Ayer, día 22 de Abril de 2016 tuvimos ocasión de reunirnos los que fuimos escolares del Colegio Loyola de Oviedo en la década de los setenta y aledaños (hoy rondamos el medio siglo). Un encuentro en que pusimos a prueba nuestra memoria para reconocernos porque los mas de cuarenta años que separan “nuestra triste figura” de aquellos niños de flequillo, delgados, curiosos y sanos, no han pasado inocentes.
El tiempo nos esculpe, engorda, adelgaza, debilita, pela y además nos poda el candor e ilusiones, porque la vida nos ha salido al encuentro (como diría Martín Vigil) y nos ha encontrado, asaltado y quitado la inocencia.
Así y todo, el encuentro a la hora de la cita (22,00 en el restaurante El Fontán de Oviedo) fue iniciado con el sano saludo propio de una tribu amazónica, banda mafiosa o lobos de la misma camada: sonrisas sueltas, abrazos cálidos, complicidad a raudales… Pasen y vean la crónica del encuentro.
1. Lo que nos unía era una amplia y relevante etapa de nuestras vidas. La infancia y la adolescencia entre los muros del Colegio Loyola, centro escolapio situado en el Monte Naranco de Oviedo y que fue nuestro “centro de adiestramiento para la vida”.
Es cierto que teníamos nuestra familia, nuestra pandilla de barrio o vecinos. Pero esas aulas, ese patio de recreo y sus instalaciones (cine, gimnasio, templo, biblioteca, etc) constituían el entorno educativo donde pasábamos mas horas, donde nuestros cerebros se abrían a la vida y donde aprendíamos sin artilugios tecnológicos ni virtuales (que no había) las dos caras de la vida que nos esperaría de adultos.
Por un lado, lo bueno: a reírnos y gastar bromas, el placer del recreo, la belleza del deporte, la camaradería de patio y pupitre, viajes escolares desmadrados, etc. Por otro lado, la cara amarga: castigos justos e injustos, adoctrinamientos de pelaje religioso, disciplinas muchas veces absurdas, deberes interminables,etc. Y junto a ello, las experiencias que te curten: lecturas, torneos deportivos, tanteos y tonteos con la música o el iniciarse en el significado del «sexo, drogas y rock and roll», en la version light propia de la época.
Y todo forma (o deforma, según se mire).
2. Y allí estábamos, los supervivientes. Es cierto que lamentablemente algunos ya no están con nosotros porque les fue segada la vida por esa lotería mortal de las enfermedades (Manolón, Sordo, Riesco… y alguno más del que no tenemos noticias). Otros no pudieron asistir por trabajo o compromisos familiares (Amador, Chico, Carretero, Cepeda, etc). Otros porque no se enteraron pese a la fuerza de convocatoria del WhatsApp. Y seguro que algún otro no fue por razones inconfesables.
Casi cuarenta chavaletes en torno a un mantel, curiosamente la misma cifra que solíamos ser encerrados en cada aula (hoy día se estima en 20 la cifra idónea). ¿De chavaletes?. No; adultos para la sociedad pero en esa cena la memoria era tozuda y nos devolvía a las escenas escolares: a los profesores vagos, malditos o benéficos; los curas con sus manías; las travesuras de la época… Fue una cena estupenda donde resultaba hermoso intentar completar el puzle de un tiempo pasado con los retazos de la memoria.
3. El cerebro es portentoso. Como mecanismo de supervivencia se libera o manipula la memoria para minimizar hechos negativos o para potenciar los buenos. También elimina secuencias y datos. El resultado era una puesta en común, engrasada con vino rioja, de trazos de sucedidos y detalles de la vida colegial. Tema favorito: las manías de profesores y las escaramuzas de traviesos y buscavidas.
4. Me quedo con esa complicidad tejida en tiempos tan difíciles. Y me quedo con el compromiso de volver a reunirnos con menos dilación que desde la última vez (2005). Y es que, si esperamos a vernos para dentro de otros diez años posiblemente aumenten nuestras ganas de vernos, abrazarnos y reírnos pero habrá disminuido nuestra capacidad de reconocernos y de recordar. Lo que no disminuirá es la huella de esa etapa en nuestra vida y la mirada agradecida a tantos niños que lo seguimos siendo cuando se nos da la oportunidad de visitar el pasado con la ayuda de tan buena gente.
5. Aquí va el reportaje fotográfico del evento. No es un viaje del Imserso ni un encuentro de vendedores de biblias ni el conclave de víctimas de la alopecia o colesterol. No. Un simple y bello encuentro de amigos.
Nos ha facilitado Joaquín el archivo con los dos números de la Revista Basura, el primero molestaba y gustaba, y el segundo clandestino y disgustaba.
El detalle de lo que fue aquella época escolar con anécdotas, valoraciones e inventario de profesores, alumnos y vivencias, lo podéis encontrar en las casi doscientas páginas de mi libro “Yo también sobreviví a la EGB” (Ed. Amarante, 2016)” tributo a una época, unos compañeros y como no, a profesores, porque de todo hubo en las viñas escolapias.
Si el Libro os interesa (y que para los suspicaces advierto que su beneficio íntegro va a la Cocina económica de Oviedo), tanto si sois escolares del Loyola, como escolapios de otros centros o sencillamente estudiantes de la época, podéis adquirir a través de la web de la editorial, Amazon o en la librería Cervantes mediante pedido.
¡En fila, compañeros!, ¡¡¡Cuidaros!!!!