Me envía un correo electrónico. Me tutea con familiaridad pese a que no le he visto hace más de cinco años y antes tropezaba con él de higos a brevas.
No recuerdo que me haya hecho ningún favor ni experiencia entrañable. Ahora resucita y me impone que nos veamos urgentemente el sábado porque tiene un problema y debo ayudarle. Su problema. El mismo que siempre se reía de los problemas de los demás. El que tenía un humor negrísimo para destruir los buenos momentos. El que se creía tan listo que incluso se calificaba a si mismo de ególatra como quien se confiesa goloso. Y ahora sale del túnel del tiempo y me fija qué hacer y cuándo. Almorzar con él. Además lo plantea sin rodeos de cortesía o respeto que me lleven a bajar la guardia.
Pues va a ser que no.
Ni almorzar ni hablar. Un “no” rotundo y sin fisuras. Sin un final cálido estilo “me alegro de saber de ti”, ni un aplazamiento “a ver si otro día puedo”. Nada de eso. Tampoco respondí con silencio porque la osadía merece respuesta. Cumplir años que pasan del medio siglo te hace ser mas valiente para decir lo que piensas y para valorar más tu tiempo vital y dedicarlo a las personas que lo merecen y no a las personas negativas o ponzoñosas. Personas que no te valoran por lo que eres sino por lo que puedes ayudarles. Personas que no irían a tu funeral. Personas que vampirizan a los demás y las usan como kleenex.
Así que le he espetado un “No, imposible, adiós”. Me he quedado tan ancho y feliz. Será la primera vez que este “camarada” (por haber compartido “cámara” pero no por ser de la misma “camada”) me haya hecho feliz sin intentarlo.
Y si eres mi molesto conocido quien lees esto, aunque nunca lo confesarás, pues te diré lo que Rhett Buttler responde a Scarlett O,Hara al final de la película Lo que el Viento se llevó: “Francamente, me importa un bledo”.
Este caso singular que no merece mayor detenimiento ni huella el personaje, me permite subrayar la importancia de administrar nuestro tiempo con personas que lo merezcan y no con quienes son tóxicos, negativos o parasitarios. De pequeños nos decían que había que buscar buenas compañías y de mayores también debemos mirar por ello.
Nos han enseñado a ser educados, benévolos e incluso a perdonar, pero con la edad hay personas incorregibles, el mundo es muy grande, y cada uno es dueño de elegir compañía. Eso es maravilloso. Ya en su día me explayé sobre la delicia de elegir con quien tomar café, pues no debemos olvidar que somos dueños de nuestros pensamientos, de nuestras palabras y silencios, pero también de elegir la compañía que nos complace o que no nos molesta. Ese derecho no figuraba en la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución francesa de 1789, pero es un derecho inherente a la dignidad humana que proclama el art.10 de nuestra Constitución avanzando en la Declaración de Derechos Humanos (París, 1948).
Dignidad es un término que procede del latín dignitas, cuya raíz dignus evoca “grandeza”, o sea, la capacidad de razonar, sentir y decidir que es privilegio de la condición humana impone respeto por los demás y que debamos hacerla respetar. La dignidad nos impone defender nuestro espacio personal de agresiones y decidir compañías. La dignidad comporta el derecho a decidir el uso del tiempo con quien nos complace y evitarlo con quien no lo merece. El consejo de George Washington esta vigente: “Sé cortés con todos, íntimo con pocos, y deja que estos pocos demuestren merecer tu confianza” . Conviene no olvidarlo.
Efectivamente. El paso del tiempo, al margen de años, comporta una mirada diferente y una claridad que, por mor de las convenciones, hemos tenido que sacrificar más de una vez… ¡Quizá demasiadas!
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pues si…cuesta a veces hacerlo, pero hay que hacerlo. El problema es que a veces no nos damos cuenta que nos manipulan….y cuando nos damos, con el tiempo, el «manipulador» no comprende nuestra reacción. A mi me sucedido hace poco. No fui tan elegante como chaves, lo reconozco. El problema que tenemos muchos, quizá también le pasa al autor de este blog, es que no podemos -o no sabemos- ir con cara de Vladimir Putin o de presidente ucraniano o bieloruso, y eso es un fallo -o una virtud-, pero sí, la edad nos obliga a decir no, a tiempo, no sea que al final nuestro no sea «nuclear».
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Un bonito, viejo y sabio refrán de mi tierra viene a decir que «el buen amigo nos mejora, el malo nos tuerce» (lagun onak ondu, okerrak okertu).
Fundamental rodearnos de buenos.
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