Si algo debemos aprender del malvado coronavirus es a tener respeto al mundo microscópico, a las bacterias y a los virus, porque frente a ellos no caben cañones, ni huelgas ni huidas.
Confío en que al menos interioricemos cuatro valiosas enseñanzas que deberíamos llevar grabadas a fuego si queremos vivir mejor y más y no perjudicar a nuestro prójimo.
1ª Nadie está libre de que la epidemia llame a su puerta. No pensemos que nunca nos va a tocar a nosotros, ni a los que queremos ni a nuestro país. Cada día se descubren miles de nuevas bacterias y hay virus acechando por todos los sitios (no olvidemos que la característica de los virus es que se introducen en nuestro cuerpo o fosas nasales y se quedan aparcados indefinidamente, hasta años, en que, alguna célula nuestra se aproxima y es asaltada por el virus silente).
2ª El sentido de la solidaridad debe llevarnos a comprender las epidemias y sus riesgos, pues es una maldita lotería que no impide que nos toque la pedrea o en el futuro el “gordo”. Esa solidaridad debe llevarnos a no demonizar países ni ciudadanos sino a comprenderlos y apoyarlos. Me repugnan las bromas que cada vez escucho más próximas e incluso a voces en los bares sobre “el coronavirus” y los chinos, y alimentado por whatsapp que van de graciosos. Me parece de pésimo gusto, de frivolidad espantosa y de no respetar el sufrimiento ajeno, pues las epidemias son cosas serias y con eso no debe jugarse.
3ª Debemos comprender y poner en práctica las virtudes de la higiene personal. Los virus se mueven con soltura de unas personas a otras como trapecistas que cambian de trapecio. Para que no se agarren al trapecio o para que se suelten, hay que enjabonarlo y limpiarlo. No se trata de llegar a la manía de limpiar frenéticamente todo lo que nos rodea, sino sencillamente de tener presentes unos hábitos de higiene elementales. Me quedaré con dos:
- El primer hábito es guardar la distancia de seguridad con las personas. Nada tan molesto como una persona, conocido o amigo, que se te echa encima para hablarte y te siembra de alientos, saliva y partículas, mientras tú intentas inclinarte hacia atrás y poner un codo disimuladamente a modo de barrera. Bien está el socrático “conócete a ti mismo” y que cada uno se pregunte si no debería mantenerse a cierta distancia cuando habla, aunque tenga que elevar la voz. Mejor que al vecino le lleguen los decibelios que los virus.
- El segundo hábito es el de lavarse las manos. Son la herramienta, con diez ayudantes, que nos sirve para hacer todo, para tocar todo, y que además tienen capacidad de aprehensión de partículas o de sembrarlas. Y no distinguen entre bacterias buenas ni malas, ni cuentan con un arco metálico como los aeropuertos para filtrar tóxicos. No hace mucho leí un estudio científico que demostraba una evidencia de la que confieso no me había percatado, y que ahora comparto. Decía ese informe que uno de los mayores focos de contagio bacteriano eran las cartas del menú de los restaurantes, que todos tocan, por lo que deberíamos lavarnos las manos tras ojearla; sin embargo, personalmente añadiré que eso no evita que hayamos sembrado el mal para otros, pues es cierto que la mayoría de los comensales solemos llegar y sentarnos, examinar la carta y repasarla con ojos, mientras la sujetamos con las manos o incluso indicamos con la yema del dedo, y pedimos al camarero lo que deseamos para depositar la carta, y después –sí, después– es cuando nos vamos a lavar las manos. Sin embargo, ya hemos contribuido a rellenar la carta como quien rellena un vertedero ilegal con nuestras bacterias y las de todos los que nos han precedido, antes también, de posarla en el mantel, el mismo mantel en que posaremos nuestra mano durante la comida o se depositará el pan (mismo pan, que porteará las bacterias por nuestra garganta a hacer amigas). Eso sin olvidar que el camarero se lava las manos al inicio de la jornada y cuando las percibe sucias pero mientras tanto recoge las cartas del menú y las lleva a otro destinatario, quedándose con algunos pasajeros.
¡Ah! Y por supuesto, lo de lavarse las manos, sea en casa o en sitios públicos, con jabón y agua, durante un mínimo de treinta segundos, consejo que doy a mis hijos pero que observo no lo practican muchísimos adultos que piensan que lavarse o ducharse es equivalente a remojarse. No.
En definitiva, que dado que los seres humanos nos tocamos los ojos, la nariz y la boca sin darnos cuenta una docena de veces a la hora, bien está eliminar los gérmenes mediante el lavado frecuente de manos, con lo que se podrán prevenir las infecciones respiratorias, diarreas, gripes o infecciones de la piel y los ojos. Y además no perjudicaremos a otros.
