Mucha gente piensa que ser un buen conversador es cuestión de palabrería, y se limitan a intercambiar sonidos sin comunicación, sin respeto, sin escuchar y sin importarle lo que el otro expresa. Eso no es conversar: eso es volver a la Edad de Piedra, donde reinaba el garrote, el gruñido y el egoísmo. Conversar es un delicioso acto social que no se aprende en los libros ni con rutinas o disciplinas, pues como decía Guy de Maupassant no hay nada mas seductor que una buena conversación: «¿Qué es? ¡Un misterio! Es el arte de no parecer aburrido, de tocar todo con interés, de disfrutar con nimiedades, de ser fascinante, con nada en absoluto».
Una buena conversación es un acto sumamente placentero, que proporciona sosiego, alimenta la autoestima y genera endorfinas. Para ser buen conversador hay que procurar evitar los errores mas típicos, muchos hábitos tóxicos fruto de experiencias de la infancia y adolescencia que lastran la actitud para ese sublime acto de conversar. Estamos a tiempo para combatirlos. Lo primero, ser consciente del problema. Veámoslos.
1. No escuchar
Conversar es hablar y escuchar. No es oírse a sí mismo. El egoísmo y la soberbia nos lleva a veces a anteponer nuestra opinión y no escuchar la del contrario. Esperamos con ansiedad nuestro turno para hablar como quien espera que pase el chirrido de la tiza en la pared.
Como dice Jarod Kintz en una de sus novelas: “Estuvimos conversando durante cuatro horas. Mejor dicho, yo hablé cuatro y ella escuchó dos».
2. No demostrar que se escucha
A veces se escucha pero no se desea aportar nada. Es una conversación unilateral. Para demostrar que se escucha hay que utilizar gestos. El mas importante es mantener el contacto visual sin miradas directas que evoquen agresividad. También ayuda entreabrir los labios, cruzar los brazos u otros gestos (todos de expresión leve y sin convertirse en muecas) que se acompasan al hilo de lo que el otro dice.
A nadie le gusta conversar con una pared, sino con un ser humano.
Y aunque hay trucos eficaces para aparentar atención cuando no se escucha, lo mas respetuoso y considerado es ofrecer nuestra mente y oídos atentos a quien se molesta en hablarnos.
Y sobre todo, la mejor manera de demostrar que se está escuchando es preguntar al hilo de la exposición. Preguntas respetuosas, sobre las circunstancias, sobre las emociones que nos provocan. O gestos de asentimiento o medias sonrisas.
Por supuesto que masticar chicle con la boca abierta, meterse el dedo en la nariz, mirar de reojo a la lejanía o la impasibilidad son ostensibles demostraciones de desinterés y grosería.
No solo se trata de escuchar y demostrar que se escucha, sino de evidenciar conexión emocional con el interlocutor. Una conversación es un encuentro de personalidades, no dos aparatos de radio juntos. Conversar es compartir pensamientos y emociones. Decía Pascal, el filósofo francés, que «El espíritu y el sentimiento se forman con la conversación».
Mantener una conversación es una autorización para ser uno mismo y ofrecer espontaneidad emocional. No es una conferencia ante un auditorio solemne ni un examen.
Ante lo que se escucha no hay que reprimir los gestos de sorpresa, tristeza o felicidad, sino adoptarlos en libertad y espontaneidad. Eso sí, con sana educación y naturalidad, y contando con la ayuda de algunas expresiones faciales (mirada pensativa, sonrisa ligera, enarcar levemente las cejas, fruncir los labios,etc).
4. Dejar pudrirse el silencio
A veces se abre un silencio incómodo cuando no se ocurre nada para decir. Para el novelista James Robertson: «Hay algo sumamente civilizado en permitir pausas largas en una conversación. Muy pocas personas pueden soportar ese tipo de silencio».
