Decía Henry Kissinger aquello de “No puede haber crisis la semana que viene, tengo la agenda llena”. Salvando las diferencias, esa sensación tengo a veces cuando compruebo que las tareas asumidas para el tiempo disponible es como meter un elefante en una botella. Solo la magia puede ayudarme.
Cada día es un reto para atender los múltiples frentes de mi personal guerra de supervivencia, no mejores ni mayores que los de cualquier otro, pero inexcusables:
- trabajo, que para eso me pagan.
- reuniones, conversaciones espontáneas y asedios telefónicos.
- atender el correo electrónico.
- gestiones burocráticas (recibos de luz, telefonía, impuestos, etc).
- alguna charla en que disfruto yo más que los asistentes.
- una dosis de lectura (menos de lo que debería).
- una dosis de escritura frente a la pantalla.
- intentar ver algún programa televisivo completo sin cambiar de canal.
- telefonear a algunos familiares para confirmar que existen y confirmarles que tú también existes.
- atender a esas aficiones que ya no te aficionan.
- comprar o cambiar aquél producto que no necesitas.
- comer porque hay que comer (y porque para algunos nos resulta un placer).
- dedicar tiempo a la pareja que está a nuestro lado a las duras y a las maduras.
- intentar enseñarle a los pequeñuelos algo que aprendí de mayor.
- pararse y reflexionar con ligereza sobre cosas profundas, etcétera.
Y cómo no, dejar tiempo para el deporte, pues puedo confesar, compartiendo lo que se dice humorísticamente, que hago mucho de-porte-ador, pues porteo el carrito del Carrefour, porteo a los peques a las actividades extraescolares, porteo cachivaches al punto limpio, porteo libros de la biblioteca pública a casa y viceversa, etcétera.
Además, como ya tengo una edad en que la memoria se ríe de mí, pues cuento con agendas, aplicaciones de tareas en el móvil y numerosos post-it en la pantalla del ordenador. O sea, tengo al fiscal acusador de mis tareas, citas o compromisos.
Así que supuse que el problema era de planificación. Y reflexionando sobre ello, descubrí que realmente eran tres errores.
Un primer error consistía lisa y llanamente en ser muy optimista en cuanto a la carga de tareas que podía realizar en el tiempo. Todos nos creemos superman o superwoman, infalibles y rápidos. Pues no, no somos tan listos, y deberíamos organizar las tareas dejando “tiempos muertos” o treguas.
Un segundo error radicaba en que no decía “no” a una labor o compromiso cuando realmente no tenía razón para hacerlo. Y así me convertía en prisionero de mis propias palabras. Así que creo que deberíamos cambiar el “¡Claro que puedo!” por un cauteloso “Ya veremos”, “Lo pienso y hablamos”. No dejemos que se meta en nuestros planes lo que nuestro corazón no ha incluido en el primer borrador mental.
El tercer error consistía en el problema de deslizamiento de las tareas ante imprevistos. Por ejemplo, programaba dos cafés seguidos con sendos amigos o conocidos, pero como es una herejía poner un reloj de fichaje en estos encuentros se me solapaba el que estaba y el que esperaba, como fichas de dominó. O por ejemplo, contaba con que la visita al médico o la ITV llevaría menos tiempo del que realmente ocupó. Olvidamos que la vida está cargada de percances e imprevistos y por ello, debemos programar con prudencia cada cita o tarea, añadiendo un tiempo temporal a modo de cojinete o colchón elástico.
Así que intentemos planificar mejor nuestra vida, no sea que sigamos los planes de los demás. Y planifiquemos según nuestra capacidad y necesidades; creo que la mayor operación planificada de la historia fue el desembarco de Normandía y curiosamente Winston Churchill trabajaba en ello hasta casi la madrugada pero durante el día se ocupaba especialmente de unas dilatadas siestas (de bata y orinal) y de trasegar Whiskey.
Recuerdo a un amigo que tenía tres cajetines o bandejas para papeles sobre su mesa de despacho; una tenía un rótulo de color verde que decía “Importante”; otra un rótulo amarillo que decía “Urgente”, y la tercera de color rojo, informaba “Urgente e Importante”. Mi amigo me confesó que solo atendía esta última porque no tenía tiempo para más. Quizá esa es la clave de la supervivencia: determinar cada día las dos o tres cosas esenciales y urgentes, e intentar atenderlas.
Claro que no hay que olvidar el consejo de JRR Tolkien:
No conviene dejar fuera de tus cálculos un dragón que escupa fuego, especialmente si vives cerca de él.
En fin, confieso que no he planificado este comentario así que me ha quitado tiempo de otra tarea para la que me comprometí, pero no me arrepiento porque lo que no está planificado a veces resulta grato.
Somos incorregibles, pero pensándolo bien… ¿qué nos diferencia de una computadora o robot? ¡¡Lo imprevisible!! Y además… ¿qué sucesos nos han resultado mas agradables? ¡¡Los inesperados!!
No digamos lo que nos agradan las sorpresas… que hemos preparado de antemano… Y desde luego lo que es irrenunciable es planificar con quien se toma el café.