Llega la época de presentar la declaración de la renta y por alguna extraña razón me siento como cuando quien va a pasar la frontera a Corea del Norte, con temor a que una actividad inocente pueda a ojos maliciosos alzarse en prueba de crimen horrendo.
No soy Al Capone, cuya relación con Hacienda le llevó a las rejas, ni tampoco tengo tinglados empresariales ni fondos de reptiles, ni rentas o ingresos de “cuyo nombre no me quiera acordar”. No. Como empleado público, Hacienda sabe mis invariables ingresos y conoce los frutos de mis otras actividades complementarias (publicaciones modestas y charlas ocasionales) pese a que suelen ser realmente deficitarias en términos económicos aunque altamente satisfactorias en el plano emocional. Para más inri, uno de mis gastos más elevados no desgravan pese a ser lujos que manifiestan riqueza (libros de ocasión).
O sea, que mi declaración de la renta es un documento gris que pasa sin pena ni gloria por las fauces del dragón.
Pero siendo necesario que todos contribuyamos a los gastos de todos, hay cosas sumamente llamativas de la declaración de la renta.
En primer lugar, me llama la atención que el impreso resulte endiablamente complejo, repleto de casillas, números y jerga infame. Cada año me pregunto si recaudar un poco menos no justificaría un poco más de sencillez. Además tengo un rechazo a elaborarla, similar al que me inspira el muro de Trump, pues no solo tenemos que pagar sino que tenemos que ser los contribuyentes lo que elaboren sus impresos o paguen asesores para ello. Y por si fuera poco rellenar el impreso se hace con la amargura propia de la firma de las confesiones de culpabilidad pese a que el único delito de la inmensa mayoría es trabajar.
También me llama la atención que todos seamos muy celosos de la protección de datos personales, de que nadie sepa nuestro domicilio, nuestro correo o si nos gustan las palomitas o la sacarina, y sin embargo, los impresos de la declaración de la renta son una foto fija de un año de nuestra vida. Lo que somos (identidad y familiares, estado civil y con quien convivimos), el lugar donde vivimos (primera y segunda residencia si la hubiere), lo que se supone que disfrutamos (garaje, trasteros, vehículos, etcétera), lo que hacemos en la vida (trabajos, servicios, aventuras empresariales, etcétera), los negocios que nos afectan (herencias, ventas, etcétera), e incluso nuestra labor filantrópica o lúdica (donaciones, ganancias de loterías, etcétera). A este paso algún día nos pedirán que hagamos reflejar nuestras preferencias sexuales, nuestra peor pesadilla del año o incluso que justifiquemos las ganancias que no hemos tenido.
Nos preocupa lo que sabe Google y en cambio todos nosotros, con actualización anual, estamos “fichados” en Hacienda. Y quien dice Hacienda pues dice, que por muchas garantías que pueda haber, todos nuestros datos están a golpe de click de algún empleado fijo o temporal que esté al servicio del Gran Inquisidor. En el pasado para reconstruir una biografía de alguien había que buscar documentos, hacer entrevistas y pesquisas detectivescas; para nuestra biografía bastará con acceder a nuestras declaraciones de la renta y se sabrán todas las pinceladas grises de nuestra vida en cifras.
También me incomoda tener que desempolvar la calculadora para sumar, restar y multiplicar, confiando cándidamente en que las cifras bajen y se produzca el milagro de pagar poco o incluso –algunos dicen que lo han experimentado- que te devuelva Hacienda. Así que me veo calculadora en mano, contando el número de los que vivimos en casa, contando las propiedades que tengo con la quinta parte de los dedos de una mano, contando los justificantes de gastos y maldiciendo los extraviados, contando, contando…lo que me queda para llegar a fin de mes.
En fin, lo comento como desahogo con cierto toque de humor (única manera de afrontar los grandes males) y pensando que lo que debería poder deducirse de la deuda tributaria debería ser el malestar, incomodidad y desazón que provoca hacer la propia declaración de la renta.
Pero tampoco hay que ser negativo. Hacer la declaración de la renta contribuye a unir a los españoles en tiempos de egoísmo y división, pues todos al unísono nos apresuramos a hacer los deberes; todos a buscar asesores fiscales o dejar la televisión de lado para cumplimentar el impreso; todos a criticar a Hacienda; todos a llorar por las esquinas. A mi particularmente me trae ideas religiosas, pues no sé la razón pero cuando relleno la casilla final a pagar, y tras sufrir una taquicardia menor, me acuerdo de la bíblica expulsión de los mercaderes del templo a latigazos.
En fin, al menos los contribuyentes tenemos nuestras compensaciones de pagar por disfrutar de sanidad pública, seguridad y educación, pese a la persistente sensación propia de quien paga en un restaurante de lujo por un plato enorme con una minúscula croqueta rayada como una cebra con chorritos de aceite.
Eso sin olvidar el temor que nos acecha, por mucho cuidado que pongamos, de que un buen día llegas a casa, abres temeroso el buzón y allí está… una notificación de Hacienda. Pero esto es otra historia… de terror.
