Ha sido noticia la brutal reacción de un hijo hacia su madre porque ésta no pudo restablecer la conexión a internet para que aquél finalizase el videojuego.
Muchos de los que somos padres de adolescentes, e infantes, sabemos que es mas fácil arrebatarle la carne a un león que separar a nuestro hijo de los videojuegos.1. Es cierto que en mi ya lejana adolescencia me resistía a abandonar la máquina de pin-ball, el juego de naipes o sencillamente regresar a casa desde la calle, pero creo que hay gran diferencia con la videodedicación actual. Y no digo videoadicción que tiene perfiles enfermizos (el joven británico que en 2011 murió por una trombosis venosa al jugar con la Xbox mas de doce horas seguidas, o el del joven chino que para curar su adición a internet se cortó su propia mano), sino videodedicación, esto es, de la atención fijada en consolas y computadoras para digerir videojuegos de forma insaciable.
2. Acepto que tenemos culpa los mayores:
- Damos pésimo ejemplo pegados a nuestros Smartphone y computadores. Ellos no ven la diferencia de que normalmente son herramientas de trabajo y no de ocio a ninguna parte. Ven que los mayores estamos enfrascados con la tecnología. Les damos la «coartada».
- Encontramos cómodo conseguir la paz en casa y tenerlos entretenidos si les dejamos a solas con su táblet o computador. Hemos inventado la “niñera electrónica”.
- Les regalamos esos artilugios bajo la coartada de que “todos lo tienen”, “no se van a quedar atrás”, etc. Tranquilizamos nuestra conciencia con nuestra cartera.
3. El impacto de este fenómeno para los jóvencitos es:
- Elevación de niveles de autismo social. ¿Para qué hablar, saludar o levantar la vista, si ya tienen un esclavo tecnológico que les obedece o con quien relacionarse?
- Reduce su dominio de léxico puesto que por un elemental principio de vasos comunicantes, el tiempo de videojuegos se sustrae a la lectura, películas o tertulias.
En particular he sido testigo de que mis hijos, dulces y cariñosos, de 8 y 10 años, a los que dosifico los jueguitos de marras, cambian como el increíble Hulk cuando se les priva de ellos. Sorprende que son capaces de mentir sobre el tiempo que llevan jugando (quizá no mienten, sino que lo perciben como corto), y preocupa que se olvidan de otras aficiones (juegos en la calle o lecturas) pero sobre todo me indigna su tendencia a la irritabilidad o a manifestar que se aburren sin los jueguitos.
4. Admito que estamos ante un nuevo paradigma educativo, y también es cierto que, como ha señalado la prestigiosa neurocientífica Susan Greenfield (expuesta en su best-seller “Piensa”):
Quienes practican videojuegos tiene una atención visual mas grande y pueden realizar tareas que requieren cambios de atención mas complejas. Pero la noticia no es del todo buena: este talento en el cibermundo podría llevar a un aumento de la distracción en entornos visualmente débiles como los que constituyen el mundo “real”. ¿Podría darse el caso de que las constantes, ruidosas y veloces peripecia con una imagen tras otra sucediéndose en pantalla pudieran entrar en conflicto con los lapsos de atención más largos con los que crecimos los del siglo XX desde la primera vez que escuchamos un cuento y luego escapamos a un mundo mágico leyendo solos?.
La capacidad para mantener periodos de atención mas cortos podría en sí misma impulsar la necesidad de más estimulación en períodos cortos de tiempo. Y, junto con los períodos cortos de atención, la capacidad de “perdernos” en un buen libro podría también correr peligro. Igual que las capacidades para razonar y pensar pueden ser bloqueadas por una experiencia rápida basada en la pantalla ,y por tanto visual, también podría pasar lo mismo con ese logro cognitivo misterioso y especial que, hasta ahora, siempre ha hecho que el libro sea mucho mejor que la película: la imaginación.
En suma, la práctica del videojuego supone generar una habilidad de actitud alerta, de respuesta rápida y de control de variables, pero a cambio se pierde la serenidad, el cocinar reflexiones a fuego lento y se pierde la capacidad de armar y seguir una historia. En otras palabras, se han acostumbrado a la “vida rápida” y por tanto serían buenos pilotos de aviones en situaciones de emergencia, pero pésimos artesanos y cirujanos allí donde es preciso focalizar problemas y actuar calmosamente.
5. Por otra parte, esa imaginación se ve zarandeada con esas pantallas y simuladores que ofrecen sueños e ilusiones como si fuesen reales. Se pierde el interés por el exterior y lo sensorial porque ya se ha vivido a domicilio la experiencia en formato virtual: ¿ visitar una cascada cuando se palpa como visitante virtual?,¿ asombrarse del despegue de un avión cuando hay naves espaciales a nuestro antojo?, ¿jugar al tenis cuando puedo hacerlo en mi cuarto?.
