Tras un precioso día de playa, para disfrutar del mediterráneo en plena oleada de calor, un joven bañista sufrió la picadura de una medusa –la llamada carabela portuguesa– y tras los alaridos de rigor, tuvo que acudir al vigilante playero para que le aplicase amoniaco en la zona afectada, que estaba visiblemente hinchada.
Lo curioso es que muchas personas llevábamos en la zona bañándonos con despreocupación como quién baila en un campo de minas.
Pronto me vino la reflexión de que no solo hay medusas en el agua sino que las hay con rostro y mucho más peligrosas en tierra firme.
En efecto, muchos ciudadanos pasamos por la vida pacíficamente y súbitamente sufrimos la punzada o ataque de quien parecía inocente. Son lobos con piel de cordero que podemos tropezarnos en la vida social, en el trabajo o incluso en la propia familia.
Estas medusas de tierra son tóxicas, y la mejor manera de combatirlas, al igual que la de evitar las picaduras de medusas, es eludir su territorio y alejarse de ellas.
Lo triste es que estas personas tóxicas, comparten mucho con las medusas peligrosas:
- Se muestran elegantes e incluso atractivas.
- Actúan sin previa provocación.
- Atacan sin correr riesgo (las medusas flotan y acarician con sus urticantes filamentos)
- Provocan daños innecesarios (las medusas provocan picores, hinchazón y dolor, además de mareos).
- Son gente sin sentimientos (las medusas son organismos sin cerebro ni corazón).
A veces son policías que alteran las pruebas, como los que empujaron a ser condenado sin pruebas por asesinato a Charles Ray Finch, quien tras pasar 43 años en la cárcel ha sido finalmente liberado con 81 años de edad.
Otras son políticos como Putin o Trump que se acercan a las costas del poder con programas dulces y encierran amenazas para todos.
Pero también hay medusas peligrosísimas que nos acechan desde las redes sociales, donde trolls, hackers, malvados y otros francotiradores esperan envenenar a los usuarios de internet ocultos en apodos, difamando o sembrando rumores pérfidos.
Otras medusas aguardan desde homeopatías y falsas terapias supuestamente naturales que solo son eficaces esquilmando bolsillos.
Y no faltan esas medusas que nos ofrecen productos bancarios, seguros, servicios de telefonía o internet que nos rozan con su letra pequeña y nos dejarán sarpullidos. Junto a ellos, las enormes medusas que son algunas multinacionales que dañan el medio ambiente, que lesionan los derechos de los trabajadores o que no dejan crecer la hierba de las pequeñas empresas.
O las medusas que crecen y devoran a sus congéneres, como algunos discípulos académicos que siguen el triste adagio universitario: ¡Al maestro, puñalada!.
Estamos rodeados de malvados, pero comparto la afirmación en un viejo artículo de Arturo Pérez-Reverte:
Un tonto es mucho más peligroso que un malvado. Las consecuencias suelen ser peores, a la larga. Incluso a la corta. Y mientras al malvado, si es medianamente listo, se le puede convencer, incluso, de la utilidad de portarse bien, y hasta es posible obtener enseñanzas prácticas de sus maldades y consecuencias, el tonto ni se deja convencer, ni convence, ni hay nada en él de aprovechable, excepto la confirmación, una vez más, de la ilimitada capacidad de estupidez que caracteriza al género humano. Otra cosa es que, con el tiempo, a fuerza de tesón y ejercicio, el tonto acabe convirtiéndose objetivamente en malvado. Lo que también, gracias al fanatismo, se da con prodigiosa frecuencia.
Pero ojo, esta afirmación no debe llevarnos al extremo contrario, a pensar simplonamente que los eruditos o los personajes de éxito reconocido, son inofensivos, porque no hay cosa peor ni más peligrosa que una persona inteligente sin ética. Esas medusas inteligentes son peligrosísimas.
Aquí asumo lo dicho por el premio Príncipe de Asturias de las ciencias sociales 2011, el psicólogo Howard Gardner:
En ese punto, empecé también a preguntarme por la ética de la inteligencia y por qué personas consideradas triunfadoras y geniales en la política, las finanzas, la ciencia, la medicina u otros campos hacían cosas malas para todos y, a menudo, ni siquiera buenas para ellas mismas. (…) En realidad, las malas personas no puedan ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes. (…) o alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia . Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.
Así que, evitemos las medusas. No son de fiar, ni ellas ni las zonas donde campan al acecho. No regalemos nuestro tiempo a las personas tóxicas.
Mejor seguros en la tierra de buena compañía que en el océano de las vanidades donde los peligros crecen.
Lo que realmente me gustaría es que hubiese entornos en que, como en las playas, pudiese ponerse una bandera roja de aviso para alertar del riesgo de personas tóxicas. Sería un servicio público fabuloso.
¡Y cómo duelen las picaduras de esas medusas!
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Muy oportuno y veraz su comentario Sr Catedratico,dios se lo pague
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Aunque nos limitamos a identificar a las medusas “marinas” como sigilosos infiltrados que nos causan dolorosas picaduras cuando nadamos (es decir, cuando estamos en su entorno natural y no en el nuestro), lo cierto y verdad es que, más allá de su oportuna utilización como recurso literario, tienen muchas virtudes y son imprescindibles para el sostenimiento del ecosistema. Así, sin ellas los mares serían una sopa de zooplancton (pues equilibran la cantidad de esta sustancia), mantienen a raya la población de algunas variedades de peces, sirven de alimento a otras especies, se unen a otras para proporcionarles refugio, transporte o alimento, etc.
No puede decirse lo mismo de las medusas “terrestres”. Éstas, sí, son dañinas y destructivas por naturaleza, sin atenuante alguna. Como su apariencia es pulcra y lucen atractivas con la máscara de la mentira, se acercan de forma natural a nosotros sin que salte alerta alguna. Pero, una vez producido el contacto, se comportan como vampiros emocionales. Creando, con su toxicidad, un halo de negatividad y malestar que nos empequeñece y debilita, nos genera conflictos y malas sensaciones y nos hace dudar -incluso de los buenos y de nosotros mismos-.
Que el siglo XXI es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue (como adelantaba el gran Discépolo en la maravillosa letra del tango “Cambalache”). Pero, siendo positivos, eso tiene una ventaja: “se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás” (Faulkner). El único problema está en saber localizarlas, hacer justo lo contrario que esperen de nosotros o cambiar de camino para no coincidir con ellas.
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Excelente comentario, como la cita de Faulkner😊👍
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