El viernes pasado con ocasión de mi visita a Madrid para la presentación de mis últimos libros (Einstein y derecho; y Sobreviví a la EGB), paseé por la Gran Vía de Madrid y pude observar la fauna acelerada y abigarrada que allí pululaba. Me encantaría que mi paisano Víctor Manuel, con esposa Ana Belén, hiciesen una canción panorámica del estilo “ La Puerta de Alcalá” pero sobre la Gran Vía, donde también podría decirse aquello de
“Un travestí perdido,
un guardia pendenciero,
pelos colorados, chinchetas en los cueros, rockeros insurgentes, modernos complacientes, poetas y colgados, aires de libertad…”
aunque habría que añadirle algunas especies dominantes más (turistas, ejecutivos, manteros y repartidores de publicidad).
Pero lo que encierra una enseñanza valiosa, que quisiera compartir, son los limpiabotas, según la entrevista radiofónica que tuve ocasión de escuchar de mañana.
Serán dos minutos, pero espero que os deje huella como a mí… Poca gente sabe que Lula de Silva o Alejandro Toledo, los que fueron Presidentes de Brasil y Perú, comenzaron trabajando de limpiabotas, pero bien está escuchar a uno de los cinco limpiabotas que hoy día se reparten la Gran Vía, de los cuales curiosamente cuatro son mexicanos.
1. Recuerdo que un tal Walter, de edad madura y nacionalidad mexicana, ofreció la visión de su trabajo como limpiabotas en la Gran Vía del siguiente modo, con unas palabras tan modestas, sentidas y dignas de respeto que me emocionó y que me esforzaré en transcribir.
Ante la pregunta sobre la consideración de su trabajo, que muchos hipócritas consideran indigno (personalmente, siempre que se ejerza por mayores de edad, creo que los indignos son los que avasallan como clientes a cualquier trabajador, no por un acuerdo de prestación de servicio con respeto mutuo), expuso:
Es mi trabajo, que aprendí de mi abuelo y hago con cariño. Lo primero que el cliente esté cómodo; luego le quito los cordones, luego le quito el polvo, le paso un paño, le doy betún, saco brillo. Y le pregunto si está conforme el cliente.
O sea, el gusto por el trabajo bien hecho, con respeto y educación. Lo que no se puede decir de todos los que prestan servicios en establecimientos abiertos al público.
Sobre su jornada laboral expuso:
Trabaj0 todos los días de la semana y sólo lo interrumpo si las inclemencias del tiempo o la salud lo impiden.
Un trabajo sacrificado, pero una gran humildad y comprensión al acomodar su reloj vital a su trabajo. Bien están las conquistas laborales pero para darse cuenta de donde estamos, y valorarlo, habrá que mirar de donde venimos.
Sobre su familia, y su ciclo vital , mostró una grandeza de miras y resignación espectacular:
Tengo mujer y cinco hijos en México y los veo cuando al cabo de dos o tres años consigo reunir fondos para un breve viaje pues mi trabajo aguarda.
Ante la pregunta de si deseaba volver a su país, pude ver a través de las ondas de radio una sonrisa amplia y de agradecimiento:
No, señor. Mi país es bello pero no hay seguridad ni sanidad para todos. La salud es muy importante y España nos da la salud sin pagar. Es el mejor país del mundo.
Me quedé estupefacto pero agradecido por la lección de humildad que me ofreció este limpiabotas. Ama a su trabajo, cuida a su familia, ama al país de acogida, trata con respeto a todo el mundo. ¡Casi nada!
2. También resulta llamativa la enseñanza del único limpiabotas de Valencia en esta frase de una entrevista ofrecida por este manchego hace un año:
Hoy, a sus 96 años, viudo y compartiendo casa con un gatito, Víctor reconoce que sigue trabajando para entretenerse. «Limpio zapatos para no estar aburrido, me sirve de estímulo; vengo aquí cinco o seis horas, hasta la hora de comer; con la edad que tengo no puedo hacer otra cosa», explica Víctor.
En suma, no hace falta ir al Tíbet, meditar en centros a veinte euros la hora o sentarse en un diván de psiquiatra, para alcanzar valiosas revelaciones.
Bastaría con que levantásemos la vista mientras nos limpiasen las botas en la Gran Vía, y contemplásemos esa riada de gente con prisas, con quejas de la política, de la vida, con sueños de últimas tecnologías y otras fantasías materiales. Quizá entonces deberíamos bajarnos y caminar por las calles, con los zapatos limpios, pero con la cabeza limpia de prejuicios y ambiciones, y pensar en lo afortunados que somos y quizá tenemos poco derecho a quejarnos. Si nosotros y los que queremos tienen salud, estupendo; si contamos con buenos amigos, maravilloso, y si estamos enamorados, sublime. Lo demás, oropel.
Es la sabia enseñanza de los conocidos versos de Calderón de la Barca:
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.