Tras las navidades, mirando a mi hijo pequeño pegado a un artilugio tecnológico donde hay mucha luz, saltos y carreras en un mundo de ficción, no pude menos de recordar lo distinto de mis pasatiempos de infancia, pero en particular, mis adorados tebeos del Capitán Trueno. Soy de la generación del Capitán Trueno (infancia y adolescencia de los años sesenta y setenta, sin internet y única tele en blanco y negro de uso restringido). Creo que algo tan sencillo me dejó marcado, no sé si el gusto por la aventura, por la lectura, por el humor o por algo quijotesco como el caballero cruzado dispuesto a solucionar problemas.
Son tebeos que, pese a conservarlos cuidadosamente y exhibirlos como un tesoro, ninguno de mis hijos les ha prestado la menor atención. Me ha dado lástima. Lástima por ellos, por lo que creo que se pierden. Lástima por mí, por lo que creía les iba a gustar.
Sin embargo, nadie me quitará mis gratos recuerdos del Capitán Trueno, Goliat y Crispín.
Entre los doce y quince años, el tebeo del Capitán Trueno era recibido cada domingo con alborozo. Y descubrí muchas cosas…
Descubrí la elasticidad de las obras literarias. Ahora veo que son unas treinta páginas de viñetas cada historieta, pero entonces lo leía con fruición. Luego lo releía. Varias semanas después volvía a hacerlo y disfrutaba pese a que el suspense se había desvanecido. Una y otra vez: fuente de lectura inagotable. Ahora me fijaba en una frase, luego en el globo, luego en Goliat bailando con un borrico, etc.
Descubrí como viajar sin moverme. Mientras que el Jabato andaba anclado en la antigua Roma, el Capitan Trueno era el dueño de la Edad Media, donde ya podía introducirse el medio de transporte del globo para ir desde Venecia al Polo o China. Y así conocí a los tártaros, los vikingos o los tibetanos, bajo la licencia del autor de algún que otro anacronismo como ese globo o la pólvora en el siglo XII.
Descubrí el placer de una historia con personajes dotados de sentimientos, emociones y rasgos marcados. En esas páginas del Capitán Trueno estaba la huella de obras clásicas pues su autor se inspiraba en todo el legado literario, desde la Odisea al Quijote, pasando por situaciones de Julio Verne o el mito del Rey Arturo.
Descubrí los valores. El valor de un Capitán que enarbolaba un «Santiago y Cierra España» para luchar por lo que creía causa justa, pero que mediaba entre Saladino y el Rey Ricardo Corazón de León, o que defendía por igual al musulmán que al africano, siempre que fuera víctima de felonías. El valor de la caballerosidad del Capitán Trueno respecto de su amada Sigrid en Thule. El valor de la amistad de los tres amigos, Trueno, Crispín y Goliat, emulando a los tres mosqueteros (todos para uno y uno para todos).
Descubrí la Justicia como algo benéfico y necesario. Las viñetas mostraban abusos, malvados y tiranos, y frente a ellos aparecía el Capitán Trueno y sus amigos. La alegoría de la Justicia está togada y con espada, y el Capitán Trueno, con sus vestiduras holgadas y espada fiel, sentaba la Justicia como defensor del débil, de la libertad y de la paz.
Descubrí la utilidad del ingenio. Pues los tres amigos sabían ingeniárselas para salir de situaciones de apuro, con magulladuras pero sin grandes daños.
Descubrí el buen humor. Especialmente encarnado en Goliat, con su fuerza e insaciable apetito (que me recordaba a otro personaje de mis lecturas favoritas, Obélix), o su inolvidable Nicasio, el burro.
Descubrí la educación. El Capitán Trueno aprovechaba para educar a Crispín, huérfano adoptado como compañía de sus aventuras e indumentaria de arlequín, con breves sermones sobre el bien y el mal, perdonar, el criminal nunca gana, etcétera.
Descubrí que había cosas valiosas y que debían conservarse. Fui coleccionando uno a uno cada ejemplar y guardado con celo. Una buena caja, bien cerrada y al trastero. Esas pequeñas cosas eran mi tesoro.
Descubrí el sano disfrute del ocio. Una recreación sana. Nada de casquerías ni groserías, ni finales terribles. Solamente combinar palabras e imágenes para expresar emociones, tensiones, dramas, comedia y fraternidad.
Y de pasó, me fomentó mis habilidades de lectura y a pensar de forma distinta, ante situaciones de conflicto imaginadas. Por algo los neurocientíficos coinciden en el gran servicio de la lectura de historietas para la función cerebral y especialmente para la capacidad de resolver problemas y empatizar.
Es verdad que era héroes que no envejecían, que hablaban los idioma de cada lugar remoto que visitaban y que manejaban inventos que todavía no se habían inventado; también acepto que para recorrer todos los sitios que visitaron se necesitarían varias vidas, e incluso admito que se ajustaba al estereotipo de guaperas líder con ayudante bruto pero simpaticote, y con ternura repartida entre su novia (Sifrig) y el muchacho adoptivo (Crispín). Lo acepto, pero lo mucho bueno supera lo poco malo.
Por eso cuando me dicen que esos viejos tebeos o comic no pueden competir con la fuerza visual de las pantallitas tecnológicas con juegos de artificios y monstruos, pienso que es cierto: no pueden competir esas pantallas de superhéroes con poderes absurdos, con unos personajes de tebeos donde se combinaba una imagen estática dibujada con unos bocadillos de frases, que tejían una historia en un contexto histórico. No pueden competir, porque normalmente una pantalla de videojuego –como el fornite– solo entretiene mientras que un tebeo de fabulación histórica forma e informa.
En fin, que lamento haber perdido la inocencia a cambio de embarcarme en lecturas de adulto más insulsas que me han dejado impasible para releer mi añorado Capitán Trueno (cuando no podía pagarlo, lo ansiaba, y ahora que no puedo pagarlo, no lo quiero). Sin embargo, algo me dice que cuando llegue a la Tercera Edad recuperaré la vuelta a la infancia y disfrutaré nuevamente con su lectura.
Aunque creo ser algunos años más joven (pocos) que J.R., también recuerdo con gran cariño los tebeos de «El Capitán Trueno» con los que pasé grandes ratos en mi infancia y pre-adolescencia; sin olvidar, naturalmente, los de «El Guerrero del antifaz» y los de «Roberto Alcázar y Pedrín»; y que, en mi caso, traen de la mano el recuerdo de mis abuelos, ya que eran ellos los que, en las visitas al pueblo, me daban la propinilla que yo iba a gastarme de inmediato en alguno de esos tebeos.
Muchas gracias J.R. por post que tanto recuerdos me trae!
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