Si embargo, hay ocasiones en que estamos condenados a mantener una conversación: un encuentro fortuito con viejo amigo o familiar; coincidencia en la misma dirección; compartir ascensor o medio de transporte: espera antes del inicio de un espectáculo, etc.
Siempre puede hablarse del tiempo, del deporte, del estado de las calles o de las noticias del día (son nuevas y suscitan opiniones).
Muy socorrido es hablar del entorno o lugar donde se conversa («esta es una zona tranquila», «hacía mucho que no pasaba por aquí», o «acostumbro a venir», etc.).
5. Hablar rápido o atropelladamente
Hay que corregir hablar a velocidad de vértigo pues el oído y la mente de quien escucha tiene que acompasar el paso. Hay cabezas con ideas tan vertiginosas que la lengua se esfuerza por traducirlas y quien padece es quien escucha.
Éste se ve obligado a «desconectar» o sacrificar parte del mensaje.
Y si uno se emociona porque las ideas se desbocan, es bueno, pero no hay que olvidar las pausas y el esfuerzo por ralentizar la exposición. El mensaje tiene que llegar a su destinatario.
Está bien hablar en voz alta pues contribuye a la claridad y seguridad en el mensaje, pero si se grita se puede convertir en una agresión molesta para quien nos escucha e incluso incómoda porque puede perjudicar a terceros. Además, si se grita se rompe la burbuja de intimidad de quienes conversan y nadie tiene que enterarse de lo que se trata.
7. Hablar con monotonía
Una voz monótona no enriquece ni hace verosímil la exposición. Aburre. Hablar modulando entonación y volumen, con gestos. Unas pausas dosificadas provocan mayor atención y expectativa hacia lo que continua. Lo mismo sucede si fluctúa la velocidad y el tono.
También ayuda la sonrisa e incluso la carcajada espontánea si el guión parece exigirlo.
Todo ello hace sentir mas vivo y cercano.
8. Hacer demasiadas preguntas rayando la impertinencia
Una conversación es equilibrio y proporción entre las intervenciones de los tertulianos. Ni una parte puede monopolizar su exposición ni la otra ametrallearle a preguntas.
9. Interrumpir o anticipar el final de la historia del que le habla
Una anécdota, historieta o sucedido es un acto social de quien lo relata y no ayuda cortarle. Nada de empezar a hablar antes de que el interlocutor termine la frase. Tampoco cortarle elevando el tono: no estamos domando un cachorro.
Todos tenemos derecho a nuestro minuto de gloria local. De demostrar lo que sabemos o podemos hacer y ofrecérselo a quien tenemos confianza en la conversación. Es una grosería cercenar una historieta o parrafada que se nos dice con ilusión y complicidad.
10. Pretender ser el mas sabio del corral
La humildad asegura la conversación. Ni ser pasivo ni discutirlo todo. En su justo equilibrio. Conversar es compartir y no monopolizar lo que se habla ni la razón de lo hablado.
En una conversación civilizada no importa vencer ni convencer sino aprender. Es mas importante mantener la amistad o el respeto que demostrar que se es mas listo y se tiene razón.
Cínicamente, Truman Capote afirmaba: «Una conversación es un diálogo, no un monólogo. Eso es por qué hay tan pocas buenas conversaciones: debido a la escasez, dos transmisores inteligentes rara vez se encuentran. «.
11. Adoptar posturas y gestos de hastío o indiferencia
Nada de estiramientos corporales ni bostezar, ni tumbarse o relajarse mirando al horizonte. No ayuda tampoco moderse las uñas, tamborilear con los dedos, exfoliarse la piel o rascarse con energía.
Una conversación es un intercambio de información, emociones o historias entre dos personas, que merecen respeto. Si no hay respeto, no hay interés y sobra la conversación.
Una muestra de respeto es adoptar una postura que indique atención y no estar tumbado o relajado mirando lejos o similar.
