Quizá merece la pena reflexionar unos instantes sobre la catarata vertiginosa que es nuestro pensamiento, porque me temo que nosotros no pensamos, sino que nuestros pensamientos nos gobiernan, que es muy distinto. Lo explicaré con el ejemplo de un acto oficial al que tuvo el honor de asistir el pasado viernes, concretamente la concesión de un doctorado honoris causa a un prestigioso personaje.
Mientras asistía allí sentado al discurso proferido desde el púlpito, me sentía pasajero de una barca zarandeado por las olas. Escuchaba las palabras del ponente y me llevaban a contextos y reflexiones de vértigo.
Se le oía arrancar el discurso: “Gracias es la mejor palabra para dar el agradecimiento”… {(¿Gracias?, ¡Qué palabra tan pequeña y tan profunda! ¿A quién, a la Universidad, a los asistentes, a los Maestros que ha tenido, a no haber tenido malas compañías en el pasado o a la buenas…?, ¿no seremos nosotros los agradecidos a la labor del ponente?, etcétera)}.
Entonces me vi obligado a subir en marcha al discurso, tras haberme perdido las sugerentes palabras e ideas…: “La elección del tema no ha sido fácil”… {(¿no ha sido fácil a alguien tan portentoso?, ¿la dificultad es porque quiere hablar de lo que le preocupa o de lo que cree debe asombrar al Rector, a sus colegas, a su familia o a la prensa?, ¿cuándo alguien habla en público y se sabe admirado es mas fácil o más difícil hilvanar ideas?…)}
¡¡Caramba!! Otra vez me he quedado rezagado en el discurso.
Vuelvo hacia el ponente y le escucho hablar de Fray Luis de León y Francisco de Vitoria… {(me quedo ensimismado en la idea de que uno era agustino y otro dominico, uno vida tortuosa y otro plácida, uno lírico y otro jurídico, ambos admirables pese a su distinto pelaje…)}
¡¡¡Vaya!!! Otra vez perdido. Intento retomar el discurso y ya escucho al ponente recitar unos versos de Cervantes reconociendo sus limitaciones para la poesía:
Yo, que siempre trabajo y me desvelo/ por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo
… y me quedo patidifuso, pues quizá todos perseguimos con afán metas (unas nuestras y otras ajenas) pero si no las alcanzamos, culpamos a la mala suerte, pero no tenemos la grandeza Cervantina de reconocer que quizá no tenemos ese don, que quizá somos imperfectos; a lo sumo nos consolamos con Sinatra en la canción My way, cuando confiesa que “hubo momentos en los que mordí más de lo que podía masticar/pero cuando tuve dudas/ me lo tragué todo y estuve orgulloso/porque lo hice a mi manera».
¡¡Cielos!!… otra vez extraviado en mis pensamientos, y debía volver a la seguridad del camino de la palabra del conferenciante, quien seguía regalándonos bellas palabras, maravillosas referencias, ecos del pasado y visiones de futuro, investigaciones y reflexiones… y los asistentes atendíamos con mirada fija, oídos fijos… y mente en ebullición.
El ejemplo expuesto vale para cualquier situación en que nos veamos inmersos, pues debemos reconocer que no somos capaces de frenar la mente cuando estamos trabajando, cuando nos presentan a alguien, cuando asistimos a un acto social…
Me maravilla el fruto inmenso de esa hora de discurso. El viaje mental que me llevó a lugares, tiempos y cosas, con la sola ayuda de la palabra suave y oportuna, como si el conferenciante pusiera la letra y los oyentes la música de sus ideas.
Me maravilla la capacidad de la mente para evadirse y aparcar dolores, preocupaciones, pesares, fríos y calores, cuando nos ensimismamos. Cuando estamos alerta a algo tan simple pero tan potente como la palabra.
Me maravilla un solo discurso y tantos millones de pensamientos como los que sumábamos procedentes de cada una de las personas de ese Paraninfo, unos para elevarse a cuestiones filosóficas, otros para detenerse en las personales, otros para fijarse en el decorado y todos, todos, aunque lo intentemos, incapaces de detener el pensamiento. Ese pensamiento que, querámoslo o no, galopa como un caballo salvaje y que a duras penas podemos sujetar por unas invisibles bridas.
Me maravilla lo difícil que es no pensar en nada como difícil es intentar pensar en todo. Paradójicamente lo más difícil es mantener la atención en cualquier cosa.
Me maravilla que el vuelo de una mosca nos distrae y aleja de la filosofía más profunda.
En fin, el poder del pensamiento es tan grande que a veces cuando se piensa a sí mismo, como ahora lo intento, nos maravilla.
Tras esta digresión propia de fin de semana, me limitaré ahora a escribir: Gracias por haber llegado hasta aquí.
Al leerlo usted es muy libre de pensar lo que quiera, tan libre que ni usted podrá detener su pensamiento, ni prohibirse pensar en esto. Es como la vieja orden que no se puede cumplir: ¡¡No piense en ELEFANTES BLANCOS!!.