Veo las noticias de televisión con las caravanas de migrantes de Guatemala hacia Estados Unidos, la historia del asesino del Cachopo, las declaraciones de Trump negando el calentamiento global, políticos que no se ponen colorados cuando hoy dicen lo que negaban ayer, sentencias que dan por probados hechos que niegan tanto quienes las leen como los que no las leen, curanderos que venden milagros a quien quiere creerlos, un Black Friday que provoca una carrera frenética a lo que no se necesita pero es más barato, una confianza infantil en lo que dicen las redes sociales…
Me siento pequeño y confuso. ¿Será verdad todo eso?, ¿distinguimos lo Verdadero de lo Verosímil?, ¿aceptamos sin rumiar toda la información que nos dan?, ¿nos mienten o nos mentimos nosotros al aceptarlo?, ¿cabe que la misma Verdad tenga distintas caras, incluso opuestas?… En suma, ¿merece la pena seguir considerando la “verdad” un valor o a lo mejor hablar de verdad es como hablar de los dinosaurios, algo poderoso pero que se extinguió?
No se trata de filosofía, ni poner la etiqueta de la posverdad para tranquilizarnos, ni basta refugiarnos en considerar que al haber mayor libertad hay mas puntos de vista. No. Es algo más sencillo. Antes teníamos el anclaje moral de la convicción en que algo era Verdad (o se nos vendía como tal) y ahora parece que saltamos de una verdad a otra, como la gata sobre el tejado de zinc caliente.
Además hoy día todos tenemos derecho a discrepar (lo que es bueno), a enfadarnos si no convencemos (lo que no es malo) y a sostener nuestra opinión aunque sea insensata y pasional (lo que es osado y malsano). La situación me recuerda los conocidos versos de Lope de Vega:
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.
Viene al caso porque he leído una entrevista de El Mundo al eminente jurista Antonio Garrigues Walker, al hilo de su reciente obra «Manual para vivir en la era de la incertidumbre» (Deusto, 2018), donde afirma que
Estamos perdiendo el derecho a la verdad, a través sobre todo, de las redes sociales en las que prevalecen las noticias falsas sobre las verdaderas.
En esa línea, he releído una entrevista de hace tiempo pero con gran actualidad efectuada a Roberto Blatt (Montevideo, 1948), filósofo, autor de la «Historia reciente de la verdad» (Turner Minor), en que vierte estas perlas que me parecen muy certeras de lo que está pasando, con una Verdad que tiene plasticidad. Cada una de estas frases suyas merecen una reflexión:
- Estamos en la época del ‘todo vale’ y la gente busca en la red más apoyo que información.
- Los emoticones y los ‘likes’ demuestran esa tendencia a buscar apoyo emocional en la red. Con ellos no se dice que algo te parece cierto sino que te gusta o no.
- La mentira – que fluye mas fácilmente que la verdad por internet- viene a sustituir a una verdad desagradable y tiene la ventaja de aportar un factor de satisfacción. Una cosa es equivocarse y otra mentir cuando se hace a propósito y satisface. Lamentablemente, en las redes sociales se vota la verdad en lugar de fundamentarla.
- La democracia sirve para todo excepto para establecer la verdad que requiere algo más que una acumulación de opiniones. Creer en la democratización de la verdad significa que democráticamente estamos enterrando la verdad como fenómeno social, colectivo y universal.
En fin, que la verdad parece que cotiza poco en el mercado actual, pero eso no debe amilanarnos ni dejarnos caer en la frivolidad del «todo vale». Pocos momentos hay en que nos sentimos vivos y nosotros mismos como cuando sostenemos una visión personal de la realidad con ardor y convicción, fruto de íntima reflexión. Tal y como decía literalmente en mi ensayo No somos muebles de Clickea (Como montarse una vida feliz y sana en tiempos revueltos), Ed. Amarante, 2017.
Hoy día todo el mundo se cree con derecho a opinar sobre los demás y a divulgarlo por las redes sociales (twitter, Facebook, etc.). Si en el siglo pasado, el rumor y la crítica brotaban en las tertulias y conversaciones de café o paseos, aireado por la prensa y televisión, ahora se han multiplicado las fuentes de información pero con varias agravantes. La alevosía porque la información se difunde desde posiciones de ventaja que ofrecen las grandes redes sociales y las tecnologías virtuales, con la complicidad de la amplitud de la libertad de expresión. La nocturnidad puesto que las opiniones se esconden frecuentemente bajo lemas o anonimato. Y la frivolidad, porque suelen ser fruto de un instante y no un juicio reflexivo, con dificultad para eliminación o retractación.
En ese contexto de flujo incesante de información hay que ser cauto y velar por la propia autoestima. No debemos dejar que los demás tomen nuestro control, ni que determinen nuestra manera de pensar o sentir. Somos los conductores del vehículo de nuestra propia vida y cuanto más sigamos la ruta ajena, menos tiempo tendremos para seguir la propia y disfrutar del viaje.
En fin que parece que la verdad tiene muchas lecturas pero no debemos renunciar a leer entre líneas ni aceptar ciegamente lo que los demás nos dicten. Tenemos el derecho a ser intérpretes de nuestra propia realidad y a no vivir la de los demás.
Excelente artículo. Coincido con muchas cosas que dices, en especial la frase final: » Tenemos el derecho a ser intérpretes de nuestra propia realidad y a no vivir la de los demás»
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Dice un amigo mío una frase que cada vez reflejadas lo que hoy es la información en redes etc etc.
«Todo el mundo miente pero la cosa no tiene importancia nadie escucha».
Si cambias el nadie por algunos estos son los que han aprendido a separar grano de paja.
Saludos Maestro.
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