Sigo siendo un niño. Desayuno mi Cola Cao todos los días. Nada de café, ni zumos, ni bollería, ni tostadas o sándwich. Mi Cola Cao disuelto en leche caliente en mi tacita favorita. Un simple ritual que encierra enseñanzas, placer y cotas de serenidad que no alcanzan a proporcionar ningún naturista, psicólogo, psiquiatra o coaching, por muy rimbombante que sea el título.
Mi Cola Cao. Mi Tesoro. El del bote amarillo con los negritos del África Tropical. No el de bolsa de colorines ni la caja de cartón.
Y nada de Cola Cao turbo que se disuelve. Ese es para nenazas. El Cola Cao sólido. El que si no está muy caliente la leche, te maravillas de que el polvo de Cola Cao flota sobre la leche como si nadase en el mar Muerto. Luego le das vueltas con la cucharilla y examinas la fuerza centrífuga mientras te desafían unos grumos que no consigues ahogar.
Tampoco me va el Cola Cao light, ni 0%, ni con Fibra. Hablo del auténtico. El Cola Cao de siempre. El que engorda, el que es laborioso, el que debe tomarse con cuchara que rebosa y deja caer un rastro de polvillo. El que cuando se está acabando tienes que meter la mano entera en el bote para extraer la dosis.
Ese Cola Cao es el que cada día me recuerda mi niñez y mi adolescencia. Es cierto que intenté asomarme al Nesquik, pero triunfó el Cola Cao. Es curioso que el ser humano siempre necesita elegir entre alternativas… Cola Cao o Nesquik, Coca-Cola o Pepsi-Cola, McDonalds o Burger King, carne o pescado, PC o Mac, etcétera. Pero yo elegí el Cola Cao, o mejor, me eligió a mí cuando era niño.
Así el Cola Cao matinal cuenta con la ventaja de que es el pistoletazo de salida del día que comienza y que posiblemente sucedan cosas buenas.
Admito que luego a media mañana le traiciono con un café con leche, porque es la hora de la rápida tertulia, del encuentro franco, de la charla amistosa y de relacionarme. Lo que califiqué del mágico momento de elegir con quién tomar café. También le soy infiel cuando estoy en algún hotel de desayuno buffet en que me entrego a la gula moderada, porque al fin y al cabo, son las salidas de rutina las que permiten saborear las experiencias.
Pero por la mañana, a solas con mi Cola Cao tiene lugar mi momento zen, mi pausa reparadora, mi meditación solitaria y breve. Mi contacto conmigo mismo. Mas energía para afrontar el día. Barata y con calorías, pero me hace feliz. Y es que esas pequeñas cosas alegran la vida.
Además intuyo que el círculo se cerrará cuando sea viejecito y alguien diga que sólo puedo tomar Cola Cao por una pajita, y ese calorcillo en la garganta me devolverá a la infancia.
En fin, lamento el rollo, pero no es que me patrocine Cola Cao; sencillamente me sentía en deuda con este amigo que todos los días me espera, me acompaña, no me replica…y me reconforta. Y van decenas de años…
Ya somos dos. Más de 5 décadas tomándolo. Yo, que aun soy más goloso, le añado una cucharadita de miel.
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Ya somos tres!!! Yo me hacia los colacaos en el vaso de la minipimer para poder echar un montón de cucharadas. Antes no me engordaba nada………
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Ahora no suelo tomarlo, pero el recuerdo de mi infancia es la taza de Cola Cao por la mañana al desayuno y también por la noche. De aquella venía en cajas decoradas que solíamos usar para guardar nuestros pequeños tesoros. Qué recuerdos!!
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Que añoranzas los desayunos de la infancia, aquellos en los que el cola cao y las galletas no parecían obra de Lucifer ni estaban desterrados por los nutricionistas devoradores de garbanzos matinales. ¿Estábamos mejor antes que devorábamos aceite de colza sin saberlo o ahora que no sabemos que desayunar por que todo y todos nos hacen sentir culpables? Este mundo se vuelve loco…
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