12. Hablar de temas de mal gusto, delicados o de los que solo usted conoce
Mala conversación es aquélla que se inicia con un ritual y cortés «¿como estás?», y que recibe por contestación el historial clínico completo. Tampoco es muy bueno desarrollar los problemas de pareja o laborales como nuestro oyente fuese nuestro psiquiatra o abogado.
Y por supuesto hay que tener extrema cautela al hablar de religión o política. Hay que buscar temas comunes y eludir los conflictivos donde la pasión puede conducir a la sinrazón.
Además el buen conversador tiene la habilidad para cambiar de tema. Se dice que a D. Miguel de Unamuno le gustaba hablar de la guerra de Cuba, y si alguien se adentraba en otros temas aburridos, interrumpía diciendo: «¿qué fue ese estruendo?, y cuando sus contertulios le miraban extrañados, añadía: «Era un ruido como de cañón, por cierto, como los que utilizaban en la Guerra de Cuba, y bla, bla, bla.»
En suma, la buena conversación se alimenta de confianza y respeto, pues al fin y al cabo, como decía el moralista Duque de Rochefoucauld, «La confianza sirve en las conversaciones más que el ingenio»
Todos tenemos temas favoritos pero no está de más respetar el tema del otro que puede convertirse en algo cercano y atractivo para nosotros. Hay que darle la oportunidad.
13. No dejar libre el territorio y espacio del interlocutor
Para conversar hay que estar cómodo y no avasallado. Nada mas molesto que alguien que se te echa encima para hablar y que te arrincona mientras le escuchas. El mejor orador del mundo queda devaluado si puedes oler su aliento, eres rociado por su saliva o si aspiras las volutas de su cigarrillo.
Hay que conversar a la distancia adecuada, dejando un espacio físico de respeto e intimidad.
14. Perder los estribos
Más vale abandonar la conversación y el lugar que gritar, zarandear o insultar al otro. Una cosa es elevar el tono o enfatizar la opinión y otra muy distinta pasar de la conversación a la agresión. La palabra es el antídoto de la violencia y mal está cuando aquélla pierde fuerza.
Es sabio y elegante quien consigue mantener la cabeza fría cuando el otro la pierde. Quien sabe bajar la temperatura del debate hacia entornos civilizados.
Lo cierto es que quien siembra vientos cosecha tempestades y quien demuestra mal carácter o desconsideración siembra auditorios vacíos. Sobre si el músico Wagner tenía buena o mala conversación, el conde Villiers de I,Isle Adam comentó: «¿El Etna puede ser agradable en su conversación?.
15. No darse cuenta de cuando ha finalizado la conversación
Una conversación no es un marathon para convencer al otro por agotamiento ni hay obligación de dar vueltas al mismo tema sin novedad ni espontaneidad.
Las conversaciones dependen del contexto y circunstancias (laboral, amorosa, social,etc) y cada uno tiene que saber por el desarrollo de los argumentos e intervenciones, cuando hay que dar por finalizado el acto y despedirse con educación. No todo el mundo es capaz de detectarlo y bien, por ignorancia o por educación, hay personas que soportan la palabrería de otro o de otros que se convierten en avasalladores o despiadados pelmazos. Prudencia.
En definitiva y a modo de resumen como nos enseñaba William Shakespeare: «La conversación debe ser agradable sin vulgaridades, ingeniosa sin cursilería, libre sin indecencias, culta sin egocentrismos, sorprendente sin falsedades».
Y para ello hay que conocerse a sí mismos. Reflexionar con valentía sobre nuestros defectos e intentar corregirlos. Si se intenta se puede, y mejorarán nuestras relaciones sociales.
Y si queremos mantener una conversación divertida con una persona como sendero para iniciar una relación amorosa, hay consejos adicionales para asegurar una conversación divertida, como los que nos exponen aquí.
Me ha parecido muy interesante y enriquecedor, sobre todo porque me gusta el arte de conversar pero reconozco que hablo demasiado a veces.
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