Los efectos colaterales del puñetero coronavirus son espeluznantes. Acabo de leer una entrevista a Eduardo Díaz-Rubio (El Mundo, 28-10-2020), oncólogo que preside la Real Academia Nacional de Medicina y me quedo estupefacto al oírle:
Tenemos dificultades para hacer diagnósticos tempranos, que son los que dan la oportunidad al paciente para curarse. Tenemos retrasos en los tratamientos activos, por ejemplo, en las personas que reciben quimioterapia. Muchos ensayos clínicos se han detenido. Hasta un 40% de los pacientes pueden ver alterada su supervivencia en los próximos años como consecuencia de estos meses, en los que no se ha hecho una atención correcta de su enfermedad.Y se han analizado todas las especialidades, incluidas las cardiovasculares y la de lapartado digestivo. Las endoscopia, desde marzo, se han dejado de hacer un 90% en España. Solo se han hecho las urgentes. Cirugía programada no se ha practicado, solo la urgente… ¿Por qué se operan ahora menos apendicitis que hace unos meses? La gente está aguantando al límite y no tenemos datos de lo que está ocurriendo con esas personas que no van al hospital.
No lo dicen las redes sociales. No lo dice un político. Ni un apocalíptico. Lo dice un científico prestigioso y bien informado, sin pelos en la lengua, sin maquillaje. Me cuesta pasar página y leer cosas de colores.
Creo que esta situación debe ser el “non plus ultra”. Hay que revertir la situación. No esperar que llueva café del campo. Seamos conscientes de la gravísima brecha en la línea de flotación del sistema sanitario y las numerosas bajas directas y las que vendrán en diferido: conocidos, amigos, parientes, prójimos en todo caso. No se trata de las víctimas letales del virus sino víctimas de su efecto colateral que impide tratar a tiempo otras enfermedades, y que conducirán a muchos hacia la muerte, que como decía un personaje de una película, “Te quita lo que tienes en el presente, pero también lo que podrías tener en el futuro».
Nos sentimos tratados como objetos por los políticos y los noticieros, y nos estamos convirtiendo en insensibles objetos. Quiero disfrutar de mis navidades como los demás, de mis navidades de infancia, cuando el tiempo se ralentizaba con muchos familiares, de encuentro, ternura y villancico… Pero esta ilusión me quema y explota, porque no sé como ocultar que más allá estarán los hospitales llenos de pacientes, y fuera de los hospitales estarán los que aguardan un tratamiento que llegará tarde o no llegará. La pasividad y demora asistencial, como consecuencia de la pandemia, se está convirtiendo en palabras de la conocida obra de Gabriel García Márquez en la “Crónica de una muerte anunciada”.
Aplazar operaciones y diagnósticos a sabiendas de que estamos condenando a muerte: no podíamos caer más bajo.
El panorama resulta espeluznante en España, avanzando de la confusión propia de lo kafkiano hacia la pavorosa sensación ante lo dantesco, sin olvidar que el resto de los países sufren similar situación, con especial ensañamiento en los países más humildes del mundo.
No tengo soluciones ni consejos. Bastante tengo con solucionar mis propias contradicciones e intentar comprender este fenómeno insólito. Pero me gustaría que nos viniese un tsunami de conciencia para que todos nos percatásemos de nuestra ingenua confianza en la salud pública (pese a nuestro heroico personal sanitario) y de lo tontos que somos por lo poco que valoramos el día a día y lo mucho que nos preocupan las naderías habituales.
Personalmente me consuelo pensando que la historia evoluciona en espiral y de esta se saldrá -saldremos o saldrán-, con la vida e ilusiones hechos jirones, pues el planeta seguirá girando, el sol saliendo y poniéndose, y como la falta de memoria es un mecanismo de supervivencia del ser humano, pues todos volveremos a nuestra rutina. A nuestra agenda cotidiana, más o menos consumista, más o menos responsable, más o menos agradable. Menos ellos, claro. Los que no estarán.
Me parece apropiado para el contexto planteado, la reflexión ofrecida por un psicólogo del siglo pasado, William James (“La Voluntad de Creer y Otros ensayos de Filosofía Popular, 1897), quien refleja un panorama que me parece puede adaptase a mi percepción de la incertidumbre que nos asola con la pandemia actual:
Estamos en un puerto de montaña en medio de una tempestad de nieve y cegados por la niebla, a través de la cual entrevemos, de vez en cuando, caminos que acaso sean engañosos. Si nos quedamos donde estamos acabaremos muertos por congelación. Si tomamos un camino equivocado nos haremos pedazos. No sabemos con certeza si hay algún camino que sea bueno. ¿Qué hacer? «Ser fuertes y muy valientes» Obrar en la mejor intención, esperar lo mejor y aguantar lo que venga…