Se es mayor de edad cuando se tiene un móvil. Esa es la sensación del mundo al revés. No se tiene móvil cuando se tiene edad para ello, sino que facilitamos el móvil a nuestros niños (que no adolescentes) y los hacemos mayores.
Pero… ¿por qué los consideramos mayores para tener móvil? Cuatro razones son las favoritas para que los padres lavemos nuestras manos como Pilatos.
La democrática. Como todos lo tienen, el nuestro también.
La pragmática. Como de mayores lo manejarán, cuanto antes mejor.
La cómoda. Como con el móvil no alborotan ni molestan…
La domadora. Como premio por sus notas, méritos o fiestas… ¡ahí tienes un flamante móvil!
Esos cuatro argumentos no valen para el alcohol, coches ni pistolas, y no deben valer para los móviles, y eso porque los móviles no son peligrosos, pero si encierran riesgos en manos inexpertas o mentes en formación. Veamos algunos datos objetivos preocupantes y cómo actuar.
1. No pretendo volvernos analfabetos informáticos ni amish ni retornar al edén. Sencillamente, cada cosa para su uso y a su tiempo. Es difícil pero quizá la mayor revolución silenciosa de nuestra sociedad está en internet, para lo bueno y para lo malo, y en el caso de los niños se hace especialmente delicado porque un móvil temprano sustituye el diálogo, la relación interpersonal, el juego vivo y la lectura. Casi nada.
Leo una entrevista a Susanna Tesconi con la siguiente afirmación:
Nosotros lo que hacemos con los móviles es desmontarlos, utilizar las máquinas para crear otras cosas (Risas). Pero cuanto más tarde, mejor. Porque hay una edad en la que el movimiento físico, el contacto con el medio y con los demás son muy importantes para el desarrollo cognitivo, lingüístico, emocional… Así que pasar muchas horas con el móvil no lo veo muy positivo, aunque sin criminalizar ni los dispositivos ni los videojuegos. La cuestión es cómo hacemos las cosas. Si se juega solo o en grupo, si se hacen pausas… Hay que encontrar la medida y prohibir no tiene sentido.
2. Al día siguiente leo al periodista Eduardo García un artículo en que muestra datos objetivos en los adolescentes y su relación afectiva con las pantallas:
El 22% de los estudiantes quinceañeros de este país afirma usar internet más de seis horas diarias. Son los llamados “usuarios extremos”. Otro 18% reconoce que navega diariamente entre cuatro y seis horas. O sea, cuatro de cada diez estudiantes de segundo de la ESO se pasan por lo menos 240 minutos al día por la red entre semana.
En las pruebas PISA 2015 los estudiantes que declararon usar internet más de seis horas diarias obtuvieron en Ciencias una media de 35 puntos menos que los demás. Viene a ser el equivalente a medio curso escolar.
Los estudiantes españoles varones de segundo curso de la ESO se pasan de media 160 minutos navegando por internet cada día entre semana, pero PISA desmonta otro tópico porque ellas usan la red más que sus compañeros: 173 minutos diarios. En fines de semana, los índices de uso (abuso) se disparan por encima de los 200 minutos como media general. No es de extrañar que casi el 70% de los quinceañeros reconozcan sentirse «realmente mal» si no tienen conexión a internet. Eso se llama dependencia.
3. En cuanto a resultados, el diario El Mundo nos ofreció un estudio de la Universidad de Cambridge que comprobó la relación entre mayor exposición tecnológica y menor rendimiento escolar, de manera que cada hora extra invertida en pantallas (más allá del máximo de dos horas diarias para los adolescentes) suponía una bajada de rendimiento escolar del 25%. Y a la inversa. La explicación la ofrecía claramente Silvia Álava, especialista del Colegio de Psicólogos de Madrid hablando de los niños que están centrados en pantallas (televisores, consolas, móviles):
El proceso de atención sostenida la ejecuta el aparato, a través de los movimientos, los estímulos visuales y auditivos. Los niños no tienen que hacer nada (…) No se trata de demonizar las tecnologías, los niños de hoy son nativos digitales, pero tampoco de permitir su abuso.
4. Preocupado me quedé. Por eso me estremeció escuchar al tutor escolar de mi hijo de nueve años al preguntarle, que más de la mitad de los niños de su aula tienen móvil propio (no permitidos en clase), como me preocupa igualmente observar un parque con juegos y columpios donde en los bancos, los jovencitos preadolescentes están sentados “guasepeando” o adorando las pantallas.
O la existencia ya de programas y chats para que estos jovencitos exhiban sus tonterías y traben relaciones de adultos sin eso tan bonito e incierto que era el sondeo, cortejo y cambio de impresiones o preliminares.
O como pude ver en un cumpleaños de infante donde aguardaban solitarias las colchonetas a un grupo de niños en corro enfrascados en una pantalla.
Y no digamos el dato objetivo que comprobé asistiendo a la biblioteca pública del barrio donde en horario de tarde solo lo compartíamos la bibliotecaria, un jubilado y yo paseando por las estanterías.
5. Quizá no estaría de más afrontar con valentía los límites de estas tecnologías a los preadolescentes. Es difícil, pero si no lo hacemos, lo pagarán ellos y el mundo que les tocará vivir. A lo mejor quien facilita el móvil a un menor de edad resulta que, por muchos años que acumule, no es mayor de edad porque hace falta madurez y juicio para no perjudicar a quien queremos.
No sé la edad idónea, porque quizá no es cuestión de edad cronológica y que de la noche a la mañana al cumplir 12 o 14 años un niño sepa afrontar la selva de internet como Cocodrilo Dundee.
Personalmente prefiero considerar que si no se deja salir solo al menor por la ciudad o viajar en autobuses públicos, normalmente hasta los 14 años, tampoco antes debería poderse salir solo por la megalópolis que es internet. Claro que hay niños y niños, los hay responsables y atolondrados, los hay prudentes e imprudentes y mas o menos maduros. Difícil decisión.
O a lo mejor, permítaseme la chanza, conceder el móvil cuando se pruebe haber leído algunos libros escogidos (La isla del Tesoro, Tiempos difíciles, El Quijote, etc). También habría que preguntarse si el móvil para el niño es un deseo o una necesidad. Incluso podría admitirse a los 12 años facilitarles un teléfono no inteligente para estar localizados en caso de emergencia (sin conexión a internet).
La moraleja de lo expuesto es resistirse como padres cuanto se pueda, negociando o buscando alternativas, a facilitar esa pantallita de móvil que les pondrá en riesgo de aparcar la conversación, de dejar el deporte en segundo plano, de orillar la lectura… Cuanto más tarde, mejor.
5. También debo hacer autocrítica, porque los adultos nos enredamos en la tecnología, y damos un pésimo ejemplo, abusando del móvil, el iPad y el computador, o sea, internet. Además somos tan groseros que incluso acompañados, por lo que reivindiqué aquello de menos Wi-Fi y más guasa en los bares.
Y así avanzamos hacia el aislamiento y la incomunicación eludiendo el cara a cara. ¿Para qué hablar si nos contesta la red?, ¿para qué recordar datos, teléfonos o citas, si el móvil nos la recuerda?, ¿para que hacer juegos con esfuerzo mental si existen juegos de colorines, ruido y estrépito en el móvil/ordenador?… ¿Para que utilizar el cerebro si es más lista la pantalla?
Hasta aquí llegaremos…