Leo en el último libro de Sosa Wagner (“Memorias Europeas”, Ed. Funambulista, 2015) su elogio del paseo al servicio de la creatividad y encuentro gran verdad en ello. Afirma el profesor: “ El aire y el ejercicio físico moderado como motores de la imaginación y como alacenas de las que se sirve el ser humano para tomar reservas de energía: un buen asunto, pienso que convendría hacer un estudio sobre las creaciones que se han gestado allá donde el aire limpia y los pulmones se ensanchan a la búsqueda de nuevos horizontes”.
Eso me lleva a una reflexión sobre el hábito del paseo solitario y como en una sociedad de vértigo ha sido postergado por la tecnología, las comodidades del hogar o incluso por cierta connotación de tristeza que comporta la visión del paseante solitario (y si es al atardecer y con lluvia, no digamos).
1. En la prehistoria «Pasear» era sinónimo de «Sobrevivir». El hombre primitivo salía sencillamente a ojear piezas de caza o frutos o algún fuego de rayo que le permitiese “robarlo” para iluminar la caverna, o deambulaba para buscar lugares mas seguros.
2. Hoy día “pasear” sigue lastrado a la finalidad pues siempre solemos vincularlo a un objetivo o le otorgamos un papel secundario. “Voy a llevar esto o hacer una gestión… y voy paseando”. E incluso el paseo lo asociamos a una meta a cumplir (peregrinación, deporte, medida dietética, sacar al perro, etc).
3. Sin embargo, hay otro “paseo” infinitamente mas gratificante. Es el entendido como vagar sin rumbo definido y dejar que nuestros ojos y oídos capten novedades, examinar nuevas calles, callejuelas, plazoletas y negocios, contemplar otros paseantes y sobre todo, dejar suelta la imaginación. ¿Cuánto hace que usted no sale de casa sin rumbo sin estar jubilado?
4. Por supuesto que me refiero al paseo bajo dos condiciones. Sin radios ni móviles. Sin horarios extenuantes o rígidos. Libertad. Somos dueños de decidir la velocidad, las pausas y la distancia a recorrer. También podemos detenernos y mirar una fachada, una tertulia, un grupo amistoso, una papelera, un perro o lo que sea, y no necesitamos permiso para pensar sobre ello.
5. No es tiempo perdido. Tampoco hace falta vincular la idea de “paseo fructífero” a caminar a orillas del mar o en la montaña, donde la experiencia sin duda mejora. La propia ciudad tiene mucho que ofrecer y sin embargo no queremos aprovecharlo.
Ya comenté con anterioridad las razones para ir caminando al trabajo. Pero al margen del trabajo o al salir del mismo, muchas veces tomé un taxi o autobús para llegar pronto a mi casa y “no hacer nada”. Por eso, ahora me lo pienso mejor y me gusta elegir rutas nuevas para descubrir mundos nuevos y provocar pensamientos nuevos. He pasado de la idea del “tiempo muerto” al “tiempo enriquecedor”.
6. Ese paseo nos alimenta la imaginación, estimula la reflexión, movemos las piernas (“y movemos el corazón”). E incluso fomenta la vida social con encuentros fortuitos inesperados. Y sin embargo, nuestro gusto por el coche nos conduce hacia la atrofia de las piernas y de algo peor, del hábito de explorar mundos y personas pero sobre todo nos impide mirar hacia nuestro interior.
7. La creatividad aumenta y se estimula con el paseo en silencio.
Aristóteles (384-322 a.c.) solía caminar junto con sus discípulos (conocidos como “peripatéticos”). Beethoven solía dar amplios paseos por Viena y su Sexta Sinfonía (Pastoral, subtitulada “Recuerdos de la vida campestre”); se ha afirmado que los paseos de Beethoven eran como los de la abeja en busca de libaciones para producir la miel.
Charles Dickens (1812-1870) caminaba mas de 30 millas diarias por las calles de Londres hasta que solventaba lo que le bullía en la cabeza.
Incluso Jean Jacobo Rousseau (1712-1778) nos ofreció “Las ensoñaciones de un paseante solitario” como viaje a la soledad y fuente de conocimiento de su propia personalidad.
Henry Thoreau (1817-1962), en su ensayo “Caminar” señalaba que caminar por la naturaleza en solitario era un peregrinaje en que la meta estaba a su alrededor. En ese ensayo confesaba:
Creo que no podría mantener la salud ni el ánimo sin dedicar al menos cuatro horas diarias, y habitualmente más a deambular por bosques, colinas y praderas, libre por completo de toda atadura mundana. Podéis decirme, sin riesgo: “Te doy un penique por lo que estás pensando”; o un millar de libras. Cuando recuerdo a veces que los artesanos y los comerciantes se quedan en sus establecimientos no sólo la mañana entera, sino también toda la tarde, sin moverse, tantos de ellos, con las piernas cruzadas, como si las piernas se hubieran hecho para sentarse y no para estar de pie o caminar, pienso que son dignos de admiración por no haberse suicidado hace mucho tiempo.”
El filósofo Soren KierKegaard (1813-1885) solía caminar por las calles de Copenhague y regresaba con ideas para escribir.
Las descripciones del Madrid de Galdós (1843-1920), Baroja (1872-1956), o Zunzunegui (1900-1982) no se entienden sin unos amplios y atentos paseos por sus callejuelas.
Miguel de Unamuno (1864-1936) paseaba habitualmente por las calles salmantinas con las manos a la espalda y la mente bulliciosa.
Picasso (1881-1973) y Dalí (1904-1989) eran habituales paseantes de París y el barrio de Montmartre era fuente de inspiración con su colorido y ambiente.
8. Pero no hace falta ser famoso para pasear. Tampoco para pensar mientras se pasea. Es un placer sencillo y barato y confieso que lo he descubierto recientemente como fuente de notables beneficios en términos de relajación e inmersión en la realidad con la suavidad de un pato o nenúfar flotando en un estanque. Una alternativa a la meditación. Y es que en los paseos, sucede como en las incursiones de los submarinistas al fondo del mar, pues debe disfrutarse de lo que se ve con intensidad antes de volver a la superficie de la vida social.
Me imagino que si tuviese el infortunio de quedar postrado en una silla de ruedas, confinado en casa por enfermedad o convicto en prisión, daría lo que fuese por poder pasear por la ciudad. Y supongo que si antes no tengo otra cita inexcusable en donde no se pasea, acabaré en alguna residencia limitado a mira el reloj que me indica los almuerzos o la medicación y soñando con poder pasear por el solo gusto de mirar el exterior.
Por todas esas razones, me alegro de haber recuperado el placer de los paseos por la ciudad y el siguiente paso será asignarle mayor tiempo. Está en juego la calidad de vida.
Me recuerda mis paseos por el puerto de A Coruña. Hoy ya no se pueden realizar.
De todas formas A Coruña es una ciudad estupenda para visitarla y pasear por ella
Indalecio F
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