Ayer me guarecí de la lluvia en un café coqueto de Gijón y tras sentarme en un sillón y pedir al camarero un café calentito, noté un extraño olor circundante que no pude identificar. En ese momento, desde la mesa de al lado, con amabilidad, un joven sonriente me dijo: “Disculpe, ¿le molesta mi perro?”. Entonces me percaté que bajo las patas de mi mesa estaba un perro lanudo dormitando que por efecto de su especie y la humedad, sembraba la atmósfera de un olor perruno. Sin embargo, al pedírmelo con tanta educación, correspondí con un instintivo: “No, para nada. Tranquilo. Gracias”.
Unos instantes después estaba pensando para mis adentros porqué diantres no le dije que sí, que me molestaba, que mejor lo llevará fuera o similar. Se despertó mi reflexión sobre como nos desarma una sonrisa con un por favor, bien combinados…
1.No se trata ya de que los perros están prohibidos dentro de esos locales, ni de que el camarero hiciera la vista gorda en vez de su trabajo, el problema lo tenía yo por haber caído en la trampa de la reciprocidad, que los psicólogos aprecian cuando alguien nos regala una sonrisa o amabilidad y nos debilita o desarma en nuestras razones. En la versión mercantil, esa trampa late en el regalito que nos efectúa el comercial o visitante a domicilio, de un librito o llavero, o cuando la vendedora por telefonía nos ofrece que nos puede llamar a otra hora en que nos moleste menos, técnicas todas que nos llevan por cortés reciprocidad ( de forma subconsciente) a aguantar pacientemente la oferta del producto.
2.Me recuerda también que hace una semana estaba haciendo cola en la caja de un conocido supermercado cuando una señora a mi espalda me dijo “Joven,¿puede guardarme el turno mientras voy por unos tomates?”. Le repliqué que por supuesto, que tranquila. Aunque lo de calificarme como «Joven» tocó mi vanidad, lo decisivo fue la petición amable.
Así que mientras esperaba mi turno me sentía un samaritano con la buena acción del día, pero se acercaba el momento de cobrarme y a mis espaldas se formó una cola enorme (entre nosotros aguardaba la solitaria cesta repleta de la “abuelita Paz” , que seguía sin aparecer). Me empecé a sentir incómodo pues según pagaban los que me precedían, así que empujaba con el pie la cesta como si fuese mía. En mi turno, fui colocando mis productos en la cinta con parsimonia, en la esperanza de que llegase la señora. Lo cierto es que antes no tenía ningún problema y ahora mi educación se convirtió en un problema (¿retiraría la cesta a un lado?). Lo solucioné pasándole la pelota al cliente que me seguía con la estrategia de aparentar hacerle un favor: “Es de una anciana, pero puede usted pasar delante si lo desea”; ni que decir tiene que los clientes del resto de la cola miraban con dureza. Me fui sin volver la vista atrás y pensando en la razón de sentirme culpable, si al fin y al cabo, había sido víctima de mi propia amabilidad.
3.Tengo muchas anécdotas sobre esa cortesía mal pagada. No faltan favores que he hecho de consultas formuladas por conocidos de tercera generación, que curiosamente se acuerdan de tu existencia cuando tienen el problema, y acaban despachándote con unas gracias o un café en el mejor de los casos, cuando lo suyo sería que además de plantearte su problema te pregunten como te va a ti la vida, tu familia y tus cosas.
3.En definitiva, que muchas veces somos amables y se abusa de nuestra cortesía. Eso sí, hay situaciones límite en que por ser amables, se nos toma la mano, la pierna, el brazo, las orejas y el rabo, y es el momento de parar los pies al descortés.
Esto me recuerda algo que leí sobre un experimento. Si coloca una rana en un recipiente de agua y comienza a calentarse el agua, según aumenta el calor, la rana ajusta su temperatura corporal; cuando el agua alcanza la ebullición ya la rana no puede adaptarse e intenta saltar al exterior, pero ya no puede hacerlo porque ha agotado toda su fuerza en irse adaptando a la temperatura creciente. La rana muere. La pregunta es:¿ por qué murió la rana?. La mayoría diríamos que fue por el agua hirviendo, pero no, fue por su falta de capacidad para decidir hasta donde tenía que aguantar y cuándo tenía que saltar. La moraleja es que debemos ser amables hasta que nos explotan, hasta que abusan, y entonces tendremos que saltar…
Lo cierto es que por mucha decepción o inconveniente que suponga, creo que seguiré siendo educado. Aunque ya comenté los inesperados beneficios de la cortesía, e incluso comenté al hilo de un caso real, que un poco de cortesía regala mucho, lo cierto es que siendo educado me siento mejor y trato a los demás como me gustaría que me tratasen en tiempos en que la cortesía no está de moda.
