Tendemos a separar trabajo y ocio. A identificarnos con el extremo: “Ahora estoy trabajando”, o “Por fin, es viernes, a descansar”.
Parece que los seres humanos tendemos a posiciones radicales en la vida. O estamos trabajando o de ocio. O nos ponemos a dieta de inmediato y de forma absoluta, intentando no probar grasas, azúcares y otros venenos, o seguimos comiendo sin tasa. O hacemos deporte pero con rutina de esclavitud o seguimos el cómodo relajo. O somos espirituales o hedonistas. O queremos culturizarnos e intentamos aprender inglés o leer indiscriminadamente clásicos y apagar la televisión, o nos relajamos delante de programas vacíos sin abrir un libro.
Además solemos aplicar nos ponemos rápidamente una etiqueta de presentación, marcada por la profesión, o por un rasgo del carácter que vemos dominante (abogado, ecologista, deportista, etcétera), cayendo en la trampa de confundir la parte con el todo.
Reflexionaba sobre ello al hilo del 500 aniversario del fallecimiento de Leonardo da Vinci, a los 67 años (1519), quien fue arquitecto, pintor, ingeniero, músico, poeta y filósofo.
Leonardo no distinguía arte ni ciencia, ni separaba teoría y práctica, ni se encasillaba en un determinado rol. Un humanista con los ojos y la mente abiertas. El ejemplo de la llamada “creatividad combinatoria”.
Viene al caso porque estuve en Valencia para ofrecer una charla jurídica, y he tenido la fortuna de ir acompañado de dos amigos. Uno para impartir otra charla paralela y el otro, recién jubilado, para estar ocupado y seguir asombrándose del mundo.
Hemos tenido momentos estupendos, de paseo, tertulia y paella rica. Terracita y viandas. Hemos sonreído, reído y compartido experiencias, y nos hemos alzado en observadores de un entorno marcado por turistas y aficionados al fútbol. Una magnífica compañía sin prisas para hablar sin guión. No sé si esta riada de visitantes que inundaba Valencia cumpliría sus objetivos, pero yo conseguí un balance positivo. Veamos la cosecha con un toque de humor.
Cumplí mi compromiso laboral y disfruté de la atención de asistentes atentos y participativos; disfruté del regalo de un bello lugar con sol generoso (y reflexión sobre calentamiento global incluida); una paella elaborada artesanalmente, con langostinos y no costosa (¡!); largo paseo playero para combatir la conciencia por los excesos, sorteando patinetes; disfruté de la variada fauna turística de una Valencia avivada por encuentros deportivos y sol implacable; visita obligada a librerías de lance con adquisición de La Divina Comedia de Dante, ilustrada por Gustav Doré para goce de mi pareja y compensarle mi ausencia, cuya compra puso a prueba mis dotes de regateo; tanteo por tenderetes para comprar detallito para mis hijos que será usado por tanto tiempo como me lleva a mi comprarlo; conversación con comerciante especializado en máscaras venecianas que al estilo de Marco Polo, me contó que había traslado su negocio de Venecia a Valencia por amor, y aunque sus ventas habían bajado, el amor de su mujer había subido.
Y el regreso, espera en el aeropuerto por demora (empieza a ser una costumbre), que fue debidamente conjurada con la lectura de un libro sobre Arquímedes (con la anécdota de ser asesinado en la playa por un romano, pues el sabio estaba ensimismado con sus números trazados en la arena, y no se enteró de la orden que le dio). Por si fuera poco, por esos caprichos del azar o por mi aspecto de narcotraficante peligroso fui sometido a mi paso por aduanas a un control de drogas al que no se escapó mi persona ni mi maleta (tras advertir al agente que si abría la maleta ser vería obligado a ayudarme a cerrarla); conseguí burlarles y no percatarse que iba cargado de esa droga que son los libros; tampoco faltó la anécdota del vuelo por el curioso comandante, cuya voz metálica permitió deslizar entre las advertencias habituales a las que nadie atiende: “En el caso improbable pero posible de que el avión se estrelle, no olviden…”. Finalmente, debo agradecer al porteador que colocó mi flamante y nueva maleta naranja en la bodega del avión, su delicadeza para conseguir marcarla y devolvérmela arañada y sucia, tintada de negro, lo que me facilitará su identificación futura en las cintas de maletas de aeropuertos además de que en esas condiciones nadie la codiciará para hurtarla.
En fin, que la moraleja de este sencillo viaje fue considerar la estancia como un bloque de experiencias, sin dejar que lo principal (ofrecer la charla como parte del trabajo) apagase otras dimensiones pues el tiempo de viaje y estancia transcurre igual, tanto si lo vemos como una obligación de soportar como un tiempo para ir con los ojos y la mente alertas.
Creo que la clave del goce del tiempo está en combinar perspectivas y en decidir por sí mismo. No en tener todo premeditado y asignado, sino en combinarlo. Leonardo escribía de derecha a izquierda, no tanto por ser zurdo, como por ir contra corriente.
Por eso creo que la llave para disfrutar la tenemos nosotros. No hay momentos malos, tiempos muertos o aburridos. Somos nosotros los que tenemos que tener altura de miras para contemplar todo el tiempo como un regalo para disfrutar, aprender o entretenernos. No hay nada inocente en lo que vemos de lo que no podamos extraer una reflexión, una ocurrencia o algo que nos enriquezca. Y si lo vemos con ojos de humor, mucho mejor.
En suma, si viaja por trabajo u ocio, ponga la luz larga del cerebro alternando con la corta. Se ve mucho más.
Y para relajarse aquí un sencillo experimento que le demostrará la importancia de la atención. Intente dar la respuesta a este sencillo cuestionario que le requiere tres minutos. Si ya lo conoce, estupendo, y si no lo conoce, creo que le sorprenderá. Se trata del experimento ideado por los psicólogos Christopher Chabris y Daniel Simons en 1999.
Hay dos equipos de tres jóvenes: unos visten de blanco y otros de negro. Cuente, por favor, los pases de balón entre los tres miembros del equipo blanco, y luego seguimos. Insisto, cuente sin confundirse, el número de pases de balón entre los miembros del equipo blanco.
¡Pero qué bien le sienta a su escritura la compañía de sus amistades!. Artículo inspirado e inspirador. Fresco y sutil. Con un perfecto engranaje de imaginación e inteligencia, de seriedad y divertimento, de exuberancia reflexiva y fina ironía («la ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe» decía Jacinto Benavente) y de conclusión final, tan estilo Chaves, que tanto admiramos y perseguimos sus muchos seguidores.
En el mismo se incluye una frase que para mí resume lo que es su blog; «una magnífica compañía sin prisas para hablar sin guión».
Gracias, una vez más, por brindarnos su hospitalidad y compañía.
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Situational Awareness!!!
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