Leo un fragmento de una obra (La Comarca y el mundo) de Eduardo Couture, un eminente procesalista uruguayo en que dice algo sumamente inspirador:
» En último término nuestra vida se apoya en un metro cuadrado de tierra. En él está nuestra mesa de trabajo, con sus libros, con sus papeles, bajo la luz de la lámpara, los retratos de nuestros padres y la presencia de nuestros hijos. A su lado está aquella a quien hemos elegido para recorrer juntos los caminos de la vida. En otras palabras: el respeto a lo pasado, la ilusión de lo futuro, la fe en lo presente. El mundo es grande pero, en último término, nuestra vida se asienta en ese metro cuadrado de tierra»
Me maravilla esa cita porque me devuelve a la realidad. Veamos…
Hoy día algunos tenemos el espejismo de sentirnos como como el Rey Midas, que con un golpe de click o mando a distancia o teléfono recibimos sensaciones a la carta. Vivimos en un mundo expansivo, global, servido por el hipermercado tecnológico: la televisión nos acerca paraísos remotos con cientos de canales o ventanas; internet nos traslada a planetas virtuales, nos acerca a dos palmos de nuestro cantante o artista favorito, y el buscador de la red nos entrega imágenes o vídeos de cualquier cosa imaginable; por si fuera poco, Amazon y otros gigantes comerciales nos traen a casa con rapidez y exactitud lo que pidamos, no solo pizzas sino zapatos, segadoras, cascos o disfraces.¡¡ Increíble!!
¿Es eso la felicidad? No lo creo. No creo que esté en la capacidad de alcanzar sueños o necesidades que la mercadotecnia y los medios de comunicación nos introducen en el cerebro.
Ahí está el hallazgo del metro cuadrado que alzamos en eje vital. Ese es el torreón central de nuestro castillo. Cada persona tiene el eje de su actividad en un entorno mas próximo y pequeño de lo que cree. Yo creo que lo tengo delante de mi ordenador en una esquina del salón de mi casa, sintiendo la proximidad de mi pareja. Un amigo mío lo tiene en el café del bar donde ve el partido de fútbol y se toma su café a diario. Otro es feliz paseando mirando el parque. Incluso tengo un amigo que es feliz en su taller de trabajo. Otros se sientan en el sofá mirando la televisión como los señores del castillo. O disfrutando en la bañera o jacuzzi. Tampoco faltan los que trazan su metro cuadrado en torno a la lectura, a ese libro que les acompaña en el hogar. O los que sitúan su metro cuadrado deslizante allí donde está su teléfono móvil. O que está allí donde les soporta una silla delante de un buen cachopo o vino. O los que disfrutan con su metro cuadrado cuando bailan con su pareja o cuando pedalean en la bicicleta estática.
El imaginativo escritor G.K. Chesterton estando un día en su casa de Battersea, el célebre barrio de Londres, haciendo el equipaje para su viaje de vacaciones, recibió la visita de un amigo que le preguntó su destino. Chesterton le explicó que él salía, vía París, Heildelberg y Francfort…, visitando varias ciudades de Europa pero cuyo peregrinaje no tenía otra finalidad que encontrar el camino de vuelta hacia una isla denominada Inglaterra y, dentro de ella, un placentero lugar que responde al nombre de Battersea, y su casa con su sillón, donde con las energías renovadas por ese peregrinaje, habría de descansar complacido y dedicarse a dejar vagar su imaginación.
En fin, que cada uno tenemos nuestro metro cuadrado, como quien tiene un jardín y lo cuida. Y ese es el nicho de felicidad que cada uno atesora y que nadie nos lo quite. Que nadie nos lo quite hasta que lo sustituyamos por los dos metros cuadrados de largo por uno de ancho y otro de profundidad. Así que disfrutemos de nuestras elecciones, y no dejemos de ser nosotros los que elegimos nuestro metro cuadrado. Con alambrada o sin ella, que cada uno decida.
Pues si, un párrafo realmente inspirador. De esos que te dejan (al menos a mí) «tocada» y te hacen pensar. Con los años te das cuentas de la libertad que se alcanza en la sencillez…. aquello de «menos es más»…
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