La palabra wifi ha irrumpido en nuestras vidas. En nuestras casas, donde es la atmósfera que respiramos cada vez que necesitamos (o no), consultar el ordenador. También en los locales comerciales, en restaurantes y bares (e incluso como los niños de Hamelín, han seguido las iglesias ofreciendo servicio wifi para que los jóvenes acudan).
Muchos clientes, la primera pregunta que formulan al entrar en un bar o restaurante, suele ser para pedirle al camarero la clave de la wifi. En un segundo momento, puede que la mayor contrariedad se produzca si no es posible conectarse con la wifi gratuita; la segunda queja podrá deberse a la lentitud o poca potencia de descarga; y la dosis de tensión se mantiene si nos dejamos llevar por el frenético e incontenible deseo de asomarnos a la ventanita de la pantalla del móvil, desatendiendo nuestro alrededor. Mientras estamos enfrascados con los pulgares activos y el cuerpo encorvado con ojos fijos, la vida fuera pasa, y se nos hace invisible la bebida, el tentempié o lo peor de todo, la compañía de las personas que están con nosotros.
El wifi está suponiendo un cambio brutal que ha herido la institución mas entrañable de la historia y que mas ha unido y fraguado avances en la sociedad y talante del ser humano: los bares y restaurantes. Veamos.
Una imagen vale mas que mil palabras, y el cartelito que leí en esta taberna de la calurosa Cartagena de Indias (Colombia) lo dice todo:
Este sencillo cartelito nos recuerda que los bares y restaurantes son locales sociales, cuyo más entrañable exponente lo revela el estribillo de la canción de la serie televisiva Cheers: “Un lugar donde todo el mundo sabe tu nombre”.
O sea, el bar como lugar social, donde uno va a ver y a ser visto, a hablar y escuchar, a comer o beber, a tomarse una pausa de descanso. Y lo triste es que asistimos a una mutación de estos lugares de esparcimiento que además está afectando seriamente al modo de comunicarse el ser humano.
Y es que si uno va a un local a descansar, comer o beber, o para conversar, pues no debería llevar encendido el móvil con todas las alarmas de mensajes, tweets y whastapp activas, ni estar pendiente de consultarlo como si esperásemos un diagnóstico médico preocupante.
Si alguien se reúne con otra persona para conversar o compartir el momento, sería una grosería que uno de ellos llevase un pequeño hámster en el bolsillo y estuviese cada poco jugando con él, hablándole, mirándolo con arrobo y limitándose a contestar con monosílabos a su acompañante o como si el otro no existiera.
De igual modo, resulta chocante y pernicioso compartir la compañía en un local con un amigo, pareja, compañero o conocido, y mirar de soslayo (o descaradamente) la pantalla del móvil de forma constante. Se trata de una grave falta de cortesía y además supone desaprovechar la ocasión de dedicar la atención a lo que nos dicen, a lo que comemos, a dejar que nuestra mente interprete el contexto y la compañía.
Nuevamente viene al caso el clásico mandato, que encierra miles de bibliotecas de filosofía, de “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a tí”.
Por eso, si yo me dedicase a la hostelería colocaría un cartel visible en que hiciese un guiño a los posibles clientes del valor de la compañía sin tecnología. Se me ocurre el siguiente texto:
Y si alguien está solo, tampoco debería zambullirse en el smartphone con frenesí de consultar todo y nada. El móvil no es un bastón o unas gafas que se necesiten por razones de salud. Tampoco tenemos obligación de consultarlo bajo pena de muerte. No es un órgano o apéndice de nuestra anatomía ni una prótesis.
Al contrario, totalmente prescindible, ya que como expuse por un lado, hay que levantar la vista del móvil pues hay vida fuera, y por otro lado, que el mejor smartphone del mundo es gratis, y lo llevamos sobre los hombros.
Todavía estamos a tiempo para vivir la vida gobernándola nosotros y no la tecnología… Así que si ha llegado hasta aquí leyéndolo en un restaurante o bar, por esta vez pase…
Querido José Ramón como sabes siempre leo tus post apenas me es posible, y decir que, a cada artículo nuevo, suena un delicioso aviso en mi móvil.
Así que por esta vez seguro me disculpas, si digo que aun estando de acuerdo contigo, pero añadiendo también que a veces , no estar aislados y tener conexión interactiva es una de las cosas más ventajosas, de esta fantástica era de la tecnología digital.
Por eso, en mi modesta opinión nada es bueno y nada es malo, sino que depende del uso que se le haga.
A veces por ejemplo, wuasap da la ventaja de poder compartir a tiempo real una fotografía o comentario, acortando la lejanía de personas queridas que en ese momento no nos pueden acompañar. Por eso soy de la idea de que todo, con equilibrio, y sin caer en la descortesia hacia los demás, puede ser posible. De un lado la educación y de otra la condescendencia, hacen el mix perfecto para poder tomar un café más tranquilamente de lo que lo haría sin conexión a Internet.
Aunque también creo que es un uso más o menos intenso asociado al «normal» del entorno social o generacional.
En cualquier caso, siempre mis Saludos de Corazón apreciado José Ramón, desde mi posición de internauta asidua, sin horario ni calendario, a tu maravillosa blogosfera digital.
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Siempre son bienvenidos comentarios como los tuyos. Gracias
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Caracterizándose los bates en España desde hace muchos años por ser lugares casi más ruidosos que la calle (que ya es decir…) debido tanto a los omnipresentes televisores con retransmisiones deportivas o programas basura a un volumen escandaloso como a las máquinas de dinero con sus casposas alarmas sonoras, plantear como un problema de los bares el wifi me suena casi a broma. Al menos la mayoria de los que están conectados y navegando o intercambiando mensajes no molestan a los que quieren mantener una conversación en otras mesas.
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El que exista gente que llena de basura la calle no justifica que no reciclemos. Todo suma, y es que un problema grande no anula uno pequeño.
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