Me recuerdan esos dos versos de Sabina, referidos a otra actitud ante la vida:” Que ser valiente no salga tan caro/Que ser cobarde no valga la pena”.
Muy acertado tu comentario de hoy. Hace ya varios meses que leí algo parecido cuando busqué información sobre una palabra que está muy de moda: ASERTIVIDAD
En las definiciones científicas se habla de la asertividad como el conocimiento y defensa de los propios derechos, respetando a los demás. Se trata, parece ser, de un punto intermedio (Aristóteles como casi siempre) entre otras dos conductas: la pasividad y la agresividad.
Pero alguien, en algún punto de algún foro, decía que la auténtica asertividad era «saber decir NO, sin molestar ni ofender». Y añadía, creo que exageradamente, que esa era una de las claves para ser feliz. Recordé entonces el chiste del médico que encontrándose tomando una cerveza se encuentra con un conocido (de los de tercera generación) que le pregunta qué puede tomarse para una incómoda tos que le ha surgido esa mañana. La contestación fue: «desnúdate que te ausculto». No sé si fue muy asertivo pero desde luego fue una forma de decir NO.
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Intento ser lo más amable posible con todo el mundo. Así me lo enseñaron. El problema surge, en ocasiones, cuando la gente del bar donde tomas café asiduamente ( es un ejemplo) conoce tu profesión ( en mi caso, la de Abogado) y entonces no para de hacerte preguntas relacionadas con «lo suyo». Y ya sabes, puede ser desde una duda sobre un testamento, hasta un despido improcedente, pasando por una alcoholemia o los gastos del ascensor del propietario del bajo comercial. He aprendido, como dicen los toreros a hacer » faenas de aliño» y no profundizar demasiado. Pero lo que de verdad tienes ganas es de decirles que se pasen por tu consulta, que allí les atenderás mejor. A veces me da la impresión de que los Abogados trabajamos buena parte de nuestro tiempo de forma altruista. Algo que también les pasa -aunque creo que en menor medida- a los profesionales sanitarios. Hay que saber decir «no», pero reconozco que yo carezco de esa asertividad de la que se habla en el post anterior. Qué le vamos a hacer. Ya no estoy en edad de cambiar…
Recibe un cordial saludo, estimado Sevach.
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Vivimos en una sociedad en continua evolución. Pero cuyos cambios no siempre son a mejor. Como suelen ser introducidos de forma lenta, sibilina y casi imperceptible o nos son manifestados como inocentes y naturales. Cuando llega el momento en que somos conscientes de lo negativos o perjudiciales que son (o pueden llegar a ser) para nuestra vidas es ya tarde para que podamos reaccionar. Pues, como le sucede a la rana de la fábula, carecemos de la fuerza, capacidad y habilidad necesarias para ello. Todo lo cual es trasladable a quienes, aprovechándose de nuestra educación, prudencia y cortesía, abusan de nosotros con todo tipo de tácticas (a veces sutiles, a veces gruesas, otras desvergonzadas) como las que plantea el artículo.
Corolario de lo anterior es que, si no queremos acabar convertidos en «nada social», es decir, en meros sujetos-objeto inermes a la manipulación y el engaño (de quienes mangonean a su conveniencia los hilos de la sociedad) y a las extralimitaciones y atropellos (de los abusadores sociales que nos rodean), debemos estar atentos a lo que ocurre a nuestro alrededor (por normalizado que parezca o que nos lo quieran vender), reflexionar de forma crítica y activa sobre lo que queremos y nos parece bien y lo que no (discriminándolo de lo que se nos dice que tenemos que querer y hacer) y, consecuentemente con ello, hacer un uso decidido y terapéutico de la palabra ¡no!.
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Estoy muy de acuerdo con el corolario del artículo. Obrar socialmente como creemos que es correcto a veces nos depara problemas o decepción, generalmente por ese abuso que JR Chaves expone o a causa de la falta de correspondencia por parte de los demás. Sin embargo, creo como el autor que no hay que desalentarse hasta el punto de descender a la altura de quienes se comportan de forma descuidada o abiertamente descortés; sería como reconocerles, encima, el poder de cambiarnos para hacernos peores. Estoy segura de que, aunque generalmente no lo notemos, una conducta amable y respetuosa suele genera a su vez cortesía de forma espontánea en los demás y quizá pueda contribuir a mejorar los hábitos de todos.
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