Hábitos saludables

Tiempo para vivir, no para derrochar

  Tras el tiempo de vacaciones empieza el tiempo de trabajo. Pero no debemos caer en esa cómoda simplificación que nos coloca en la rutina de dar vueltas a la noria laboral para obtener la zanahoria de las vacaciones.

  El tiempo de pandemia nos ha puesto a prueba el uso del ídem. Ahora toca replantearse qué hacemos con esas horas y minutos que ya se están esfumando.

 Cada uno es libre de emplear su tiempo. Al fin y al cabo es el único regalo personalizado que se nos entrega al nacer y que empezamos a perder desde entonces (quizá por eso lloramos, al sentir que ya se nos escapa). Se pone en marcha el cronómetro y no se detiene hasta que se nos detiene el corazón, pero ese día llegará. Siempre me impresionó la frase de la Reina Isabel I de Inglaterra en su lecho de muerte cuando exclamó que «Daría todo mi reino por un minuto más de aliento».

   ¿Cómo emplear el tiempo sin remordimiento? Me ha ayudado mucho leer un divertido, breve y amenísimo ensayo de un inglés del siglo XIX significativamente titulado:«Como vivir con veinticuatro Horas al Día» de Arnold Bennett (1867-1931). Treinta páginas deliciosas. Arranca con verdades potentes:

No le queda a usted más remedio que vivir con veinticuatro horas al día. Con ellas debe procurarse salud, placer, contento, respeto y el cultivo de su alma inmortal. Su correcto, óptimo aprovechamiento es asunto de la máxima urgencia y la más viva entidad».

  En definitiva, hay que organizar la vida sin salirse de ese presupuesto diario de gasto disponible hasta el máximo de veinticuatro horas. No importa en qué lo utilicemos, siempre que al término del día podamos obtener balance positivo de haber experimentado, conocido o alcanzado algo nuevo.

Bienvenidos los encuentros con amigos auténticos con sano intercambio de experiencias o salir al paso de personajes que admiramos y que tanto enseñan con sus palabras y obras.

Bienvenidas las lecturas de esos libros que pacientemente aguardan su turno en mi biblioteca.

E igualmente el tiempo de compañía con quien nos necesita por edad o enfermedad, o con quien nos encontramos cómodamente sincronizados en esta vida. 

O ese tiempo de paseo sereno y reflexivo, por la naturaleza o por la ciudad, con la mente alerta y voraz con mirada activa.

Lo que no permitiré es que me roben el tiempo, ni las compañías que no deseo, ni los compromisos que no se agradecen, ni los libros que me aburren en las primeras páginas o las películas que me cargan desde el comienzo. Ni me veré envuelto en tumultos o colas sin sentido. El bisturí me ayudará a no perder tiempo.

También hay que utilizar el tiempo en experiencias que emocionen, apasionen o se disfruten porque la memoria tiene gusto por anclarse en ellas y borrar las huellas de las rutinarias o pálidas. Es doloroso recordar etapas del pasado que suponemos vividas minuto a minuto, y de las que solo nos queda un puñado de estampas, flashes y momentos, posiblemente distorsionadas. ¿Dónde se van los recuerdos que olvidamos?¡Quién sabe!

Lo más triste es confesarse al término del día que ha sido aburrido, perdido o que se ha perdido el tiempo. Y es que ese tiempo perdido jamás se recupera. Además, si nos movemos en tiempos de competencia, perdemos el doble de tiempo, la hora que nosotros perdemos y la hora que nuestro competidor aprovecha.

 Pero admito que soy incapaz de sustituir la persuasión, agudeza y saber decir de Arnold Bennett. Aquí les dejo este precioso texto. Creo que es una excelente inversión del tiempo, cuajada de enseñanzas sencillas, y que quiero regalarles de corazón. No sé cuanto hace que no leen ensayos o relatos, ni si leen demasiados. En todo caso, el tiempo de lectura de esta obrita la rentabilizarán. Si no es así, les devolveré el dinero pagado por ella, pero no el tiempo que han empleado, claro.

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1 comentario

  1. La vida está más llena de momentos que de tiempo. De momentos subjetivamente importantes, efímeros y, a la vez, eternos, auténticos y llenos de verdad, que, como señaladores, quedan en tu memoria y marcan tu historia. Porque tu historia son esos momentos y la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y como lo recuerda para contarla.

    Sin embargo, en demasiadas ocasiones, impedimos que esos momentos surjan o, sencillamente, los dejamos pasar de largo porque, en nuestra inmensa ceguera o torpeza, no somos capaces de verlos o reconocerlos. Sea porque la rutina nos mantenga embalsamados y vivamos en automático, sea porque seamos mansos y optemos por el no hacer o dejarnos llevar para no complicarnos o evitar el errar, pero esos instantes capitales, como si fueran minúsculas partículas ya caídas y confundidas con otras en el fondo de un reloj de arena, quedan perdidos para siempre en el limbo de la nada. Son vida no vivida.

    El escritor, caricaturista y humorista Don Herold (1889-1966), reflexiona sobre ello en su poema «I’d Pick More Daisies» (Elegiría más margaritas), traducido y adaptado por Jorge Luis Borges con el título de «Instantes». Vean un retazo.

    Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
    en la próxima trataría de cometer más errores.
    No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
    Sería más tonto de lo que he sido,
    de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
    Sería menos higiénico.
    Correría más riesgos,
    haría más viajes,
    contemplaría más atardeceres,
    subiría más montañas, nadaría más ríos.
    Iría a más lugares adonde nunca he ido,
    comería más helados y menos habas,
    tendría más problemas reales y menos imaginarios.

    Yo fui una de esas personas que vivió sensata
    y prolíficamente cada minuto de su vida;
    claro que tuve momentos de alegría.
    Pero si pudiera volver atrás trataría
    de tener solamente buenos momentos.

    Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
    sólo de momentos; no te pierdas el ahora (…)

    P.D. Gracias, como siempre. Hoy, en particular, por el triple regalo del reencuentro, de su esperado nuevo artículo y del ensayo compartido («Como vivir con veinticuatro Horas al Día») de Arnold Bennett.

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