El Estado de alarma ha puesto a todos a prueba, pero especialmente ha impactado en nuestros hábitos alimenticios.
El confinamiento nos ha colocado en un escenario de avituallamiento, de hacer acopio de alimentos y visitas a supermercados bajo la sombra de posible escasez.
A partir de ahí, creo que se han dado dos tendencias dominantes de signo opuesto. De un lado, los que han optado por la comida enlatada, precocinada, rápida, o sea, plagada de platos artificiales que buscan parecer naturales, seducidos por la bella presentación y la rápida elaboración. Aquí están quienes le han dado duro a las pizzas congeladas, las pastas, los quesos grasientos, la bollería en caja, etcétera.
De otro lado, los que se han visto obligados a poner en valor la cocina casera, los cocidos y guisos de toda la vida.
Por supuesto no faltan quien han oscilando entre ambos extremos, pues el largo tiempo da lugar al pecado, al remordimiento e incluso a la recaída.
Sin embargo, algo hay común a todo tipo de comensales, que es el lento tiempo libre, pues el confinamiento ha permitido que el acto de comer se prolongue más tiempo del debido o que permite que se repita con mayor frecuencia el picoteo. O sea, más cantidad, lo que se traduce en mayor engorde, unido al factor de falta de ejercicio.
Si mi padre decía con razón que la mejor dieta para adelgazar era «menos plato y más zapato», la dieta para engordar a la que ha empujado el Estado de Alarma sería «más plato y menos zapato».
Curiosamente otro fenómeno conexo, también muestra doble actitud. Se trata de la conducta hacia el alcohol. El que era bebedor social y se ha visto privado del bar, taberna o alivio en restaurante ha elegido como atravesar el desierto. Unos se han decantado por la prudencia y esperar a que vuelvan a abrir sus puertas (su hígado agradecerá esta tregua de ingesta); otros han optado por ser bebedores domésticos, aprovisionados de botellas y con el agravante de la ausencia de límite (su hígado no lo agradecerá).
En cualquier caso, el día después del Estado de alarma tocará reconstruir el Estado y reconstruir nuestros cuerpos. E incluso aprovechar la ocasión para hábitos alimenticios renovados mas sanos. No es cuestión de estética, sino de salud. Más comida casera, menos aditivos, supondrá menos hipertensión, menos colesterol y menos diabetes. También es cierto que tras la crisis, muchos bolsillos tendrán que elegir opciones alimenticias mas económicas, no necesariamente más saludables, aunque si aumenta la cocina casera, el riesgo baja. Y tampoco correr a apuntarse a un gimnasio garantiza la reparación de órganos, venas y ganglios… como decía el Quijote, «la salud se fragua en la oficina del estómago».
Pues bien, para los que tenemos curiosidad por saber los estragos del estado de alarma en nuestros hábitos alimenticios y cómo afrontar el futuro de la deseable nutrición, escuchando a especialistas de la sanidad, la nutrición, el derecho y la comunicación social, resultará utilísimo asistir a la Jornada divulgativa: COVID-19 y Mesa Redonda Sobre Alimentación, que tendrá lugar en abierto y gratuita, a través de las redes sociales este viernes, 15 de mayo a las 19:30. ¡Nos veremos aquí!
Os presento a todo el equipo participante del que me honra formar parte:
Excelente!
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