Este fin de semana estoy en mi querida tierra adoptiva gallega. A Coruña. Sol, gastronomía, gente hospitalaria y olor a mar.
He aprovechado la tarde calurosa para adentrarme en una tienda de la cadena Re-read lowcost donde se ofrecen libros a precio de saldo. Miles de libros ordenados, de segunda o tercera mano (mejor sería decir de «segunda o tercer ojo» o lectura) aguardando un comprador.
Eran las cinco de la tarde, y cual corrida de toros, me sentía como el torero solitario en aquella plaza rodeado de libros. Ningún otro cliente. Solamente todos aquellos libros, como niños esperando ser adoptados. Mejor, como muertos esperando que alguien les diga: Lázaro, levántate y anda.
Por un lado sentí pena. Pena por la devaluación de algo tan preciado como los libros. Trozos de lectura, trozos de sabiduría y experiencia, esperando alguien que se asome a sus páginas y enriquezca su horizonte personal. Novela, ensayos, historia, viajes, de niños y mayores… todos allí; lomo con lomo, calladitos y suplicando que una mano curiosa los saque de la estantería y no los devuelva.
Y no será por precio: me llevé cinco libros por diez euros, cuyo precio de venta nuevo rodaría en conjunto los cincuenta euros. No se puede dar más por menos.
Siempre le digo a mis hijos que la manera de ensanchar la mente y aprender a sobrevivir tiene cuatro caminos.
La experiencia, pero es difícil viajar y experimentarlo todo pues se necesitarían cientos de vidas y las malas experiencias pueden truncar el paso a las nuevas.
La reflexión propia y personal, pero hace falta ser un computador para conseguir sin salir de casa, con la lógica interna, obtener conocimientos de todo.
La imagen visual de películas o el reportaje sonoro, (o la tertulia con personas que nos enriquecen) que es un cauce fenomenal para sacudir la imaginación y abrir las puertas de los mundos posibles.
Y la lectura de las obras escritas por otros, que podemos empezar y dejar, rumiar o criticar, pero pocos libros nos dejan indiferentes. Da igual que sea en papel o en formato electrónico. Lo maravilloso es que el cerebro lea unos signos y construya situaciones y despierte sentimientos, emociones y reflexiones. Magia. Yo creo que no soy el mismo cada vez que finalizo un libro. Cambio y creo que no es para peor.
Por eso siento lástima cuando me asomo a las librerías y veo que escasean los adquirentes, sean de nuevo o de lance. Veo la ocasión pérdida. Y entonces me doy cuenta que soy de otra generación. La que tenía curiosidad y no desaprovechaba oportunidades. Ahora ya no existen candidatos electorales que anuncien promover la lectura, ni la mayoría de los padres parece preocuparles esta vertiente formativa (incluso parece que el precio de que los niños «no den guerra» es lo que ampara que les dejen cebarse en videojuegos o en el nefasto Fornite, que califiqué de peligroso flautista de Hamelín).
Los lectores de libros somos una especie a extinguir. Ni mejores ni peores, pero a extinguir. Triste.
Pero no me importa, esta noche finalizaré mi libro sobre Mediohombre (Alber Vàzquez, ed. La esfera de los libros) la aventura de Blas de Lezo (1689-1741), derrotando a los ingleses aunque estos siempre lo callan, Y me lanzaré a devorar alguna de mis cinco nuevas adquisiciones, que ahora toca leer algún ensayo. Nadie me quitará mis momentos de alegre solaz. Ya sé que humanizo los libros y tengo que hacérmelo mirar.Allá cada cual con sus manías. Yo con las mías. Y es que «leo, luego existo». Y si se me olvidan, pues insisto.
¡Ah! pero es no impide que tras curiosear por la librería y escribir esto, pasee con mi chica por las calles de A Coruña y disfrute de lo que es un paraíso, que hay tiempo para todo y no podemos dejar que lo importante oculte lo mejor.
Con lo maravillosa que es esa sensación de entrar en una librería y verte rodeada de libros esperando a ser explorados…
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Un libro es como un jardín cargado en los bolsillos (proverbio chino). El arma más efectiva contra la intolerancia e ignorancia. Indudablemente, uno es más rico tras la lectura. Por eso si quieres pensar antes de hablar, debes leer antes de pensar.
Históricamente, la destrucción o quema de libros (terrorismo bibliográfico) ha sido utilizada como forma de consolidación del poder y fanatismo (ideológico o religioso). Tiene una carga simbólica, pues «el que mata a un hombre, mata a un ser de razón […]; pero quien destruye un libro, mata la razón misma», escribió Milton. Y es que, como comenta un personaje de la paradigmática Farenheit 451,«un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho?».
Actualmente, en el marco de la globalización, todo es más sutil y subrepticio: ya no es necesario quemar libros; basta con hacer, como profetizó Bradbury, que la gente deje de leerlos. ¡Y en esas estamos!. En una suerte de paralización de la civilización, disimulada por un imparable avance tecnológico (¿hacia dónde?) que si bien decora la jaula, no la hace desaparecer, ni nos hace más libres, ni más inteligentes, ni más iguales, ni más humanos, sino todo lo contrario.
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Fantástico el placer de la lectura.
Y que disfrute adentrarte en la librería donde cada semana hay nuevos libros (y aventuras) esperándonos.
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