Hablar y comunicarse

Inesperados beneficios de la cortesía

Archivo_001 (13)El otro día disfrutaba de la lectura del periódico en un café en la Carrera de San Jerónimo de Madrid y me pareció escuchar desde la barra un enérgico “¡Señor, señor, señoooor…!” aunque permanecí ensimismado sin levantar la cabeza porque la noticia me tenía atrapado y algo me decía que no era posible que me llamasen a voces en aquél lugar.

Unos instantes después, una joven camarera me sacó de su lectura y con una sonrisa me dijo: “Era yo quien le llamaba para preguntarle el tipo de café, si cortado o con leche, porque se me había olvidado”.

Esbozando otra sonrisa le dije: “Claro, no me di por aludido con lo de “ Señor, señor”… Bromeé consciente de mi deliberada melena para disfrazar inútilmente mi edad. “Si me hubiese dicho usted, “Joven, joven…” pues habría contestado”. Volvió a sonreír y tras decirme que lo tendría presente para otras ocasiones, me atendió lo pedido, y tras tomarme el café y pagar, nuevamente cuando salí a la calle pude escuchar a la camarera que desde la puerta me gritaba: “¡ Joven, joven!«. Me volví y me extendió en su mano la vuelta porque me la había dejado en el platillo, y por su cuantía superaba cualquier idea de propina. Se lo agradecí vivamente, y me brotó una reflexión al lado de los leones del Congreso que comparto.

1. Se trata sencillamente de que las formas y la educación importan. Pensé que cuando la primera vez se me dirige la chica llamándome a voces desde la barra “¡Señor!”, yo podría haberla mirado con gesto cabreado y contestarle:” Señorita, ¿cómo se atreve a llamarme a gritos en un local público como al ganado?”; en ese caso, pues posiblemente la chica al verme dejar la vuelta en el platillo y comprobar que me iba del local, se hubiese dicho para sus adentros: “ Tranquilo, que no te llamaré “señor” a gritos”, y yo me hubiera quedado sin mi dinero.

En cambio, como contesté con naturalidad y cordialidad, y como ella captó que la relación entre cliente y dependiente ha de ser de confianza, me correspondió con máxima diligencia.

img2. Ese mismo día en el hotel donde me alojaba asistí a otra escena en que un personaje trajeado se quejaba al recepcionista por tener que exhibirle su tarjeta de crédito como garantía de la consumición, pues consideraba tal desconfianza insultante, y por mucho que el recepcionista sin perder la calma le contestaba que era la política del hotel, el cliente gritaba y casi echaba espuma por la boca, mientras la cola de los que esperábamos aumentaba, como aumentaban nuestras ganas de decirle que no nos interesaba su problema y que lo auténticamente vergonzoso es que diese ese espectáculo para perjudicarnos a los demás.

De lo que estoy seguro es que ese cliente, además de tener mala educación y algún desarreglo mental, si tuviese que pedir el cambio de habitación o algún servicio complementario, posiblemente no iba a encontrar el recepcionista mas diligente del mundo ( quizá no leyó los diez consejos para ser bien atendidos por los recepcionistas de hoteles).

Y eso porque en todo servicio se ofrece la prestación pero la actitud de atención que va mas allá, la que nos resuelve los problemas, es un plus que solo dan quienes se sienten bien tratados como personas.

Todos conocemos la leyenda urbana, no tan leyenda, de quien se queja airadamente por tener la sopa fría, o escasa o con alguna anomalía, y el camarero sonríe y pide disculpas, para volver a traérsela luego a la mesa con otra sonrisa, aunque esta se debe a que fuera de la vista del cliente le ha metido el dedo en la sopa u otra guarrería o pequeña venganza.

Archivo_000 (82)3. La moraleja me vino a la mente. Se trata de algo tan antiguo como incuestionable, consistente en los discretos beneficios de la educación, de tratar a los demás como te gustaría que te tratasen. Y es que, si vamos por la vida con cortesía y cordialidad posiblemente cosecharemos felicidad. No olvidemos que la sonrisa es la mejor recomendación.

Así que, aunque hay casos en que la ira está justificada, antes de enfadarse, antes de ser maleducado, antes de perder los estribos, bien está pensárselo dos o mas veces. Los beneficios son elevados. Nos sentiremos mejor, nos tratarán mejor y el mundo puede que nos devuelva con creces nuestras acciones.

 

 

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