Hace poco fue noticioso el cantante Joaquín Sabina abandonaba el escenario antes de lo previsto, visiblemente cansado y tenso, ante un público perplejo. El mismo se autodiagnosticó como un ataque de pánico escénico en la línea de la cantante Pastora Soler.
El «pánico escénico» con sus parientes de «miedo a hablar en público» que forma un nudo en la garganta, un leve temblor y un deseo de huir y refugiarse es una actitud que todos hemos padecido en la niñez.
Suele decirse que el «miedo al ridículo» solo se padece respecto de los que son capaces de valorar las consecuencias de sus acciones y lo hacen bajo criterios muy exigentes, que les llevan por un razonamiento vertiginoso, a dar el fracaso posible como probable, y en consecuencia, optan por la retirada.
Este «miedo escénico» tiene grados. Desde el natural nerviosismo hasta la paralización y enmudecimiento total. Junto a ello síntomas conocidos: pulso acelerado, temblores, sequedad en la boca, visión errática, náuseas, deseo de irse, etc. Es un problema grave para las personas que tienen que hablar ante un público mas o menos numeroso: profesores ante alumnos, abogados ante jueces y oponentes, administradores de comunidades de vecinos, etc.
Sin embargo, es un problema que tiene solución. Personalmente he dado muchísimas charlas y debo confesar que en mis comienzos estaba aterrorizado, como también lo estaba siendo un quinceañero y teniendo que actuar en el teatro escolar o en los ejercicios deportivos ante el público. Y sin embargo, todo se supera siguiendo unos sencillos trucos o estrategia.
1. Conocer el tema de que se va a hablar. Repasar, practicar y ensayar. Y puede practicarse ante amigos o familiares, e incluso ante sillas vacías. Todo ayuda y cada vez que se repasa se descubren matices. Por un lado, si se sabe todo no habrá espacio para el error ni para la pregunta impertinente que nos pille. Por otra parte, si se pierde el hilo será fácil.
Si se trata de una actuación deportiva, artística o teatral, habrá que practicar hasta que la actuación salga «sin pensarlo», con espontaneidad de manera que nuestro subconsciente tome los mandos del «piloto automático».
2. También ayuda plantearse a solas cuales pueden ser las preguntas que hará ese público imaginario. O cuales pueden ser las reacciones. Por ejemplo, los magos tienen siempre preparados algunos trucos verbales para evitar el espectador avispado que quiere cazarles el truco o ridiculizarles.
3. Organizar el material a exponer. Nadie va a torear con botas, faldas o sin saber donde tiene el capote. Una corrida de toros supone un ritual para el torero y no dejar cabos sueltos. Desde las ágiles zapatillas, las medias amarradas, el capote a un lado, la espada lista, la montera calada… todo a punto para evitar sorpresas. Y cuando se trata de una exposición oral ante el público, no es un examen, así que bien está contar con notas, esquemas o cualquier ayuda que pueda consultarse y darse sobre la marcha la respuesta exacta.
4. Visualizar un desenlace positivo. Siempre ayuda la idea del éxito. Si se piensa que algo va a salir mal, estamos contribuyendo a que se cumplan la mala profecía, de igual modo que hablar de la caída de las acciones bursátiles hacen que finalmente caigan (conocido como la profecía de Merton).
5. Momentos antes de iniciar la exposición, conferencia o espectáculo, hay que tomar conciencia y pisar firme. Los actores suelen tararear, tomar chicle, hacer estiramientos musculares, o incluso pasear para calmarse y relajar el cuerpo antes de la actuación.
6. Por supuesto, evitar la cafeína o consumos excitantes que nos harán sentir mas nerviosos e inquietos. En cambio, se dice que el zumo de naranja baja la ansiedad y la tensión arterial.
7. También importa muchísimo llegar con antelación al acto, para conocer dos aspectos cruciales. En primer lugar, interesarse por el perfil de asistentes o espectadores, para evitar sorpresas y saber a quien dirigirse (no es lo mismo una conferencia para adolescentes que para veteranos profesores de universidad); conocer sus necesidades y expectativas será el indicador de su nivel de exigencia y de nuestra responsabilidad; en segundo lugar, conocer el local para que sea territorio dominado y no depare sorpresas que alteren nuestro itinerario expositivo. También ayuda mucho conversar antes del inicio con algún espectador pues tiende lazos cercanos y de comodidad.
8. Es importante centrar el objeto de la exposición en nuestro contenido, en el material, y no en la audiencia. Importa la ponencia y no los espectadores.
9. Es muy útil no intentar abarcar visualmente durante toda la exposición a todo el público. Hay que captar de inmediato, incluso antes de la exposición, al público benevolente y cautivador. Aquél que parece sonreír antes de comenzar y que nos va seguir con la mirada y asintiendo la exposición. Hemos de dedicarle íntimamente nuestra exposición y nos ayudará a llegar hasta el final con éxito. Y por supuesto, considero una estupidez el viejo truco de imaginarse el público desnudo para así degradar el respeto y solemnidad que merecen y poder hablar mas cómodo; mejor es pensar que si están allí es porque quieren conocer y aprender y te respetan. Nadie les ha obligado a asistir. Y nadie quiere verle fracasar sino triunfar. Estadísticamente por cada imbécil saboteador de espectáculos hay quinientas personas buenas e ilusionadas. Ese es el mejor estímulo.
10. Y por supuesto muy importante en las exposiciones orales es ir despacio y hacer pausas. Es como un buen almuerzo: muy rápido se atragante y muy lento no alimenta. Los novatos tienden a hablar rápido para acabar pronto y que no les falte tiempo, pero no perciben su propia velocidad, por lo que siempre hay que refrenarse. Hay que pensar que la media de los espectadores necesitan escuchar, rumiar lo dicho y responder con sonrisas, sorpresa o agradecimiento.
Y así no nos faltará la ovación final: