Cuando me toca escribir dedicatorias de mis libros paso sonrojos tremendos porque mi caligrafía es lenta y pésima, ofreciendo un ilegible mensaje de algo que pretendía ser claro y cariñoso. Algo así como regalar un pastel aplastado de sabores indescifrables.
Pero no siempre fue así porque de niño y adolescente mi caligrafía era linda y clara, propia de la EGB que enseñó a mi generación a nadar en el mar de la vida, pero los malos hábitos propios de los rápidos “apuntes” universitarios, unido al mazazo de las nuevas tecnologías, enterraron la sabia divisa de “despacito y buena letra”.
Viene al caso porque he leído que en Finlandia los planes educativos desde hace un año ya no incluyen que los niños aprendan letra cursiva, sino solamente letra de imprenta, y además nada de caligrafía, sino mecanografía.
Se trata de un curioso avance en que la educación persigue la utilidad, o más bien, la inercia de los hechos consumados. Cómo si lo que debe ser, ha de quedar vencido por lo que es, y no a la inversa.
Esa tendencia finlandesa, el país teóricamente más avanzado educativamente del mundo, posiblemente vaya abriéndose paso en España.
Sin embargo, es un criterio inquietante, y no solo porque plumas y bolígrafos pasen a ser reliquias…
De entrada, pienso que el dominio de las herramientas básicas “lentas” de la escritura y la lectura, sin ese trepidante tecleo y bombardeo audiovisual, ofrece enormes ventajas en la formación de la persona y en eso que hoy día define la inteligencia, como la capacidad de resolver problemas.
Escribir a mano, poniendo los pensamientos “negro sobre blanco”, despacio y con letra cuidada permite una especial cadencia del pensamiento y fomenta la reflexión de forma increíble. Además releer lo así escrito produce una fértil simbiosis entre autor y escritura que no se produce cuando se lee el frío documento tecleado en el ordenador.
Basta hacer la prueba con leer un documento en la pantalla de un ordenador y el mismo documento impreso en papel para observar la cantidad de errores, matices e ideas que afloran en esta lectura directa sobre papel, que pasaban inadvertidas en pantalla (¡pese a ser el mismo texto objetivo!), y por supuesto, más aún se incrementa la atención cuando se trata del mismo texto, no ya impreso, sino escrito de puño y letra.
La mente va rápida y los computadores permiten que se desboque. De igual modo que el mejor partido para un caballo se obtiene con unas bridas y unas espuelas, que permitan acompasar o acelerar el paso hacia el destino apetecido, cuando se trata de reflexionar y fijar criterios, no es bueno dejar libre la mente y acogerse a lo primero que nos viene a la cabeza.
Pero el caso finlandés despierta otras alarmas educativas. Si los niños no van a escribir a mano de adultos… ¿para qué aprenderlo de pequeños?. Esa simplona lógica como punto de partida resulta peligrosa si pretendemos educar a los niños según lo que parecen adorar o aplicar los flamantes adultos de hoy.
Los siguientes de este frenesí vanguardista se adivinan fácilmente.
- Si los niños no consultarán el diccionario sino Wikipedia o Google… ¿para qué aprender el abecedario?.
- Si los niños no sumarán, dividirán ni harán raíces cuadradas porque lo harán sus artilugios tecnológicos… ¿para qué aprender operaciones aritméticas?
- Si los niños tendrán una aplicación en el Smartphone que traducirá en tiempo real a todos los idiomas… ¿para qué aprenderlos en la escuela o academias?
- Si los niños no hablarán y se encerrarán en sí mismos, con sus auriculares y pantallitas, eludiendo la tertulia cara a cara y viva voz… ¿para qué enseñar oratoria o cortesía?.
- Si los niños no tendrán “amigos íntimos de toda la vida” sino “amigos sociales cambiantes”… ¿para qué enseñarles el valor de la complicidad, las confidencias, la generosidad, el compromiso estable o las ventajas de la familiaridad?.
Creo que cobra valor la sabia afirmación de Umberto Eco de que en los tiempos actuales la información y los datos están disponibles de forma masiva e inmediata, y que el papel del docente no es introducir información al alumno, ni éste limitarse a engrasar su memoria, sino que el papel del maestro ha de ser enseñar a filtrar esa información, y el papel del alumno imponerse la reflexión crítica. El maestro debe enseñar a separar el grano de la paja. A priorizarla y clasificarla. En definitiva, a tener criterio. Y el alumno a preguntarse, como decía Rudyard Kipling con la ayuda de seis servidores: «cómo, cuándo, dónde, qué, quién y por qué».
De igual modo que si lo audiovisual vence por goleada a lo manuscrito y leído, quizá es hora de introducir una asignatura sobre cómo ver una película o escuchar canciones, sobre cómo descubrir su estructura, mensajes, ventajas y riesgos. En suma, enseñar a ver los productos audiovisuales y mensajes de redes sociales con ojos curiosos pero también críticos. Ese es el gran reto.
En definitiva, no todo vale a la hora de educar y los errores en la formación de niños y adolescentes los pagamos todos, pero ellos serán las primeras víctimas, e incluso sin tomar conciencia de serlo. La tecnología es una valiosa herramienta, no un fin… ¿cuesta mucho entenderlo?
Entiendo tu preocupación por la “perdida” de algunos aspectos relacionados con la Educacion/Formación, debido a los avances tecnológicos.
Reconozco que cada vez los avances “tecnológicos” se producen de una manera mas acelerada, tanto es así, que nos cuesta asimilarlos. Por ello, igual que hacían quienes nos precedian, optamos en bastantes ocasiones por ignorarlos. Yo el primero. De ese modo intentamos seguir utilizando antiguos métodos, quedando en algunos casos totalmente desfasados y analfabetos en ese area. Yo sigo peleando por estar “al día” con mi movil, el mando de la tele, la lavadora, el portatil, las tarjetas.
Esto se produce en cualquier disciplina, desde la elaboración de nuestras comidas, hasta medios de transportes y comunicación.
Desde luego también en la escritura como medio de transmisión de ideas. Hace tiempo que dejamos de usar la piedra, madera o papiros como soporte de nuestras ideas, y el dedo, cincel, estilete, o pluma de ganso como instrumentos para reproducirlas sobre esos soportes.
Yo me sigo considerando un amanuense, e intento a la hora de plasmar algo “negro sobre blanco” tanto en lo profesional como en lo personal compaginar lo mas “humano” y artesanal con lo más o menos tecnológico y actual.
Sigo enviando postales desde mi lugar de vacaciones (a veces de cartón, otras virtuales), y he inculcado ese hábito a mis hijos (con diferente resultado; una lo hace habitualmente a familia y amistades, y otro no lo hace ni por washap), pero también les enseñé a edades MUY tempranas a teclear en el ordenador y a presentar los trabajos escolares de la manera “más limpia y moderna”. A presentar cualquier impreso ante una administración/empresa si es posible de manera “mecanografiada”, aunque no reniego de un escrito realizado de manera manuscrita,.
No digo que la escritura manual no tenga ventajas sobre la “mecánica”, pero tal vez las bondades que puede generar las podemos seguir practicando de vez en cuando al igual que se hace en los cursos/talleres de caligrafia japonesa.
Nunca he leido “incunables”, y cada vez leo mas sin tener que pasar las hojas mojando el dedo.
Nota: para conjugar lo artesano con lo “industrial” en tu faceta de escritor/dedicador, te propongo una idea. Con cierta antelación (dependiendo del volumen de libros a dedicar), podrías editar las dedicatorias (artesanas: a mano y una a una, todas únicas y diferentes), sobre una etiqueta o pegatina (industrial) dejando el espacio suficiente (donde sea, al principio , final, etc) para añadir/adherir en el momento de la entrega el nombre de la persona receptora y fecha (por ejemplo). Logicamente, deberías terminar de completar la etiqueta con el mismo boligrafo/pluma/estilográfica etc. Usada para el texto ya “preescrito”.
Me encantan las chuletillas al sarmiento, el chorizo a la brasa, el pan de leña, y de vez en cuando, si puedo, lo saboreo en algún restaurante, pero hace tiempo que en casa las alubias las cocino en la olla express en la vitro.
Jexus Blázquez. Auxiliar Administrativo o amanuense.
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