Me entero horrorizado de la noticia de que en un encuentro de futbol infantil en Mallorca, los padres saltaron al campo y la emprendieron a golpes entre ellos. Para más inri, el encuentro tuvo lugar el “día del padre”.
Siento lástima…
Siento lástima por este ejemplo que ofrecieron a los niños de cómo se solucionan los problemas, acudiendo a la violencia y la ley del más fuerte, o mejor, del más salvaje (porque no es mas fuerte quien pierde los estribos y agrede, sino quien sabe estoicamente contenerse y comprender lo que realmente está en juego en cada caso).
Siento lástima por los hijos de esos padres que tienen que sufrirlos a tiempo completo. Porque si sus padres se comportan así puertas afuera, no quiero imaginar como será puertas adentro del hogar.
Siento lástima porque posiblemente el padre agresivo victorioso ofrecerá a su hijo versiones triunfalistas del suceso, mientras que el padre agredido vencido tendrá difícil alzarse a los ojos del suyo.
Siento lástima por nuestro sistema educativo que ha fracasado con estas personas (?) que en vez de ser tolerantes, o utilizar el diálogo, creen que esta violencia estúpida solucionan las cosas.
Siento lástima por la utilización del deporte, que cumple la función de canalizar aficiones, diversión y forjar disciplina, y se vea pervertido al servicio del fanatismo y pasto de energúmenos.
En fin, suelo asistir a los partidos de baloncesto de mi hijo, y afortunadamente jamás he visto en nuestro “rebaño” de padres la menor actitud de violencia, insulto o agresión, ni ante el árbitro ni ante otros padres. Y eso, pese a que se nos pone a prueba porque casi siempre perdemos (y lo encajamos con filosofía zen y el consabido “lo importante es participar”, o como precisé, participar con dignidad) y ello pese a que algunos entrenadores del equipo contrario se comportan durante el encuentro como sargentos de hierro en Vietnam que insultan a los propios jugadores y al árbitro.
Sin embargo, sé que el deporte competitivo por equipos es el segundo mejor invento para forjar disciplina, ilusión, compañerismo y sobre todo, aprender en la vida a ganar y perder. Se evitan decepciones, se aprende a levantarse y se valoran las cosas en justa perspectiva.
El primer invento, a mi juicio, son los libros de narrativa, donde se ofrecen ejemplos y experiencias que ayudan a empatizar y comprender a los demás (además, se ha demostrado que los lectores viven mas que los que no leen).
El problema es que muchos padres no pueden quedarse castigados en casa sin chuches o sin juguetes. No. Su estupidez queda impune.
Además admito que ese incidente muestra un caso extremo, pero existe ese tipo de padres energúmenos en menor grado, y cuya intolerancia e incivismo aflora en otros “campos de juego”. En el educativo, cuando la emprenden con ese “árbitro” que es el profesor pues discrepan de lo que hace de sus hijos (regaña, pone deberes, etc). En el laboral, cuando vociferan o machacan al subordinado. En tráfico, cuando se enojan con los restantes conductores; en espacios públicos, donde vociferan y atropellan a los demás…
Hace poco leía que el hombre de Neanderthal era mas fuerte y primitivo que el hombre de Cromagnon, con mayor sociabilidad y cultura, pero que ambas especies no son sucesivas en el árbol evolutivo, sino que coexistieron y que por razones que todavía no se explican, la especie que sobrevivió fue la de Cromagnon y la Neanderthal se extinguió. A la vista del caso comentado, me pregunto si algunos genes de Neanderthal siguen subsistiendo en algunos individuos, y empiezo a tener dudas de si dentro de cien mil años, alguien explicará que el homo deportivus brutus del siglo XXI acabó con el homo lector pacificus. En nuestra mano está evitarlo.
En fin, que hay muchas “bombas de relojería” que caminan en la sociedad y nos cruzamos con ellas. Quizá somos una de ellas y no lo sabemos. Así que bien está que reflexionemos un poquito sobre ello y nos esforcemos en ser más tolerantes. Por mi parte confieso, que el mayor aliado a favor de la tolerancia es la edad: conforme envejezco, soy más tolerante.
Mientras que en la «primitiva» África un proverbio afirma que «para educar a un niño hace falta la tribu entera» y otro indica que «la unión en el rebaño obliga al león a acostarse con hambre». En la imperial China, un dicho dice «si haces planes para un año, siembra arroz. Si los haces para dos lustros, planta árboles. Si los haces para toda la vida, educa a una persona» Y, en la unificada Rusia, un refrán refiere «nunca trates de enseñar a un cerdo a cantar. Perderás el tiempo y fastidiarás al cerdo».
En nuestra «civilizada» Europa la experiencia demuestra que la mejor escuela de la vida es el ejemplo de los padres y que «por buena que sea la cuna, mejor es la buena crianza» (proverbio escocés).
No tengo clara cual de las anteriores filosofías sobre la educación es más acertada o me convence más, pues cada una tiene sentido independientemente del tipo de cultura en la que nos encontremos. Más bien parece que no sean excluyentes sino, en mayor o menor medida, complementarias entre sí.
Pero, centrándonos en nuestra triste realidad, lo que resulta evidente, sin necesidad de tener que acudir a los extremos bochornosos del suceso comentado en el artículo, es que, dado el desmedido nivel de mediocridad, zafiedad, desinterés por el prójimo, falta de valores y violencia que caracteriza a nuestra sociedad y a -la mayoría de- sus integrantes y su tendencia irrefrenable a petrificarse e incrementarse: de una parte, el ejemplo que, con nuestro actos y omisiones, estamos dando a nuestros hijos no es el adecuado; y, de otra, el sistema educativo español es un auténtico desastre y un completo fracaso.
Lamentablemente, no basta con que existan algunos buenos padres y/o educadores que hagan la guerra por su cuenta. El peso de la mayoría contraria y la presión de las fuerzas -visibles e invisibles- que dominan, mangonean y manipulan la sociedad (y nuestra vidas) a su interés y conveniencia son demasiados poderosos y van ganando por goleada.
No sé si esto tiene solución. Pero, si la tiene, esta pasa por incentivar el bien, impartir buenas costumbres, fomentar los valores, instruir, formar y estimular. Porque lo que se de a los niños, los niños le darán a la sociedad. Para lo cual nada como los buenos ejemplos de los padres (o de quienes sirvan de referencia), los libros y recuperar la lectura. Pues como dice un proverbio hindú: «un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora».
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