4ª No debemos visitar hospitales si no es estrictamente necesario. Es cierto que la cortesía y el apoyo al ser querido nos lleva a visitar al paciente, pero ello encierra un serio peligro para nosotros y sobre todo, para el paciente que visitamos, que puede tener las defensas bajas y podemos hundirle. A ello se suma, que los hospitales son para las bacterias, virus, hongos y parásitos, lo que para un niño un Parque de atracciones. Aunque resulte frío decirlo, al pariente o amigo (salvo casos de consuelo y proximidad imprescindible) hay que dejarlo como tal paciente, “en paz” y tranquilidad hospitalaria, y si deseamos comunicarnos con él, bien están los móviles, con su pantallita y auricular para vernos y hablar en la distancia.
No deja de resultar paradójico que los hospitales están para curar y campean las llamadas infecciones nosocomiales, contraídas en el hospital, dándose elevadísimas cifras en los hospitales; un estudio de los hospitales europeos mostró que uno de cada dieciocho pacientes contraía una infección hospitalaria; no sería el primero que entra para una revisión de un vendaje y sale con los pies por delante; estoy pensando en ese asesino en serie en todos los hospitales del mundo llamado estafilococo aureus, microbio que está en la piel humana y las fosas nasales y que no es dañino, salvo que se acerque y contamine alguien con el sistema inmunitario debilitado (como son los pacientes o personas con estrés); ahí el estafilococo no se detiene, y si bien en 1950 se desarrolló un antibiótico eficaz (la meticilina) pronto mutó y hay una variante que es resistente a la meticilina, virus que provoca en la actualidad la muerte de… ¡más de 700.000 personas en el mundo!. Solo en Estados Unidos en 2017 se infectaron más de 119.000 personas y casi 20.000 murieron. No quiero asustar a nadie, pero tengo un buen amigo magistrado que en cinco años de enjuiciar la posible responsabilidad hospitalaria por muertes o lesiones graves debidas al estafilococo aureus, ha tenido ocasión de constatar su actuación alevosa e impune en decenas de veces (la paradoja es que estas reclamaciones de indemnización, si el hospital mantiene un mínimo de higiene según el protocolo, se desestiman porque no se puede luchar contra esos agentes patógenos: una mala noticia).
Soy positivo y no quiero ser alarmista, pero me limitaré a citar un fragmento del libro que empecé a leer ayer (El cuerpo humano, Bill Bryson, 2020):
«Un estudio realizado por la Universidad de Arizona, los investigadores untaron la manija metálica de la puerta de un edificio de oficinas y descubrieron que el “virus” tardó solo unas cuatro horas en propagarse por todo el edificio, “infectó” a más de la mitad de los empleados y apareció prácticamente en todos los dispositivos de uso común, como las fotocopiadoras y las cafeteras. En el mundo real, este tipo de infestaciones pueden permanecer activas hasta tres días (…) al parecer, el método más eficiente de transferencia de gérmenes es una combinación de papel moneda y moco nasal”.
El dato es elocuente y una luz roja en toda regla. Es más, no faltan quienes llevan las monedas y billetes en el mismo bolsillo que llevan el pañuelo con que secan los mocos. La buena noticia es que como se ha demostrado, y nos informa el autor, “la forma menos efectiva de propagar gérmenes es besarse”.
Así que bien está vivir, pero mejor no agredir a los demás silenciosamente con nuestras bacterias, virus y parásitos.
Cuanta razón!! Con sencillez, describe muy bien útiles consejos, gracias!!!
Me gustaMe gusta
Gracias maestro.
Me atrevo a comentar otra medida de prevención complementaria al lavado de manos y que al parecer es muy importante, que parece muy fácil pero que en realidad es muy difícil: no tocarse uno mismo la cara.
Al parecer, la transmisión es, como has dicho, por mucosas: alguien afectado estornuda o tose y expele gotas con el virus. Por el tamaño de ésas (grosor medio) es difícil que te caigan directamente (salvo que estés a medio metro) pero es seguro que quedarán depositadas en mesas, ordenadores, pomos, o cualquier objeto que luego tocaremos con las manos, las mismas manos que después nos llevamos a la cara para ajustarnos las gafas, apoyar la barbilla mientras pensamos, frotarnos los ojos o para lo que sea y es entonces cuando metemos el virus en nuestro cuerpo si no hemos seguido el sabio consejo de lavarnos las manos.
El problema es que evitar tocarse la cara es casi imposible (lo hacemos repetidamente y sin pensarlo), mientras que lavarse las manos frecuentemente es, curiosamente, más fácil de hacer.
Gracias de nuevo.
Me gustaMe gusta
El sentido común ,que es el menos común de los sentidos, es el que todos deberíamos aplicar, todo lo que expones es de sobra conocido, pero parece que se nos olvida o no sabemos ponerlo en práctica. Tan simple como distancia, respeto, y un poco más de higiene. Gracias por exponerlo tan claramente.
Me gustaMe gusta
He llegado a este desde el post sobre el Auto del hotel de Adeje. Lo más importante de este post es la fecha, 1 de marzo. A día 11 ya estamos todos advertidos, pero en aquél momento, me parece que fuiste claro y rotundo en un momento en que esa claridad escaseaba… Gracias, como siempre!
Me gustaLe gusta a 1 persona