Apreciado señor Chaves:
Espero con interés sus artículos. Curiosamente, no me sorprende su contenido y eso, justamente, me hace pensar que no estoy solo con mis ideas y mi postura. El artículo sobre el pavor que crea la presentación de la DR, a más de ser divertido, da de pleno en el clavo. No obstante valerme de un gran profesional, estoy siempre inmerso en la duda de si habré olvidado algo o mi asesor habrá malentendido algo. ¿Habré podido demostrar, una vez más, que no soy un delincuente? Siempre he considerado que sin recaudación no es posible prestar servicios y que nuestra solidaridad es imprescindible para que el estado funcione. Pero el que yo no sea infalible no debe ser sinónimo de que pretenda engañar al fisco. No lo ven así los que se encargan de revisar nuestro opus anual. Y no te envían una nota diciendo “Apreciado contribuyente: evidentemente ha confundido usted esto con aquello. Le instamos a que revise las casillas X e Y. Le ofrecemos la oportunidad de presentar una corrección, para lo cual cuenta usted hasta la fecha del 31 del mes en curso”. No. Presumo que el funcionario siente una mezcla de fruición-odio hacia aquellas ovejas descarriadas que, para él, indudablemente, intentan defraudar, eludir, evadir, engañar, etc. a Hacienda. Lo más tremendo es que, en el caso del Fisco, se invierte la carga de la prueba: Eres delincuente hasta que pruebes lo contrario. Nuestra honestidad hacia la comunidad está, pues, permanentemente en entredicho. Parece que nuestro oficio fuese el de engañar a la caja pública y que el intentar pillarnos fuese el cometido de los funcionarios del citado estamento. Me tranquiliza saber que no estoy solo con mis apreciaciones.
Atento saludo.
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Desengañémonos, ya no vivimos en un Estado sino en un IMPU/ESTADO.
A finales de 1978 Hacienda lanzó el siguiente eslogan institucional «Ahora, Hacienda somos todos. No nos engañemos». Los años lo han desmentido de plano. Seguimos pagando los mismos (mientras que los más poderosos siguen pagando -proporcionalmente- poco o nada), pagamos impuestos por todo y los engañados somos nosotros. Chumi Chumez lo reflejaba de forma muy gráfica al decir «Los españoles (se refería a la gran mayoría de nosotros: los normales) no ahorran/mos, son/mos unos manirrotos. Lo gastan/mos todo en impuestos».
En el curso de una conferencia pública sobre la electricidad, Michael Faraday (famoso físico-químico del siglo XIX) fue interpelado por el entonces ministro de Hacienda británico (Glastone) sobre cuál era utilidad práctica de la energía eléctrica. El indicado respondió: “Sir, un día podrá usted gravarla con impuestos.”
Nuestra Administración Tributaria ha tomado al pie de la letra tal predicción. Además de soslayar que estamos ante un producto de primera necesidad aplicándonos (de forma indiscriminada y sin considerar la capacidad económica de cada uno) un tipo desmesurado (el 21%), lo repercute no sólo sobre la energía eléctrica consumida, sino también sobre la potencia contratada, el alquiler de equipos y, en el colmo del abuso y el atropello, sobre ¡otro impuesto! el especial sobre la electricidad.
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¿La Administración Tributaria no se fija en las «comisiones de fiestas» y los toros que compran para hacer «sueltas por el campo»?. Creo que los toros tienen una guía, ¿nunca pregunta la Administración Tributaria quién los compra y para qué?.
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Felipe:
He intentado, sin éxito alguno, desenmarañar las estadísticas que ofrece Hacienda, a efecto de determinar
a) Cuánto ingresa el Estado en concepto de impuestos (directos e indirectos), multas, etc., etc.,
b) Cuál es el ingreso medio de los contribuyentes
c) Cuántos contribuyentes hay
A partir de éstos datos podría determinarse, entre otras cosas, cuál es la carga impositiva media y, por ende, qué estrato social soporta dicha carga.
Sería demasiado exigir, conocer de forma somera, cómo ha invertido el estado los dineros del contribuyente. No se trata de los presupuestos, o sea de lo que se presupone, sino de las cifras reales. Cuentas claras, como se lo exigen los accionistas a la dirección de la Sociedad.
En exceso exigir sería, que el Estado nos presente, de manera simple, inteligible y asequible a simples mortales, un cuadro en el cual en una abcisa aparezcan cada una de las comunidades, su número de habitantes y el porcentaje de inversión por habitante, y en la otra coordenada apareciesen los generadores del gasto (Educación, Sanidad, I+D, etc., etc.) con sus totalizaciones, lo que permitiría descubrir desigualdades y, como no, poner en evidencia a aquellas comunidades que se quejen injustamente de trato discriminatorio. Podría generarse un cuadro como el descrito, con base en el presupuesto y otro, como he expresado, con base en los datos reales. Propondría, además, que éstos resúmenes estadísticos fuesen publicados, a toda plana, en la prensa nacional, antes de empezar la campaña electoral. Así, alguien tendría que dar explicaciones, y prepararse para la respuesta en las urnas. ¿O es que solamente tenemos la obligación de contribuir más no el derecho de saber a dónde va a parar nuestra contribución?
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Yo, que soy funcionario, no me quejo de los impuestos, al fin y al cabo es de donde sale mi sueldo, y dónde vuelve una buena parte de él. Además, no solo sale Sanidad y educación, sino justicia, servicios sociales, parte de pensiones, carreteras, cultura, medio ambiente, seguridad, defensa,…. y un sinfín de cosas más sin las que no podríamos vivir y sin las que los pobres seríamos infinitamente más pobres.
Me quejo de que yo no escaqueo ni un euro, no podría, pero no son en absoluto progresivos y sé que mucha gente que gana muuuucho más que yo, paga bastante menos… por eso defiendo más los impuestos indirectos. Salvo en el pago a autónomos y empresas, sobre todo por servicios, en el que sigue existiendo el «¿lo quieres con IVA?» que sigue siendo habitual y conlleva que éste además pueda ocultar más fácilmente sus ingresos. Porque al menos al gastarse su dinero pagan algo, aunque sea a regañadientes.
Y me quejo de que si todo el mundo pagara impuestos en la misma medida que los denostados funcionarios, que vivimos de los impuestos, seríamos un país rico y sin deuda.
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