvil no llega a aventurarse a fotografiar o telefonear desde el agua.
También veo tanta figura tatuada que me pregunto si estoy en una playa de maoríes de Polinesia. Aunque, a juzgar por algunas orondas figuras, incluida la mía propia, quizá podría ser un lugar de retiro de luchadores de sumo venidos a menos.
Por encima de esas anécdotas, Cabo de Palos es un pequeño paraíso, como algunas otras playas escondidas del Cantábrico, que si se visitan en septiembre, son un regalo para los sentidos.
Como en toda playa, en Cabo de Palos puedes pasearte en bañador y sentir la brisa en tu piel antes de remojarte en agua salada. Por añadidura el sol te ilumina como un foco y te envuelve en cálidas caricias. Reina un efecto calmante que invita a la lenta reflexión. Pero además parece que el tiempo se ralentiza y nada es urgente. Solamente urge refrescarse en el agua, para retornar al sol y secarse, y reiniciar el ciclo.
Además, la playa brinda metáforas del ser humano. ¿somos granos de arena, gotas de agua o pececillos que van y vienen?. ¿ Y qué decir de mirar ensimismado el horizonte o de contemplar el ir y venir del oleaje?.
No digamos de la sensación de hundirse en el agua salada y cálidamente acogedora del Mediterráneo. Pocas clases de yoga y paz interior pueden superar la sensación de ingravidez en los instantes de inmersión marina. Ahora me zambullo. Ahora resoplo. Luego nado. Me vuelvo a zambullir. Toco pie en tierra y asomo la cabeza como un periscopio para escudriñar los alrededores.
Vuelta a la inmersión y me asomo como un intruso oceánico a las pequeñas profundidades donde consigo atisbar pececitos plateados y algún rodaballo semienterrado en la arena, junto con algas enredadas y oscuras. Descubro algún cangrejo ermitaño y caracola, y tras examinarlo les devuelvo la vida y me siento mejor. Afortunadamente, ningún avistamiento de residuo humano y solo naturaleza ondulante.
Con esos regalos de la fauna playera, tanto dentro como fuera del agua, no acabo de entender algunos que afirman que lo mejor de la playa es la cañita en el chiringuito o poder traerse el móvil. Es como ir a Venecia y desear dejar la góndola para ver un partido en el hotel.
También la playa me brindó la ocasión para reflexionar sobre la vanidad humana cuando observé un precioso castillo de arena que fue borrado por las olas. Reflexiones mas terrenales brotaron cuando salí de las aguas con unas manchas rojas y picantes en el muslo, sobre la que todos pudimos especular sin fundamento científico alguno, sobre si se debía a la visita de una medusa, una araña de mar, un pez hambriento o una roca pulida. O al tridente de Neptuno, que todo cabe. En todo caso, sobreviviré y se tratará de un buen recuerdo que podré comentar en el futuro como las cicatrices de guerra.
En fin, no hay mejor coartada para no hacer nada que permanecer en la playa. Nadie te reprocha haraganear ni dejar la mente en blanco. Por si fuera poco, el agua, el sol y el viento…¡ son gratuitos!
Que gran verdad la de aquél filósofo que decía: “Ningún trono del mundo puede sustituir una silla de playa”
¿ Y todavía nos quejamos de la vida?. Allí hay vida sin móviles, sin dejarnos la piel trabajando, sin discutir de fútbol y sin protestar contra el gobierno. Hay vida al alcance del pie, o sea, caminar por una playa, ya sea por el paseo o ya sea por la arena húmeda. O sea, naturaleza bajo tarifa plana gratuita.
Así que me voy a Cabo de Palos… que los pececillos me esperan y después a darme un paseo por el puerto de pescaderos y subir al Faro de Cabo de Palos, donde una panorámica inmensa permite contemplar toda la Manga del Mar Menor en su esplendor.
Siento el parte de vacaciones para quienes no las disfrutan, pero en unos días todos iguales, en la rutina de dar vueltas a la noria urbana. Mientras tanto, os deseo lo mejor, con o sin playa… que lo importante es estar vivos y coleando, y rodeados de familia o amigos, lo único que no se compra en Amazon.
NOTA.- Ya en su día comenté como exprimir el jugo del verano, aunque lo mejor es que cada uno haga lo que le plazca…
Disfruta, JR, especialmente con los hijos porque, si en algo te sirve la experiencia ajena, pronto harán sus propios planes de vacaciones, no necesariamente con vosotros. Y tampoco será malo. Simplemente será otra etapa en la que cada uno seguirá disfrutando de otra manera, tu con la jefa, ellos con quien elijan según ese criterio propio que ahora van forjando.
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