Así que no solo el niño no alimentará ilusiones por lo que cree que ya conoce, sin o que cuanto más tiempo experimente un niño juegos con ritmo vertiginoso, esperará un nivel superior de estimulación en la vida real y perderá interés por lo natural, lo cotidiano, que va con otra velocidad y con la parsimonia de lo cotidiano.
Con esos videojuegos no puede competir un parchís, la oca, el ajedrez, relatos de chistes o cuentos, ni el mejor de los documentales. De películas, no hablamos, porque me temo que en la próxima década de los veinte las películas de cine durarán veinte minutos con tramas simplonas e irán acompañadas en las salas de trepidaciones de las butacas, sonido ensordecedor, luces e incluso olores para que los jóvenes espectadores se mantengan atentos.
6. ¿Qué solución hay? Posiblemente ninguna. Posiblemente entre las multinacionales del videojuego y la complacencia de los confiados en las bondades de tales videojuegos en nombre de una libertad de juego no escrita, el buque educativo va sin rumbo.
Así que habrá que esperar a que pase el temporal y ver qué clases de adultos serán los adolescentes de hoy. Será entonces el momento de hacer balance y comprobar si los adultos del mañana son personas más o menos solidarias, más o menos sociables, más o menos eficientes. Lo que es seguro es que los padres del mañana tendrán que afrontar problemas con sus hijos muchísimo mayores.
Personalmente creo que los videojuegos y maquinitas similares deberían traer no solo la recomendación de la edad de uso (“Mayores de 12 años», por ejemplo) sino una recomendación de uso: “No más de una hora diaria o siete semanales”. O ya que estamos en tiempos de obsolescencia programada, que se fueran autodestruyendo con el uso u otra medida traumática similar.
7. La alternativa es la educación y la negociación.
La educación en el uso de las maquinitas por los hijos, a cargo de los maestros y padres. Cosa difícil con el ejemplo que damos.
La negociación consiste en hablar con ellos y pactar usos. También difícil porque son inmunes a la argumentación, o a prestar atención a la argumentación. El reto es percibir y mostrarles las tecnologías como útiles y los videojuegos como algo saludable, pero con moderación. No alarmarnos de sus gustos, aunque confieso que me afectó que mi hijo de diez años me informase con infantil candor aquello de “Quiero ser youtuber”.
Moderación es la clave, entendiendo por moderado el uso que no sacrifica otras actividades positivas.
También cabe “cortar por lo sano”. Ni consolas ni tiempo perdido. Aguantar el tirón de la queja, aullido y pataleta, y confiar en que lo agradezcan. Pero… ¿quién se atreve?
Solo me queda pensar, aunque ellos nunca podría imaginarlo, (porque para imaginar ya está la consola) que quizá yo mismo soy un mero protagonista de videojuego en que algún niño juega a eludir las trampas de su padre para que deje de jugar y se ponga a leer, hacer deporte o elevar los ojos de la pantalla.
En fin, que tal y como me atreví a proferir en mi libro: “No somos muebles de Clikea”.
Ah, cualquier comentario es bienvenido, aunque sea para verter los simples y consabidos ataques a los que no recordamos nuestro enganche de infancia a otros juegos, a los que somos dinosaurios inadaptados e ignorantes de las virtudes de las tecnologías, a los que no confiamos en la bondad de nuestra juventud para salir indemnes, a los que predicamos pero no damos ejemplo a nuestros hijos… Eso, lo mejor es no hacer nada y disfrutar del paisaje de jovencitos enfrascados en consolas en vez de relacionarse socialmente. Todo muy bonito, y están tan calladitos cuando juegan… pero el peligro está ahí fuera. No creo que debamos ser como los músicos del Titanic, tocando mientras se hundía en el gélido océano.
Completamente de acuerdo. A mi hijo menor, los videojuegos lo han sumergido en la inmediatez, la búsqueda de resultados inmediatos, los flash reactivos y en contraposición, se aburre leyendo, termina los exámenes lo más pronto posible y come, cena e interactúa a la velocidad de un rayo. El consuelo no puede ser que sus amigos hacen lo mismo.
Yo voy a cortar por lo sano y tendré que asumir los riesgos.
Gracias por su elocuencia y por lo artesano de su pluma.
Saludos
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Totalmente de acuerdo. De mis dos peques, la de 8 lo quiere saber nada de videojuegos porque se aburre (qué suerte… por el momento), pero el pequeño de 5 aún no sabe leer y tiene una facilidad asombrosa además de dependencia para no aburrirse y nivel de paciencia mínimo. Estoy en fase de negociación así que ya veremos si aún estoy a tiempo de controlarlo.
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